-Ah, ¿eran ustedes tres? Qué casualidad. –dijo el anciano ciego.
Este guardó su espada en el instrumento que traía, estaba oculta en el brazo de la guitarra. El niño y yo miramos asustados a nuestro amigo. Estaba demasiado quieto, como si se hubiera quedado en blanco.
-¡Aniki! ¡Aniki! ¿Qué sucede contigo? –el pequeño lo agitaba por los hombros.
-Hyakkimaru… -susurré, conocía ese sentimiento.
Dororo no logró que el joven reaccionara, por lo que retomó su lugar cerca de la fogata seguido por el anciano. Yo me quedé curando las heridas de Hyakkimaru, aunque lo suficientemente atenta como para conversar con los otros sin molestarlo mucho.
-¿Qué le ocurrió? –preguntó el hombre.
-Recuperó sus oídos. –dije en murmullo.
-Ya veo, sus oídos. Bien por él.
-No es bueno. Se ha debilitado ahora que puede oír.
-Dororo, no es eso. Es humano, por recuperar un sentido no será más débil. ¿Acaso quieres que sea un monstruo de piezas faltantes?
-No, pero…
-¿En serio crees eso, Dororo?
-Bueno, fue golpeado por ese ayakashi que incluso tú pudiste matar.
-Vaya, gracias. –sonrió el anciano. –Aunque la señorita Sasayaki también merece mérito por su valentía.
-¿Eh? ¿Qué dice, Sacerdote? Yo solo… -me sonrojé.
-Protegiste a tus amigos. Tienes mucho valor, y eres sacrificada. (Tal vez, demasiado.)
-¿Qué? –él negó con la cabeza.- Solo quería que ellos estuvieran bien.
Dororo miró con dolor a Hyakkimaru, no quería que un incidente así se repitiera.
-¿Él estará bien? –preguntó.
-Ha superado lo peor de todo. Podríamos usar alguna medicina, si solo tuviéramos alguna.
-Lo siento, Sacerdote. Hice lo posible para que me duraran, pero las que traía en mi bolsa ya se acabaron. Solo me quedan las vendas.
-Yo iré a buscar alguna. –dijo Dororo dispuesto. –Hay una gran ciudad al otro lado del río.
-Mejor no. –le aclaró el anciano. –Escuché que hay una guerra preparándose. Es peligroso. Parece que el clan Sakai, que gobierna esta área, traicionó a un aliado. Los dos ejércitos tienen sus espadas desenvainadas. Que extraños como nosotros nos acerquemos a ellos ahora sería un suicidio. Por eso di la vuelta y me encontré con ustedes.
-Tendremos, entonces que conformarnos con lo que tenemos. –dije decepcionada.
-Maldición, ¿por qué a los samurái les gusta pelear tanto? –se quejó el niño.
Por el sonido de nuestra conversación, Hyakkimaru necesitó cubrir sus oídos de nuevo.
-Lo siento. Eso fue muy fuerte. –se disculpó Dororo.
-No te muevas ahora. –le recomendó el hombre al joven, pues este se había dado vuelta para no escucharnos. –Tus heridas se abrirán.
Al decir esto, el anciano puso su mano sobre el hombro de Hyakkimaru, pero esté huyó del contacto con gesto repulsivo. Sin hacer mucho caso al rechazo, el hombre solo retiró su mano. Intenté yo también, pero el muchacho huyó de mí con un movimiento sin dejar siquiera que lo tocara.
-Cielos. –dijo el anciano.- Eres como una bestia escondida en su cueva.
Él tomó la mano del muchacho, descubriendo su oído y se acercó a su cara.-Escucha. Esta es la voz de un humano. –le dijo forzando su intento de volver a cubrirse. –Los otros sonidos son las criaturas en el bosque, el fuego y el viento. Tienes que acostumbrarte a ellos. Salir de tu cueva y vivir en este mundo.
-Sacerdote, no lo provoque, está enfadado por lo que pasó recién. –le dije al ver que Hyakkimaru conseguía salir del forcejeo.
-Está herido. No lo fuerces. –continuó Dororo. –Aniki necesita tiempo para acostumbrarse.
Luego de eso, todo fue silencio. Ninguno dijo otra palabra. Nos dormimos a los pocos minutos mientras la fogata perdía su intensidad desvaneciéndose en la noche. Al amanecer, me despertó la voz del anciano.
-Ah, buenos días… -dije frotando mis ojos. -¿Eh? Hyakkimaru, ¿a dónde vas?
Fui tras él preocupada. Al seguirlo escuché una voz, alguien cantaba y era una canción agradable. Aunque me llevaba unos pasos de ventaja, no corrí, pues no quería irritar más al muchacho. Noté que, a unos metros frente a mí, él se detuvo, también la canción… y también mis pasos. Él volvió a caminar, yo también lo hice, pero me quedé tras un árbol al ver hacia lo que se dirigía. Era una chica en el río. Llevaba un yukata rojo y un enmarañado pelo largo y negro. Era muy hermosa, era la provocadora de tan bonita melodía. Él extendió su mano hacia ella.
-Ah, no puedes ver. –comprendió ella tomando su mano. -¿Ves? Estoy aquí. –él casi se cae por su debilidad. -¿Qué pasa? Debes tener fiebre. No deberías estar en el agua, ven.
La chica lo llevó de la mano hasta la orilla. Era muy amable con él, aunque no sabía por qué mi pecho se sentía tan extraño. Hyakkimaru se desplomó sobre sus brazos, lo que me hizo salir de mi escondite.
-Espera, resiste.
-Oye, ¿qué le pasó? ¿Está bien? –me acerqué a ellos.
Antes de poder decir algo alguna de las dos, la voz de Dororo se escuchó por los árboles.
-¡Aniki! –la chica miró a los otros dos que venían y luego al muchacho.
-¿Es tu amigo? –me preguntó.
-Lo son los tres. Dime, ¿él está bien? –pregunté desesperada por una respuesta.
-Sí, solo tiene que descansar un poco. Pueden venir conmigo, al menos un techo les puedo ofrecer para cuidar a su amigo.
-Eso sería conveniente, señorita, gracias. –dijo el anciano.
-Vengan, síganme.
Todos seguimos a la chica, esta apoyaba a Hyakkimaru en su hombro. Cada vez me sentía más extraña, pero ¿por qué? Esa chica no había sido mala con él, entonces, ¿qué es esta sensación tan punzante en mi pecho?
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No estás solo, Hyakkimaru.
FanfictionEste es un fanfic de la serie anime llamada "Dororo". Si bien sabemos que Hyakkimaru viaja siempre con su inseparable amigo Dororo y que su primer "amor" fue Mio, pero, ¿y si Dororo no es el único que viaja con Hyakkimaru? Si viajan juntos, ¿por qué...