En espera de una melodía

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Al caer la tarde, Hyakkimaru estaba mucho mejor. Su fiebre había bajado un poco y se mostraba más cómodo ante el dolor de su herida. Dororo me había contado lo que le dijo Takebo sobre el trabajo de Mio, lo que me hizo sentir un poco inútil, por lo que decidí que aportaría una ayuda al lugar. Mientras yo quitaba algunos escombros e intentaba reparar los agujeros del suelo, Dororo limpiaba los pasillos con un trapo húmedo. Daba recorridos de un lado a otro, pero también estaba falto de práctica. En uno de sus intentos resbaló cayendo frente a los demás niños, los cuales se rieron de él. Yo me limité a solo observarlos desde una esquina del lugar.

-Chicos, -Mio entró en el lugar. –dejen de reír y ayuden.

Las risas se detuvieron. Ella se acercó al muchacho y se arrodilló a su lado. Nuestras miradas se cruzaron y me dirigió una cálida sonrisa que me erizó por un segundo. Bajé la mirada y callé, aun me sentía extraña junto a ella.

-Hyakkimaru, ¿cómo te sientes? –ella apartó el pelo de la frente del joven y colocó su mano. –Aun tienes fiebre. Te conseguiré algo de medicina esta noche. Estoy segura de que el ejército de Sakai-sama tiene algo.

-¿Puedo ayudarte con tu trabajo? –dije en voz baja.

-Gracias, Sasayaki, pero será mejor que no. Ya tengo confianza con los soldados del ejército, por eso me dejan atenderlos, pero pueden reaccionar al mal ante una extraña. Mejor quédate aquí y cuida de los niños. –esa sonrisa intentaba ser convincente, pero sus ojos dolían, era un dolor insoportable. –Voy a trabajar entonces.

Ella se encaminó a la salida, su ida hizo que Hyakkimaru intentara incorporarse y perseguirla con su mano. Ella no lo vio, pero yo sí. ¿Pedir por una persona? Eso jamás ha sido una actitud que haya tomado Hyakkimaru. ¿Qué había descubierto en Mio?

-Aniki, Sasayaki-neesan, la cena estará lista en un momento. –los gritos de Dororo hicieron al joven volver a su odio por los sonidos cubriendo sus oídos.

Todos escuchamos la voz de Mio cantando su canción mientras se alejaba de la casa bajando las escaleras. La canción hizo que Hyakkimaru apartara su mano de su oreja para escuchar mejor. Le gustaba esa canción, que mal que yo no supiera cantar. Él quería atrapar esa voz que le cantaba, pero su mano no tocaba nada más que vacío. Dororo y yo lo miramos, parecía que se estaba alejando de él la única cosa que lo hacía humano.

-Aniki… -susurró el niño.

Yo tragué en seco, apreté mucho mis ojos para no llorar. No debía ser egoísta, no debía… era más fuerte que yo… tras comer apartada de los demás, me acosté disimulando el llanto que sufría. Tenía una guerra interna que no sabía qué pensar, mis sentimientos por Hyakkimaru, ¿qué eran? Y con Mio, ¿por qué siento que si sigo mi corazón, la lastimaré? No quiero lastimar a  nadie, pero… tampoco quiero ser lastimada.

Pasé toda la noche entre llorando en las esquinas y atendiendo a Hyakkimaru, hasta que me percaté que, junto a los primeros rayos del día, el joven se levantó. Obviamente, no dijo nada, pero yo tampoco le pregunté. Sabía lo que haría, esperaría a Mio. Se sentó en el principio de las escaleras sin mover un músculo. Yo solo me quedé en la habitación, me senté en una esquina y abracé mis rodillas. Cerré mis ojos recordando cómo había conocido a ese peculiar viajero y las cosas que habíamos vivido juntos, luego mi mente se perdió, estaba dormida.
Mis ojos se abrieron ante el regreso de esa canción tan melodiosa.

Rápidamente corrí hasta la entrada y sentí un puñal en mi pecho ante lo que encontré. La expresión de placer de Dororo al escuchar la canción, la escasa pero existente sonrisa de Hyakkimaru ante ese canto. ¿Qué era eso? No se sentía mal, pero ¿por qué aún así no me quería unir a ellos? La canción se detuvo, yo me acerqué a ellos a pasos lentos.

-Ah, el Sacerdote. –anunció Mio al ver al hombre subiendo las escaleras.

-¿Le fue bien en su viaje? –él me asintió.

-¿No hay caminos para salir? –preguntó el niño.

-No, tengo buenas y malas noticias. 

Mio se acercó a Hyakkimaru para conducirlo dentro pasando ambos frente a mí.

-Me alegro tanto de que estuvieras aquí. -¿qué palabras eran esas? ¿Acaso quería que me sintiera arrepentida de mi dolor? –De no ser por ti, no habría podido atenderlo a él y a los niños. –me sonrió, no sabía cómo reaccionar ante eso.

-Los niños son muy buenos y responsables, ayudan mucho. Y a Hyakkimaru… –miré al suelo, sabía que lo que diría le iba a causar un sentimiento extraño con respecto a Hyakkiamru y a mí, pero no me sentí capaz de aguantarlo más. -Yo jamás lo abandonaré. Siempre que me necesite, estaré a su lado.  –ella se sorprendió por mis palabras, pero volvió a sonreír.

-Qué bueno es tener una amiga como tú, Sasayaki. Que afortunado es Hyakkimaru al tenerte. –lo próximo que mi mente fue capaz de procesar fue cuando el Sacerdote me tomó del hombro para que reaccionara y volviera a entrar a la casa.

No estás solo, Hyakkimaru.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora