Lo que descubre la fiebre

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Pasamos varios días lluviosos viajando sin rumbo fijo. En ese tiempo Hyakkimaru había aprendido algunas palabras que le enseñamos entre Dororo y yo. Desde su última adquisición sensorial, pasaba largos minutos olfateando cosas como hojas, flores, insectos y, a veces, a nosotros.

Cerca de un sembrado de arroz, el joven volvió a detenerse a sentir el aroma de unas flores azules. Yo estaba emocionada por él, descubrir cosas así es lindo. Miré el campo de arroz y a mi mente regresó la imagen de Mio, sentí que cada día que pasaba estábamos más cerca de lograr su sueño, pues sería un día menos para que la guerra terminase.

-¿No te aburres? Has estado oliendo cosas todo el día. –dijo Dororo con voz apagada.

-Está descubriendo cosas nuevas, es normal estar así. Es como un niño que quiere explorar el mundo cuando aprende a caminar. –él tomó la cabeza del pequeño y olfateó su pelo.

-Ya es suficiente. –empujó al muchacho para apartarlo de sí.

-Es muy curioso. –reí, mas vi al niño caer con debilidad.

-¿Dororo? ¿Te sientes bien? –pregunté al ver su estado.

Él intentó levantarse nuevamente, pero cayó inconsciente a mis brazos. Hyakkimaru se percató de ello y regresó, pues había retomado la marcha.

-¡Está ardiendo! –miré mi bolsa vacía. –Ya no me queda nada. Ni medicinas, ni vendas. Hyakki-kun, debemos buscar ayuda para atenderlo.

El joven tomó al niño y cargó su cuerpo sobre su hombro.

-No seas tan brusco. Se siente mal. –le dije, pero él continuó llevándolo igual.

Un hombre se acercaba por el camino. Maldita la hora en la que se me dio por ser tímida. Al menos Hyakkimaru dijo algo más coherente que mis balbuceos. Pero esto asustó al hombre y se alejó sin decir más. Con expresión acusadora, Hyakkimaru no necesitó palabras para regañarme.

-Lo sé, lo sé. –suspiré. –Lo siento, ¿sí? No soy muy buena tratando a personas que no conozco. Me esforzaré más la próxima vez, por Dororo.

Caminamos un poco más, cerca del sendero, bajo un árbol, otro hombre bebía de una cantimplora de bambú junto a un par de tumbas acompañadas de una flor roja.

-Dis…culpe… -susurré, la verdad, no me había dado cuenta hasta ese momento el honor que le hacía a mi nombre. –¡Señor! –dije un poco más fuerte y llamé su atención.

-Dororo, cuerpo, caliente… -pronunció el joven mostrando al hombre a nuestro dormido amigo.

-Enfermo, ¿eh? Lo siento, pero solo soy un granjero. No tengo medicina. No sé cómo ayudar. –el hombre recogió sus pertenencias y se fue.

-Espere, debe saber de algún médico cerca o algo. –este solo negó y se alejó.

-Jo, vaya, ahora que ya había conseguido hablar bien. –hice un puchero. –Qué remedio, por ahora recuéstalo bajo la sombra, eso lo refrescará un poco.

Hyakkimaru y yo nos quedamos junto al niño, el cual, al despertar ligeramente, se fijó en la flor roja junto a las tumbas.

-¿Mamá? –dijo casi desvaneciéndose.

-¿Sucede algo? –una voz de mujer a nuestras espaldas se hizo conocer.

-Sí, por favor. Tiene fiebre, muy alta y ya no tenemos medicinas para usar. –la señora me miró sorprendida por lo preocupada que estaba y lo rápido que dije todo.

-Puedo darles acogida en el templo hasta que se recupere el pequeño. –mis ojos se iluminaron de la felicidad.

-¡Gracias! ¡Gracias, de verdad! –la señora nos guió hacia el templo y nos envió a Hyakkimaru y a mí a buscar agua para refrescar a Dororo y lavar nuestras ropas.

Cuando fuimos al río, me percaté que era bastante grande y tenía una cascada no muy alta, estaba en un lugar apartado, solo cercano para la gente del templo, pues su corriente más baja era lo que usaban para sembrar el arroz.

-Es hermoso… -dije al verlo, pero luego bajé la mirada. -¿Sabes, Hyakki-kun? Tengo un poco de miedo cada vez que recuperas algo.

-¿Sasa…yaki? –él parecía confundido.

-Es una tontería mía, no me hagas caso. –me tomó de la mano sin dejarme ir. –Está bien, te lo diré. Tengo… un poco de miedo de no… gustarte si recuperas la vista… No te burles por eso, es solo que me da pena pensarlo…

Él se quedó quieto por unos segundos, pero luego escuché ese sonido tan breve, pero comunicativo. Se había reído de mí.

-¡Hyakki-kun! Te dije que no te burlaras. –le lancé sonrojada la cubeta de agua vacía y este solo la esquivó de un movimiento. –Jo, eres cruel conmigo.

-Sasayaki… linda…

-¿Eh? –no daba crédito a lo escuchado. –Gra… gracias… -me sentí caliente, ¿estaría enferma yo también? –Se… será mejor que regresemos. Dororo necesita esta agua. Vamos.

Llenamos las cubetas y regresamos al templo. Dororo estaba hablando de sus padres con la señora que nos había ayudado. No nos vio, pues estaba de espaldas a la puerta. Habló de cómo su padre lideró a los granjeros para ir en contra de la guerra y los samuráis. De cómo fue traicionado y asesinado frente a sus ojos. De cómo su madre hizo sacrificios por darle de comer, al punto de quemar sus manos para echar la comida caliente, por no tener siquiera un cuenco, pero por poder alimentarle. De cómo esta murió en medio de un campo de Manjushage, al no poder más con su hambre.

Tanto dolor acumulado, y Dororo nunca fue capaz de contarnos nada. Quería demostrar que era fuerte a pesar de su edad, pero esa fortaleza no era suficiente para dormir en calma por las noches. Su madre le dijo que nunca se rindiera, por eso era siempre tan decidido al hacer todo.

-No voy a perder por alguna guerra… -se durmió tras decir esto.

-No sé cómo ustedes están relacionados. –la anciana nos habló. –Pero debe ser difícil viajar con una chica tan joven. Rezo para que Buda los bendiga en su viaje.

Sus palabras me dejaron pasmada por un segundo. ¿Dororo? ¡¿Una chica?! Era difícil de creer, pero era cierto. La señora lo había comprobado cuando lavó su cuerpo por el sudor de la fiebre. Lo pensé por un momento, era extraño, pero a la vez gracioso, puesto que ella no sabía que habíamos descubierto su secreto.

Lo que nunca llegué a imaginar es que al otro día sería yo la que confesara más de un secreto.

No estás solo, Hyakkimaru.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora