El egoísmo es la perdición del corazón

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Mi cabeza dolía, de alguna manera había escuchado a la mujer decir que la enorme estatua tras la cascada era un ayakashi que la había revivido para que le llevara los rostros humanos que no le dio en vida, pues ella era el tallador de su historia. Mis fuerzas estaban regresando con lentitud y comenzaba a recuperar el control de mi cuerpo. Cuando abrí los ojos, miré a mi alrededor notando que solo Dororo estaba a mi lado. Casi a rastras, me acerqué a la niña y la agité para despertarla.
-¡Dororo! ¡Dororo, despierta! –la llamé desesperada al no saber de Hyakkimaru.
-¡Ah! –abrió los ojos de pronto.- ¿Neechan?
-¡Qué bueno! –suspiré agradecida de que estuviera bien. –Hyakki-kun no está. De seguro Okaka se lo llevó.
-¡Aniki!
Aun afectados por la droga, ambas nos pusimos de pie y comenzamos a caminar con pasos tambaleantes. Yo me apoyaba en la roca que estaba en el costado del camino y Dororo en una vara de madera.
-Ya vamos, Aniki. Te salvaremos. –decía ella con esfuerzo al caminar.
-No te preocupes, Dororo. –dije recuperándome de a poco. –Hyakki-kun no está solo.
Ella me asintió y ambas continuamos caminando. Escuché el sonido de la cascada acercarse, lo que me confirmaba que estábamos cerca. Al asomar por una pequeña colina, vimos a la mujer arrastrando a Hyakkimaru tras la cortina de agua.
-¡Aniki! –sin saber de dónde había sacado las fuerzas, la niña corrió hasta ellos.
Intenté seguirla, pero mis débiles piernas, aun afectadas por la droga, me hicieron caer al suelo. Noté en la carrera de la pequeña que también estaba afectada aun, pues cayó cuesta abajo rodando y sorprendiendo a la mujer.
-¡Dororo! ¡Y Sasayaki! ¿Por qué han venido? –preguntó al vernos intentar llegar a ella.
-Devuélvelo… -la niña intentaba ponerse de pie, pero no se estabilizaba.
-¡Deja a Hyakki-kun! –yo también comencé a bajar el camino.
Dororo, aun en su falta de equilibrio, caminó cerca del muchacho, mas la mujer la sujetó de la ropa y la levantó en el aire frente a ella muy molesta.
-¡No! ¡Dororo! –grité asustada de que la aventara cascada abajo.
-No los até, ¿por qué no escaparon? –dijo Okaka percatándose de que a mí también me costaba caminar.
La niña intentó arañar la cara de la mujer, lo que hizo que esta reaccionara lanzándola contra la pared de la cueva tras la cascada. Yo fui hasta ella lo más rápido que pude. Me asintió para decir que estaba bien, luego ambas miramos al joven atado frente a nosotras.
-Nunca lo dejaremos… -susurré y cubrí a Hyakkimaru con mi cuerpo.
-Nunca te dejaremos llevarlo. –continuó Dororo haciendo lo mismo.
-¡Aléjense de él! –la mujer tenía unos amenazantes ojos, pero eso no nos hizo retroceder.
-¡Nunca! Prometimos que nos quedaríamos a su lado. –dijo Dororo.
-Prometimos que no lo dejaríamos solo. –aunque sentí que mis ojos se mojaban ligeramente, miré desafiante a Okaka.
-¡Ustedes dos…! –la señora intentó quitarnos de encima del joven agitando nuestros cuerpos, lo que hizo que este despertara.
-Sa…sayaki… Dororo… -dijo al reconocer nuestras auras sobre él.
-¿Ya despiertas, dormilón? –dije feliz de ver que solo estaba dormido.
-Dormiste bastante bien, Aniki. –comentó la niña sonriendo cansadamente.
Hyakkimaru se ayudó de las espadas de sus brazos y cortó la cuerda que lo mantenía atado. Se abalanzó sobre la mujer haciendo que esta huyera hacia una roca frente a la estatua. Me fijé que la imponente figura portaba una enorme espada. Vi al muchacho dirigirse a la estatua como si fuera una amenaza, entonces llegué a la conclusión de que la fuerza maligna se hallaba en esa figura gigante. Cuando el joven se elevó hacia la cabeza de esta, un viento extraño salió de su boca haciéndolo caer y rodar por el suelo de la cueva. De no ser porque se sujetó de una roca, hubiese caído al agua.
-¡Hyakki-kun! –me asusté al verlo así y fui en su ayuda.
-¡Neechan, cuidado! –la voz de Dororo me hizo ver que la espada de la estatua giraba con destino a cortarnos a Hyakkimaru y a mí.
No retrocedí, prefería pasar por cualquier cosa que dejar morir a la persona más especial de mi vida. Sin embargo, mi cuerpo se heló cuando la espada no había terminado de caer y vi al joven dejarse caer al vacío.
-¡No! –grité con todas mis fuerzas sintiendo la gigantesca arma pasar frente a mi cara sin tocarme.
Me arrodillé con dolor en el corazón. Estaba completamente convencida de que se había ido. Una voz que reconocí con melancolía me inundó el alma, mas no pudo callar su llanto.
-Sasayaki, ayúdame. –volteé a la mujer y reconocí en ella el rostro de mi madre.
Tomé una roca en mi mano y se la lancé con rabia. No tenía nada más en mi mente que acabar con la existencia de ella por haberme hecho perder a alguien tan preciado.
-¡Mi madre está muerta, idiota! Acepté su partida hace mucho, ¡pero no aceptaré tan fácilmente la de Hyakkimaru! –mientras le lanzaba rocas a la mujer, de la mano libre de la estatua bajaron al agua unos aros atados con cuerdas.
Al subir estos, mis ojos no creían lo que veía. Era él, mi corazón volvió al palpitar de felicidad. Hyakkimaru estaba bien, estaba vivo. Eso era todo lo que necesitaba para vivir, saber que él lo hacía también.
Con ayuda de la cuerda de los aros, destruyó la mano de la estatua. Al caer las piezas, me cubrí los ojos y la cabeza, pero al cesar el ruido, otra voz que conocía se hizo presente.
-Detente, Hyakkimaru. –habló otra vez la mujer. –Ya has hecho suficiente. No hay necesidad de destruirlo.
-Esa voz, es la mamá de Aniki. –dijo la niña desde el suelo.
-¿Estás bien, Dororo? –ella solo asintió.
-Ahora, ven a mí. –lo tentó y él se acercó.
-No… -pidió la pequeña débilmente.
-Eres Okaka. –sentenció él secamente, lo que desconcertó a la señora.
-No lo engañarás, mujer retorcida. –dije muy segura de mis palabras al mirarla de frente.
-¿Por qué? ¿Por qué no cambia mi cara? –se tocaba con ambas manos al no notar el cambio. - ¿Nunca has visto el rostro de tu madre?
-Ni ninguno. Hyakki-kun está ciego. –dije con algo de tristeza en la voz, pero desafiando con la mirada.
El joven se dispuso a atacar a la estatua nuevamente, pero la señora usó su poder en la cuerda de que portaba en la recién destruida mano y lo aprisionó por todo el cuerpo.
-¡Hyakki!
-Tu cara… Dame tu cara… -ella lo arrastraba desde la distancia haciendo brillar un fuego violáceo en sus manos. –He estado esperando por siempre una cara como la tuya.
-¡No! ¡Detente! –yo intentaba inútilmente liberar a Hyakkimaru del amarre.
-¡Basta ya, mamá! –Dororo abrazó a la mujer por detrás haciendo que se detuviera sorprendida.
-¡Cállate! Debo tener su cara. ¡La más magnífica que he visto en mi vida! –asustada por sus palabras abrecé lo más fuerte que pude el cuerpo del joven, en un último intento por protegerlo.
-¿Por qué tiene que ser tan magnífica? –le dijo la pequeña temblando tanto como yo. -¿No es suficiente con tener ojos, nariz y boca? –la señora se detuvo otra vez por lo que Dororo decía. –Pero tenías que ser tan egoísta. Te convertiste en un monstruo que engaña a la gente y les arranca la cara.
-¿Un monstruo…? –repitió ella sin creerlo.
-¿Por qué? ¿Cómo pudiste hacer tal cosa? –prosiguió la niña. –Piensa en esas personas a las que les han arrancado su cara. –ella miró a Hyakkimaru cómo sufría por su atadura y mis ojos suplicantes de que lo liberara. –Su dolor, su frustración, su tristeza.
Una parte de la cuerda se enrolló alrededor de la cintura de la niña y la alejó de la mujer. Esta miró a su gigantesca obra sin terminar.
-Una cara, más magnifica que cualquier otra estatua de Fudo. –dijo como un desahogo.- ¿Por qué? ¿Por qué he…? No lo sé… desde cuándo…? –dio varios pasos hacia atrás y vi el arma formidable comenzar a dar su giro distintivo para cortar. -¿Desde cuándo tengo…? No puedo… -ella respiró profundo y levantó sus manos para cubrir su cara. –Ya no puedo…
La trayectoria de la espada se dirigía a ella, lo cual no pudo esquivar. El hecho de ser herida hizo que perdiera el control sobre las cuerdas. Hyakkimaru aprovechó esa oportunidad y se subió a la espada cuando regresaba a su posición original. Luego atacó la cara de piedra rompiéndola ligeramente, tras de él la espada cayó sobre el deformado rostro y se quedó quieto. Por como actuaba el muchacho, el peligro había pasado. Me alegré, pero… vi a Dororo junto a Okaka, dolida por la gravedad de la herida de esta.
-Dororo… -habló la mujer con sus últimas fuerzas y levantó su mano hacia la pequeña. –Déjame sentir tu cara… -la niña tomó la mano y la colocó en su rostro con ternura. –Sonríe para mí. –la complació.
No muy lejos de ellas, Hyakkimaru y yo las observábamos en silencio.
-Eres muy amable, Dororo. –le confesó Okaka. –Tu cara sonriente, es como… la cara de Buda.
Lentamente, el cuerpo de la señora se fue convirtiendo en polvo que se desvaneció en el aire y en las manos de la niña. Lo único que dejó fue su kimono y su largo pelo, pero Okaka había desaparecido para siempre. La niña tomó la tela y la abrazó contra su cara con tristeza. Sabía que debía consolarla, pero esto era algo que ella debía de enfrentar sola. Ver morir a su mamá una segunda vez no es fácil de confrontar. Tomé la mano de Hyakkimaru y con la otra me cubrí la boca para que no se escucharan mis gemidos por el llanto que quería mantener oculto.

No estás solo, Hyakkimaru.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora