Luchando contra un monstruo

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Al llegar al lugar, solo pude ver un enorme agujero en el suelo, al fondo de este se encontraba una cabaña abandonada. Se notaba que el lugar era apartado y tranquilo... si no fuera porque estaba custodiado por un demonio.

-Ten cuidado, Hyakkimaru. -le dije soltando su mano.

Ante la criatura que salió entre una nube de polvo, el muchacho se despojó de sus brazos y se puso en guardia. Yo recogí del suelo sus piezas y retrocedí. El demonio atacó, pero Hyakkimaru hizo lo posible por mantenerlo dentro del agujero. De poder salir, me atacaría y seguiría a todo lo que pudiera matar.

A pesar de seguir afectado por su oído, el joven intentó no ponerle atención y guiarse por lo que conocía, el color del alma del demonio. Atacó, esquivó, parecía una danza en la cual no se sabría cuál sería el que diera el último paso. En más de una oportunidad me vi tentada a advertirle de algún peligro, pero él lo notaba, si mi voz estaba en la batalla, podría perder. Una leve llovizna comenzó a caer. Me limité a juntar mis manos y rezar por su bien.

En ese momento era la única ayuda que podía darle, y esperaba que fuera la única que llegara a necesitar.
Sin embargo, el miedo me consumió al ver que la criatura lo había vuelto a atrapar, mordiendo su pierna derecha nuevamente.

-¡Hyakkimaru! -grité desesperada, esa pelea no tenía sentido ya.

Pero él me sorprendió cuando vi que al romperse la madera, una de las katanas que nos había mostrado Takebo estaba bajo esta. Haciendo uso de esta, el muchacho atravesó la boca del demonio.

-¡Aniki! -a lo lejos escuché la voz exasperada de Dororo.

Hyakkimaru dio un salto y, con el impulso de la caída, cortó la cabeza de la bestia. De repente, la lluvia se detuvo. Dororo se acercó a mí al ver que agitaba los brazos, luego notamos que Hyakkimaru dejaba caer la espada que había ocultado en su pierna. Sus huesos, músculos y piel estaban brotando. Comprendí que al recuperar su voz, la criatura lo había despojado de otra cosa, por lo cual aún seguía viva.

-¡Aniki! ¿Estás bien?-preguntó el niño agitado.

-Está bien, Dororo. La batalla fue dura, pero no salió lastimado. Al menos, no mucho. -él me miró con desprecio.

-¿Por qué lo dejaste venir? Sabías que era peligroso.

-Intenté detenerlo, pero ya sabes cómo es él. Lo acompañé para que no estuviera solo si algo le ocurría. Él estaba decidido, así que solo vino.

-Al menos, ganó.

Los tres nos fuimos de regreso a la casa con Mio y los niños. Yo estaba ansiosa de darles la noticia de que podíamos vivir en ese lugar. Todos ayudaríamos a sembrar el arroz y tendríamos comida suficiente siempre.

-Cielos, ¿cómo pudieron irse sin decirme?

-Perdón, sé que debimos avisarte, pero fue todo muy repentino.

-¡Mio-neechan también está preocupada!

-No nos regañes más. Ya sabemos que estuvo mal que nos fuéramos. -hice un puchero.

-Pero, bueno, tu pierna volvió a crecer. -un olor agrio me invadió, Hyakkimaru se detuvo en seco. -¿Qué pasa?

Todos miramos a la colina donde se encontraba la casa... ¡Estaba en llamas!

-¡La casa! -dijo Dororo antes de echar a correr.

Nosotros lo seguimos, corrimos todo lo que pudimos, en nuestras mentes solo estaba la preocupación por los niños y Mio. Yo pensaba que era como una rival para mí, pero había sido muy buena y atenta. Su sacrificio incluso por nosotros no se comparaba con nada que yo hubiese hecho antes por nadie. Al pensarla solo veía a una gran amiga, quizás hasta una hermana. Cuando llegamos, Dororo y yo no dimos crédito a la masacre que aquellos samuráis habían hecho.

No estás solo, Hyakkimaru.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora