Un calor revelador

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A la mañana siguiente, continuamos nuestro camino al lugar de las aguas termales. Poco habíamos hablado todos después de la muerte de Okaka, pero Dororo parecía desde que ocurrió que quería decir algo. La miré y la convencí de que lo hiciera con un guiño, ya la conocía bastante como para saber que estaba arrepentida de lo que pasó.
-Lo siento, Aniki. –dijo por fin. –Debería haber tenido más cuidado. Te metí en problemas y te recordé a tu mamá. Tú eres el que siempre nos salva. Pero te salvaré cuando me necesites…
-Yo también. –apreté ligeramente su mano. –Puedes contar con eso siempre. –le sonreí con cariño, no me importaba que no me viera, el sentimiento llegaba aun así.
-¿Ves? Estamos aquí para t… -la niña intentó ponerse frente a él, pero fue empujada por el cuerpo del joven haciendo que cayera. –Ay… Me tropecé de nuevo.
-Dororo. Sasayaki también. Estoy bien. Aguas termales. Vamos. –de alguna forma sentía que esta vez sí era cierto que estaba bien.
Ambos continuamos caminando dejando atrás a la sorprendida pequeña. Ella se levantó y corrió hasta nosotros.
-¡Oigan, esperen! –nos alcanzó, mas se quedó tras nosotros. –Oye, Aniki, sobre ese monstruo cerca de las aguas termales. –me estremecí al recordar que yo había apoyado en su momento esa farsa. –Era una mentira.
-Yo también lo sabía, Hyakki-kun. –dije apenada. –Lo siento por mentirte.
-Yo solo…
-Vamos. –Dororo fue interrumpida por la voz seria, pero comprensiva del joven.
-¿En serio? –me emocioné y, al mirar a mi amiga, esta también sonreía con satisfacción. -¡Entonces vamos!
Dororo corría frente a nosotros, yo halaba la mano de Hyakkimaru haciendo que también corriera. Una risa aniñada me invadió, noté que mi rostro mostraba una sonrisa de verdadera felicidad. Era extraño sentirme tan plena, libre y feliz. No me importaban las penurias que vinieran, quería mantener este momento en mis recuerdos… y que fueran parte de algo feliz en el corazón de Hyakkimaru también. Lo miré en plena carrera, en su rostro se percibía una leve sonrisa y eso me alegró más aun.
Llegamos pronto al lugar pidiendo algunas indicaciones. Era una casa grande en la cima de una colina. Desde que llegamos, el vapor se notaba que invadía el aire por todas partes. Dororo estaba muy entusiasmada por llegar. Al arribar al lugar, la niña se apresuró a buscar una de las piscinas naturales que estuviese vacía.
-¡Aniki, Neechan, aquí está! –nos señaló una que encontró y nos haló a ambos de las manos para que nos apuráramos. –Vaya, nunca he estado en una antes.
-Será mejor quitarnos la ropa. –conduje a Hyakkimaru cerca de un árbol. – Puedes colgarla en esta rama. No hay viento, no se perderá. Yo… me cambiaré tras ese arbusto. –señalé el lugar y comencé a caminar hacia allá.
Estaba segura de que Dororo no diría nada por ser niña aun y que ya no tenía secretos con Hyakkimaru, pero no me quería arriesgar a que otra persona pasara y me viera desnuda. Previendo que no hubiese alguien más alrededor, me desaté el obi y abrí mi ropa descubriendo mi cuerpo. Me observé con detalle, me sentía cambiada. No supe cuánto se habían pronunciado mis curvas o cuánto habían crecido mis pechos, pero estaba consciente de que estaba experimentando esos cambios. Me estaba convirtiendo en una mujer y me sentía orgullosa de ello. Aunque no me sentía lo que se dice hermosa, pero sí, quizás, algo más agraciada. Coloqué el obi cubriendo mis senos, también tenía una ropa interior. Regresé con mis amigos y no pude evitar reír ante la conversación que presencié.
-¡No mires! –decía Dororo muy sonrojada de espaldas a Hyakkimaru. –Quiero decir, sé que no puedes ver, pero… -el joven se volteó, era obvio que no notaba nada diferente en la niña. -¡Ya dije, no mires!
-Dororo, no seas tan penoso. –dije riendo cuando regresé con ellos. –Ya verás cómo se te olvida todo cuando entres al agua.
Me acerqué a Hyakkimaru y tomé su mano. Lentamente introduje mis pies en el agua para acostumbrarme a la temperatura. Luego ayudé a mi compañero a entrar. Él también se impresionó la primera vez, pero siguió la guía de mis manos sin detenerse.
-Toma el tiempo que necesites para acostumbrarte al agua. –él asintió.
-Es… agradable… -se agachó para que el agua cubriera su cuerpo.
-Me imagino. –le sonreí. –Oye, Dororo, ¿no entrarás? –la pequeña tardaba un poco más en acostumbrarse al calor.
Ella terminó por entrar y dejar que su piel fuera limpiada por el vapor.
-Ay, todos mis cortes pican… -dijo al estar frente a mí. –pero se siente muy bien.
-Los míos también duelen un poco, pero es refrescante. –comenté suspirando.
-Esto podría ser como el cielo, ¿eh? –mi amiga y yo compartimos una mirada cómplice, mas una voz nos asustó a ambas.
-Podrías tener razón. –era una voz de hombre que me sonaba familiar. –Entonces puede que no sea una mala idea simplemente apresurarse y morir, ¿eh?
-¡Ah! –Dororo se lanzó asustada sobre Hyakkimaru. –¡Un monstruo! –ella se volteó y ambas vimos una figura conocida aparecer entre la nube de humo.
-¡Sacerdote! –al verlo lo reconocí.
-Eres tú, Sacerdote. ¿De dónde saliste?
-Hablas como si acabara de salir del infierno. –respondió el anciano. –Estuve aquí antes que ustedes tres. Debemos estar destinados a encontrarnos. –comentó pasando una toalla por su cabeza.
-¡Yay, hora del baño! –dos niños desnudos corrieron hacia nosotros y se dieron un chapuzón frente nuestro mojándonos completamente por el salpicar del agua.
Mi cabello cubrió completamente mi cara, escuché a los niños reírse de nosotros.
-¡Cuidado, maldita sea! –se quejó Dororo mientras yo intentaba quitar liberar mis ojos de mi pelo mojado.
-Lo siento. –nos habló otro anciano que también entró en las aguas poniendo sus manos sobre la cabeza de los pequeños. –Son más parecidos a los monos que a los humanos. Perdónenlos.
-Oh, no hay problema. Son solo niños al final. –dije sonriendo amablemente.
-¿De dónde eres? –le preguntaron a Dororo mientras yo acomodaba el pelo de Hyakkimaru.
-No te he visto por aquí. –le dijo el otro.
-Estamos viajando. –respondió ella.
-¿De viaje? ¿A dónde?
-Van a alguna parte, ¿verdad?
-Bueno… no lo hemos decidido. –ella se cruzó de brazos disimulando.
-¿Ellos son tus hermanos?
-Aniki es solo Aniki, y Neechan es solo Neechan. –reí por lo bajo por lo simple de la respuesta.
-Oye, ¿qué es eso? –dijo uno de los niños mirando fijamente la espalda de Dororo. –Hay algo en tu espalda.
-¿De qué estás hablando? –se sonrojó. –Deja de mirar.
-Será alguna herida que tengas o algo parecido, Dororo. –comenté.
-¿No es esto un mapa? –señaló el niño.
-¿Mapa? –repitió mi amiga sin comprender.
-¿Qué? Espera, déjame ver qué es. Date la vuelta, Dororo. –divisé en su piel una marca roja que era obvio que había tomado su coloración por el gran calor al cual fue expuesta. –Qué extraño, sí que es un mapa…
-¡Definitivamente lo es! –gritaban los niños. –Es genial.
-Déjame verlo.
-¡Cállense! ¡Dejen de mirar mi espalda! –aunque era algo misterioso este descubrimiento, la reacción de Dororo hizo que me volviera a reír.
Los niños no se detenían con sus peticiones, era tierno verlos así. Sin embargo, este hallazgo era algo que cambiaría nuestra aventura en gran medida, solo que... ni yo sabía cuánto.

No estás solo, Hyakkimaru.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora