Hilos que atan vidas

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En nuestro andar, la noche había caído. No habíamos dicho una palabra en todo el viaje, era un silencio punzante, pero nuestros corazones aún seguían dolidos. No se me ocurría una forma de animar el ambiente, pues no era fácil olvidar lo ocurrido.

-Aniki, ¿tienes hambre? –Dororo hablaba con una voz alegre, sin embargo el muchacho no hizo ni un gesto.

Noté el esfuerzo del niño por intentar alegrarlo, pero fue en vano. Ambos vimos con qué cariño el joven sostenía entre sus ropas la bolsa de semillas de nuestra querida Mio. Su recuerdo permanecía en nosotros, pero, sobre todo, en él.

-Ahora que lo pienso, nunca te has reído antes, ¿verdad? –Dororo insistía.

-¿Reírse? –el tema era chocante por lo sucedido, pero comprendí la intención del pequeño. –Cierto, Hyakkimaru. Jamás te hemos visto reírte.

El niño se paró frente a él y le intentó hacer cosquillas, pero no funcionó. El muchacho solo se quedó estático ante el gesto. Dororo se decepcionó e hizo un puchero.

-Bien, sé así toda tu vida. Lo poco que me importa. –el niño continuó caminando, pero el joven no lo siguió.

-No le hagas caso, Hyakkimaru, está molesto porque su broma no funcio… ¿Hyakkimaru? –me percaté de que él estaba actuando extraño.

Escuchamos unas risas, eran de hombre, pero no sabíamos de dónde provenían. Sin embargo, las cosas que decía eran muy… explícitas con respecto al… acto sexual. Dororo y yo nos sonrojamos al escucharlo.

-Nunca voy a volver con mi esposa. –decía aquel hombre. -Quiero quedarme contigo para siempre.

-Yo también. –respondió una vibrante voz femenina.

-¡Consíganse una habitación! –gritó Dororo enfadado y con toda la cara roja, tomó varias piedras del suelo y las tiró al azar. -¡Que se los coma un oso! ¡Tomen esto, y esto!

No pude evitar reírme por su reacción, fue extraño para mí sentirme así luego de pasar por tantos momentos desagradables, pero recordé que estos chicos siempre fueron los culpables de que pudiera reír de  esa forma. Miré a Hyakkimaru esperando, quizás, aunque fuera una sonrisa de su parte, mas solo percibí su seriedad y quietud.

Una vara de madera cayó sobre la cabeza de Dororo, luego una caja hecha de paja. Cuando miramos arriba vimos a la enorme araña que había atrapado al hombre en su tela, y este parecía hipnotizado.

-¡Dororo, cuidado! –le advertí.
Sin dar tiempo a más, Hyakkimaru se despojó de sus brazos y, de un salto, cortó la tela del gigante insecto. El prisionero cayó frente a Dororo.

-Oye, ¿estás bien? –el hombre reía como si estuviese loco, yo me acerqué a ellos. -¿Qué diablos? ¿Ha perdido la razón?

-Como sea, Dororo, tenemos que sacarlo de aquí, hay que ponernos a salvo.

Movimos al hombre mientras Hyakkimaru daba saltos en los árboles para esquivar las picaduras de la criatura. Al ver su oportunidad, cortó, por donde pudo, sus patas, lo que la hizo caer. Ya en el suelo, se disponía a terminar con ella, pero esta soltó su tela y lo ató con ella a un árbol.

-Hyakkimaru!

-¡Aniki! –ambos corrimos a desatarlo mientras la criatura escapaba.

Fue duro romper aquella tela, pero, con ayuda de algunas ramas, lo logramos. Dororo corrió por el camino por donde había huido aquel monstruo, pero no lo vio.

-¡Sal! –gritó y esperó. –Maldita sea. Se escapó. –se cruzó de brazos molestos, nosotros fuimos con él.

Estaba parado en el borde de un risco. La luna iluminaba el bosque bajo él haciendo que todo fuera bastante visible.

-Hey, miren, hay un pueblo. –en efecto,  sus luces eran claras a través del follaje y las montañas. 

-Bajemos, al menos podremos pedir por techo esta noche.  –dije esperando que los ánimos no decayeran.

-¿Crees que seremos bienvenidos en cualquier pueblo después de lo que pasó? –Dororo tenía miedo y era lógico después de lo ocurrido, pero debía recordar que nadie más que nosotros sabíamos lo que había matado a esos soldados.

-Podremos preguntar, si no somos bienvenidos, nos iremos lo más tranquilamente posible. Recuerda que la guerra es entre los líderes, no entre los viajeros. –le dije con una sonrisa, a lo que él asintió.

Los tres caminamos entre las montañas y atravesamos el bosque. Notamos que la entrada del nombrado lugar tenía una gran seguridad entre guardias y construcciones. Al llegar, nos entregaron unas tablillas de identificación a cada uno de nosotros. Debíamos ser muy responsables con ellas y no perderlas, según nos dijo el guardia que nos atendió.

-Que pueblo tan molesto. –se quejó el niño.

-Son las reglas aquí, mejor que las cumplamos. –le susurré.

-Tenemos guardias para proteger el pueblo ahora. –nos dijo el hombre.

-¿Proteger de qué? –preguntó Dororo confundido.

-Hay un secuestrador por aquí. –respondió.

-¡¿Un secuestrador?! –exclamé con espanto.

-Sí, nuestros aldeanos siguen desapareciendo casi todas las noches. Para eso son esas torres de vigilancia. Nos dejan saber si ven algo sospechoso.

Dororo miró a Hyakkimaru sabiendo que este solo estaría comprobando la existencia de cualquier peligro, o incluso, de aquella extraña araña que nos había sorprendido. Anduvimos un rato hasta encontrar las puertas de un templo. Nos sentamos junto a las rojas vigas, por lo menos esa noche tendríamos dónde descansar.

-Apuesto que es ese monstruo araña el que rapta a los aldeanos. –comentó Dororo.

-¿Tú crees? La última vez liberó a su víctima. Pero si es un ayakashi… no sé… -reflexioné.

-Debe ser. Los aldeanos están desapareciendo y vimos cómo tenía a uno secuestrado. Además, parece un gran problema para ellos. Podríamos ayudarlos. –ambos miramos a Hyakkimaru, el cual estaba muy tranquilo. –Apuesto a que también habrá una buena recompensa.

-Supongo que podríamos intentarlo. –detuve mis ojos en el joven más tiempo del que pretendía.

El solo verlo me recordó lo terrible de su comportamiento tras la muerte de Mio y los niños. Recordé lo ansioso que estaba aún cuando limpié su rostro y pelo de la sangre de sus víctimas. Fue un momento muy duro para todos nosotros, aun dolía. Sin embargo, Dororo intentaba seguir adelante. Yo debía hacer lo mismo.

Vi que el niño dormía y decidí dormir también, pero no me conformaría con la actitud de quedarme seria, callada y apartada todo el tiempo. Debía hacer como Dororo, debía seguir adelante. Por ello, me acerqué al muchacho y tomé su mano. Este la retiró rápidamente, como asustado de lo que pudiera crear en él otro sentimiento tan abrasador. Yo me decepcioné, ¿qué esperaba? Él no querría saber de mí luego de perder a Mio, ella era la especial.

Comencé a alejarme con tristeza, pero sentí su contacto. Su mano me sujetaba, me acercaba para mantenerme junto a él. ¿Acaso tendría miedo de perderme a mí también?

-Hyakkimaru, no tienes que hacerlo si no quieres. –él me apretó más aun y me colocó a su lado. –Hyakki…maru…
Me sonrojé, jamás había pensado en que esto pudiera ocurrir. Él me quería cerca, no por mi insistencia, no porque estuviese herido, sino porque se sentía necesitado de mí. Apoyé mi cabeza sobre su hombro y suspiré profundamente. Me sentía feliz, porque él me demostró que estaba feliz conmigo.

No estás solo, Hyakkimaru.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora