Problemas con el sueño

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Cuando entramos en la residencia, fuimos recibidos por una gran cena y un espectáculo de danza y música. Me sentía fuera de lugar ante tanto lujo. Dororo comía con gran entusiasmo, hacía mucho que no comíamos como para llenar nuestros estómagos. Me fijé en que Hyakkimaru no era muy dado al uso de los palillos, pues los miraba con extrañeza.
-Sostenlos así. –los coloqué correctamente en su mano y la moví abriendo y cerrando los palillos. –Tomas los alimentos con esta parte y los sujetas apretándolos por los lados. –el joven ni lo intentó.
Fui alternando entre comer yo y darle los alimentos a él. Me juré a mí misma que luego le enseñaría a comer con los palillos. Sabame sonreía ante la danza de las artistas y tomaba sake.
-Es un baile de país antiguo. ¿No les gusta? –nos preguntó con esa mirada penetrante.
-Es bastante elegante. –dije disimulando una sonrisa.
-¡Más, por favor, mucho! –pidió Dororo extendiendo su cuenco a la chica que nos servía, ella lo hizo y se lo devolvió lleno. – Gracias. –señaló al hombre. –Eres un tipo realmente genial, alimentándonos siendo extraños.
-Disfruto escuchando las historias de los viajeros. –respondió Sabame, era la segunda vez que decía eso, me percaté. –Ya que nunca he dejado esta tierra.
-¿Sí? Pero apuesto a que también tienes algunas historias interesantes. Como ese demonio en el templo quemado.- esta niña puede resultar astuta en ocasiones, pues había evadido el tener que contar nuestras historias y los secretos de Hyakkimaru.
Al mencionar el tema del templo, la música se detuvo y el semblante del señor cambió radicalmente a una seriedad sospechosa. Las bailarinas y la sirvienta se retiraron de la habitación tras hacer una reverencia, dejándonos solos.
-No es una historia bonita. –dijo Sabame tras una pausa.
Nos contó que esa construcción era un convento que refugiaba huérfanos. Pero, al parecer, una monja de allí los maltrataba y obligaba a trabajar para ella bajo la amenaza de ser golpeados si desobedecían. Y al pasar los años, los vendía. Según Sabame, el cielo mandó su mensaje de molestia y desagrado ante la actitud de la monja con la maldición de un rayo que quemó todo hasta donde lo encontramos. Dijo que todos habían muerto dentro, tanto la monja como los niños.
-Eso es horrible. ¿Todos los niños también?
-Dororo tiene razón. Parece injusto que también murieran los niños si era una condena a los maltratos de la monja hacia ellos. –dije.
-Nos arrepentimos de no haber hecho algo antes. –comentó el hombre tras un trago de sake. – Es demasiado tarde para arrepentimientos, pero oramos por esas pobres almas.
-¿Y el ayakashi? –preguntó Hyakkimaru al detener mi ademán de alimentarlo con su mano.
-Es el fantasma de la monja. –respondió Sabame muy seguro.- Supongo que no pudo subir al cielo. Aparece todas las noches y se come a los que pasan.
-Menos mal no ser de ellos. –dijo Dororo mirándonos, pero Hyakkimaru se quedó serio un segundo.- Todo gracias a ti.
-Me alegra oír eso. –su voz grave y su expresión sin alegría no me convencían de sus palabras; él se puso de pie. – Es tarde ahora. Siéntanse libres de quedarse aquí y descansar todo el tiempo que deseen.
-Le agradecemos mucho su amabilidad. –hice una reverencia, todos nos pusimos de pie.
Sabame se retiró y a los pocos segundos una sirvienta se nos presentó diciendo que la siguiéramos. Nos condujo hacia una habitación que tenía los futones ya tendidos y la salida estaba frente a un pequeño lago de la residencia. Le agradecimos a la mujer y esta se fue en silencio cerrando la puerta tras de sí. Observé que la habitación era muy espaciosa y silenciosa. Tal parecía que no formara parte del resto de la casa. Nos acostamos juntos, entre Dororo y yo estaba Hyakkimaru. La noche provocaba los típicos sonidos de los grillos y acompañaba la tranquilidad que no nos dejaba conciliar el sueño.
-Aniki, Neechan, ¿creen todo lo que dijo? –Dororo rompió el silencio con su duda.
-Sobre el ayakashi, no. –respondió el joven.
-Fue muy extraño también cómo se comportaron los sirvientes. –agregué.
-Sí. Y sobre cómo el templo fue incendiado por un rayo. –continuó la niña. –Esas manchas de aceite deben significar que alguien le prendió fuego.
-¿Cómo alguien haría algo tan cruel? –me sentí triste al pensarlo.
-Lo veremos a su tiempo. –sentenció el muchacho.
-¿Crees que un demonio vendrá aquí? –Dororo se incorporó un poco molesta.
-Ojalá que no. –dije mientras acercaba mi futón al de Hyakkimaru.
La niña se puso de pie e imitó mi acción acostándose luego con una sonrisa.
-No tengo miedo, ¿sabes? –dijo tras ser atacada por la curiosidad del joven.- Vaya, esta casa seguro que está fría. Creo que hay una corriente.
-Vaya forma de disimular, Dororo. –cubrí mi boca al reír y ella hizo un puchero.
La noche avanzaba y la tranquilidad era tanta que ya ni los grillos rompían el silencio que fluía en el ambiente. Con una sensación como esa me era imposible conciliar el sueño. Me acerqué a Hyakkimaru y busqué su mano entre las mantas. La tomé con suavidad temiendo despertarlo, mas me sorprendí de ser correspondida en mi gesto.
-Aniki, ¿estás dormido? –al parecer, la pequeña tampoco podía conciliar el sueño, pero el muchacho no reaccionó.
Yo tampoco lo hice, por esta vez, me sentía igual que antes de conocer a mis amigos. Me veía sin futuro, sin un objetivo más allá de estar junto a Hyakkimaru y ayudarlo a recuperar su cuerpo. Era tan extraño no ser ambiciosa, pero… ¿qué podía hacer? Mi vida había sido solo sobrevivir a estas tontas guerras que me habían dejado sin familia y sola. Sobrevivir, porque mi madre me había dicho que viviera por ellos, porque no pude salvar a mi hermana, porque debía ser capaz de cumplir mi sueño, según mi padre… ¿Mi sueño? ¿Cuál era? Ya lo había olvidado, ya la guerra me había hecho perder la felicidad y el pensar en mi porvenir.
Tanto pasaba por mi cabeza en tan solo un segundo que mis lágrimas salieron silenciosamente. Temblé, y mi respiración se entrecortaba por no dejar salir los sollozos. La mano que me sujetaba me apretó haciendo que mirara a su portador con sorpresa. Él no se movió, pero solo ese gesto logró hacer que mi mente tan turbia, se calmara.
Un sonido extraño me hizo reaccionar abriendo los ojos y mirando al techo. Por este caminaba una enorme oruga, no parecía natural. Estaba aterrada hasta que noté la voz de Dororo.
-¡Aniki, hay algo allí! –el muchacho no reaccionó.
El insecto se acercó colgándose de una viga del techo y mostrando cuatro brazos que poseía.
-¡Aniki, despierta! ¡Esto es malo! ¡Neechan, haz algo!
-Espera… -susurré.
Bajo la tela y con disimulo, quité las prótesis de los brazos del muchacho. Cuando la oruga se dispuso a atacarnos, Hyakkimaru la sorprendió con sus espadas cortándole un par de brazos y haciéndola retroceder.
-¡Aniki!
-Retrocedan.
-¡Ten cuidado, Hyakki-kun!- le dije con súplica.
Me coloqué frente a la niña para protegerla con mi cuerpo. Hyakkimaru se dispuso a enfrentar nuevamente a la criatura, pero esta ató sus espadas con una seda que escupió por su boca.
-¿Escupió seda? –dijo Dororo viendo a la oruga intentando escapar. -¡Oye!
El muchacho se liberó con esfuerzo de las ataduras y volvió a cortar al insecto mientras este intentaba escalar por la esquina de la pared. Como se vio sin escapatoria, esta volvió a desprender seda contra el joven. Este la esquivó y lo atravesó con una de sus espadas. La criatura cayó al suelo al alejarse Hyakkimaru.
-¡Lo hiciste, Aniki! –celebró Dororo, pero no entendí por qué una cosa como aquella había ido a por nosotros.
La oruga se retorció y gritó haciendo que una ráfaga rompiera la puerta de la entrada. Ante nosotros, una enorme polilla se hizo presente volando frente a la larva. El herido gusano se acercó a la mariposa a rastras mientras esta expulsaba una especie de polvo de sus alas.
-¿Qué…? ¿Qué es esto?
-¡Dororo! –tomé una de las mantas y cubrí a la niña para que no respirara aquella extraña polvareda.
A todos nos provocó una leve tos, mientras, la polilla se acercó a la oruga y la tomó con sus patas alzándola por los aires con ella.
-Tomó a la oruga. –observó la pequeña.
-Está evitando que la matemos. –dije notando cómo la nube de polvo se desvanecía.
A los pocos segundos, las criaturas desaparecieron y el silencio de la noche retornó.
-Ah, eso me asustó. –suspiró Dororo secando el sudor de su frente.
-¿Todos están bien? –ambos asintieron a mi pregunta.
-Debe ser alguna polilla o monstruo mariposa. –prosiguió ella. –Este polvo hace temblar mi piel. No es veneno, ¿verdad?
-Lávala. –fue la respuesta del joven.
-Él tiene razón, Dororo, mejor no arriesgarnos y limpiar nuestra ropa y piel.
-Usemos ese estanque en el jardín. –ella lo señaló.
Dororo y yo nos pusimos a lavar nuestras ropas y cuerpos en el agua. Estaba fría, pero era necesario hacerlo, pues la sensación de ese polvo era realmente incómoda.
-Oye, Aniki, ¿esa cosa enorme…?
-Un demonio. –respondió Hyakkimaru con seguridad.
-Se llevó a ese monstruo oruga lejos.- continuó la niña.- ¿Crees que vino para salvar a su hijo?
-Tuvo un comportamiento bastante parecido a una madre, pero… -me quedé pensativa y luego hablé. -¿no parece raro que nadie más haya venido a ver lo que ocurría?
Terminamos de lavarnos y regresamos a dormir, no era como que estuviéramos cómodos para hacerlo tras un ataque así, pero debíamos descansar. Yo estaba considerando seriamente el irnos de ese lugar al otro día. Me sentía como carnada, sin saber qué tanta razón tenía.

No estás solo, Hyakkimaru.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora