Misterios de un viejo templo

2.1K 267 17
                                    

Cuando Hyakkimaru nos dejó atrás en el camino, Dororo y yo corrimos hasta él para alcanzarlo. Llegúe primero junto al muchacho, estaba riendo aun por lo que había pasado, pero noté al joven extraño. No avanzamos mucho en el bosque cuando escuchamos una voz femenina y cansada. Detrás de nosotros, la niña nos había alcanzado, al parecer no había escuchado esa voz.
-¡Oigan, no me dejen atrás! –gritó al llegar a nosotros.
-Por favor, compre uno… -era esa voz otra vez, hizo que nos volteáramos.
Cuando vimos lo que era, Dororo fue la que más se impresionó, y no la culpo, era la que más cerca estaba de esas criaturas. Era una especie de mujer calva y en extremo delgada con rasgos exagerados y ropa un poco caída. Parecía una especie de niebla con forma humanoide, pues se podía ver a través de su cuerpo. Detrás de ella una criatura enorme, cabezona y con labios y mejillas regordetas, vestía unas ropas de bebé que no dejaban ver sus pies y su piel era de un color rojizo.
La niña se asustó tanto que se ocultó tras nosotros. Al principio, yo también me asusté, pero noté que mi compañero no reaccionaba ante estas criaturas, por lo cual no las tomé como peligrosas.
-Te lo ruego… -la mujer se difuminó en el aire, dejando solo al gigantesco bebé.
-Desapareció. –se sorprendió Dororo. -¿Qué pasa ahora? –la criatura extendió los brazos hacia adelante y se acercó a nosotros.
-Parece que quiere algo. –dije al ver su comportamiento.
-Aniki, ¿qué son? –preguntó la niña señalando al bebé enorme.
-No son demonios. –respondió el muchacho seriamente.
-Maa maa, maa maa. –la criatura se acercó a la pequeña haciendo que esta pegara un grito de espanto. - ¡Cárgame! –abrazó a Dororo cayendo sobre esta en el suelo.
-Parece que le agradas, Dororo. –reí aliviada de que fuera un espíritu bueno.
-¡Pesas! ¡Me aplastas! –se quejaba la niña. -¡Ayúdame, Aniki!
-No es un demonio. –repitió el chico y siguió caminando conmigo a su lado riendo.
-Pero es un monstruo. ¡Ayúdame! ¡Oye, Aniki! ¡O tú, Neechan! ¡Quién sea! –la pequeña gritaba mientras el espíritu le pedía que lo cargara una y otra vez.
Cuando caía la noche, seguimos avanzando. Detrás de nosotros, el bebé gigante llevaba a Dororo cargada en brazos y caminaba como si flotara.
-¡Cárgame, cárgame! –pedía.
-¡Ahora eres tú quien me carga, cielos! –seguía quejándose la niña. –Dame una mano, Aniki. Neechan, tú debes saber de estas cosas. –yo solo reía sin decirle nada, la verdad, era divertido verla en esa faceta.
-Maa maa, maa maa. –la criatura apretaba a Dororo cada vez más en cada abrazo, se había encariñado en grande con ella.
-Dame un respiro, yo soy quien quiere maa maa. –susurró la pequeña.
Caminamos un poco más hasta que dimos con una construcción en medio del bosque.
-Oh, es un templo. –dijo Dororo.
Entramos al lugar, estaba todo destruido y casi no tenía techo.
-Está todo quemado por dentro. –comentó la niña. –Pero al menos podremos quedarnos durante la noche.
-¿Habrá habido algún incendio? –dije revisando algunas de las maderas quemadas que colmaban el suelo del lugar.
De repente, el bebé dejó a Dororo en el suelo y miró arriba pensativo.
-¿Qué sucede? –le preguntó ella al ver que la soltaba.
-Pipí. –respondió poniendo sus manos en su entrepierna.
-¿Qué? –se sorprendió. –Dame un respiro. ¡No puedo cuidarte!
-¡Pipí!
-No, déjame fuera de esto.
-¡Pipí! –Dororo huía de él y este la perseguía.
Mientras eso ocurría, Hyakkimaru recorría los escombros revisando lo que había. Yo estaba a su lado, también pasaba mis ojos por nuestros alrededores en busca de alguna pista de lo que podía haber pasado en ese lugar. Salimos a uno de los costados del lugar y noté que el muchacho percibía algo.
-¿Qué pasa, Hyakki-kun? –pregunté  al verlo así y reparé en que miraba a su derecha.
Ahí se encontraba la mujer del bosque, ella señalaba a algo en el suelo. Luego se volvió a desvanecer. Nosotros nos acercamos a comprobar lo que ella señalaba. En el suelo había una mancha de humedad en la tierra. Tenía un olor peculiar, Hyakkimaru lo tocó y olfateó.  Luego lo puso frente a mí para que también lo oliera.
-Parece aceite… -sentencié.
-¿Qué sucede, Aniki? –Dororo estaba detrás de nosotros junto al espíritu. –Lo hice ir a orinar afuera en lo arbustos. –el joven extendió su mano hasta Dororo. -¿Qué? ¿Aceite?  -dijo tras olerlo también.
-Está por todo el suelo. –comenté cuando el muchacho señaló la mancha.
-¿Por qué hay aceite aquí? –cuestionó la niña. –No será que alguien…
-¡Maa maa! –el bebé la sorprendió abrazándola desde atrás.
-¡Me has asustado mucho, maldita sea! –gritó ella mientras intentaba zafarse en vano. –Ahora no es momento para esto.
-Maa maa…
-Ni siquiera sé lo que comes. –se quejaba entre forcejeos. –Nosotros también tenemos hambre. No tenemos comida para monstruos… -paró de moverse y se volteó al ver la cara del bebé. –No quieres decir…
-Maa maa… -la niña gritó con espanto.
-¡No, no me comas! ¡No tengo buen sabor! –la criatura solo abrazaba con cariño a Dororo.
-Maa maa… -yo reía a carcajadas ante la escena.
-¡Ayúdenme, Aniki, Neechan! –Hyakkimaru se mantenía serio.
De repente, el bebé gigantesco se difuminó como la mujer misteriosa, dejando caer al suelo a la niña. Esta se quejó por la caída, pero esta vez no reí, me fijé en el sonido de unos pasos que se acercaban por un camino. A pesar de la oscuridad de la noche, divisé la figura de un hombre con unas pequeñas flores en las manos, pero no pude ver bien su cara.
-Pensar que me encontraría con viajeros aquí. –dijo el hombre.
-Buenas noches, señor. –dije haciendo una reverencia.
-Qué curiosos son. –comentó. –No deben haberlo sabido, pero aquí es peligroso por la noche. Un ayakashi sale en este lugar.
-Un ayakashi… -susurró la niña.
El hombre fue hasta el templo, en una pequeña sección del suelo de madera de este donde había algunas hierbas secas, y dejó las flores que traía. Juntó sus manos para rezar y luego habló.
-Vengan a mi casa si quieren. No me gustaría saber de personas que son comidas en mi pueblo de montaña. –era una propuesta sorpresiva, pero era mejor que pasar la noche a la intemperie.
Al voltearse el hombre hacia nosotros,  pude ver sus ojos, eran en extremo escalofriantes. Mi piel se erizó por un momento al cruzar miradas con él. La pequeña también se sintió incómoda, pues se puso por el otro lado buscando protección en Hyakkimaru. El muchacho miraba fijamente al hombre, sin siquiera cambiar su expresión de ceño fruncido. Noté por eso que sospechaba algo del hombre.
-Mi nombre es Sabame. Soy el señor de esta tierra. –se presentó. –Me gustaría saber de sus viajes.
A pesar de lo sombrío de su mirada al dar su propuesta, accedimos a seguirlo. En el camino, Sabame iba frente a nosotros.
Oye, es realmente un monstruo, ¿verdad? –susurró Dororo.
-Es muy extraño, me inquietan sus ojos. ¿Será? –dije en el mismo volumen bajo.
-No estoy seguro. –fue la respuesta del joven.
Al entrar al pueblo, vimos a un par de aldeanos hablar con gran agradecimiento y devoción al señor de su tierra. Parecía ser un hombre bien valorado por su gente, y lo reconocían por ser trabajador.
-Ahora que lo pienso, -comentó Dororo. -¿a dónde fue ese bebé monstruo?
-¿Qué? ¿Ya lo extrañas? –le susurré.
-¡Ni en sueños! –reí por lo bajo ante su respuesta.
Sabame nos condujo a través del pueblo hasta una gran casa.
-Esta es mi residencia.  –hizo un ademán para que pasáramos. –Entren.
Era un hombre amable, por su comportamiento no había duda alguna de ello. También los aldeanos los admiraban y nos ofrecía su casa con gran desprendimiento. Parecía una persona perfecta… de no ser por la mirada tan inquietante y las dudas que me daba el que Hyakkimaru no haya podido saber si era o no un monstruo. Aceptaría su ayuda y amabilidad, pero esta vez, no correría el riesgo, estaría alerta.

No estás solo, Hyakkimaru.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora