Comenzar a sentir

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Esa tarde Hyakkimaru se comportaba más extraño de lo normal. Caminaba de una manera muy rara, casi sin apoyar su pierna real en el suelo. Se le notaba incómodo por lo que le pedí al anciano y a Dororo que nos detuviéramos para averiguar qué le ocurría a Hyakkimaru.

Estos accedieron y, mientras el niño hacía una fogata, el anciano comenzó a tocar una suave melodía. Yo hice una rústica cama con hojas y hierbas y conduje a Hyakkimaru a esta. Al principio, tras mi contacto se asustó, pero luego se dejó llevar por mis manos.

Busqué agua de un río y lavé las vendas del joven. Lo volví a vendar y limpié el polvo de su cara con suavidad. Él reaccionó, pero puse mi mano en su pecho para indicarle que todo andaba bien. Tras eso, se calmó. Estuve lavando su cuerpo y sus partes de muñeco con calma y dedicación.

-Eres muy atenta con él. -comentó el anciano sin dejar de tocar.

-Parece que ahora puede sentir. No será tan autodestructivo.

-Y, señorita Sasayaki, ¿qué hay de usted?

-De mí. ¿De qué habla?

-Su llama del alma habla más que su propia boca. Cada vez que dice o hace algo, su llama cambia su intensidad.

-Será porque me siento diferente junto a él. Siento que no estoy sola.

Me quedé mirando a Hyakkimaru detenidamente. Sus ojos no me miraban, su expresión siempre era seria, jamás me había dicho una palabra. Aun así, estaba ahí con él, viajando y enfrentando peligros.

-No te gusta la soledad, ¿verdad? -yo bajé la mirada. -A nadie le gusta estar solo, señorita Sasayaki, pero debemos elegir bien, pues las consecuencias que traen nuestras elecciones no solemos medirlas.

-Yo lo seguiré y lo apoyaré. Aunque no me vea, me escuche o me hable, estaré a su lado. Siento que debo hacerlo.

El anciano sonrió mientras yo notaba que caía la noche sobre nosotros.
La noche transcurrió, Hyakkimaru se había calmado del todo, parecía dormido. Yo me quedé junto a él aun sin saber en qué podía serle útil. Dororo hizo la fogata y se sentó junto al anciano, el cual comenzó a contarnos lo poco que conocía de la vida de Hyakkimaru.

-Su maldición lo hará vagar por todo lugar que sea necesario hasta que recobre todas las partes faltantes de su cuerpo. -dijo el hombre.

-¿Tendrá que seguir peleando?- pregunté preocupada.

-Sí, señorita Sasayaki. Él lo sabe, por eso no tiene miedo de lo que enfrente.

-Entonces, si va matando monstruos, ¿recuperará su cuerpo? -dijo Dororo.

-Sí, supongo que eso es lo que es. Alguien debe haber hecho un trato con los demonios hace mucho tiempo, a cambio del cuerpo de ese niño.

-¡Eso es horrible! -gritó el niño enfadado. -No sé qué obtuvieron, pero sus ojos, nariz, boca... ¡Se lo dieron todo!

-No es justo. -dije en voz baja. -¿Cómo puede ser capaz alguien de hacer algo tan cruel a un niño?

-Uno debe estar preparado para ir al infierno para hacer tal cosa.

-¿Para qué lo quieren estos monstruos? -preguntó el pequeño aun enfurecido. -¿Un solo ojo no podría llenar sus estómagos?

-¿Quién sabe? Tal vez llene sus almas. -de repente Hyakkimaru se incorporó.

-¿Qué significa eso? -Dororo estaba realmente confundido por las palabras del anciano.

-Hyakkimaru, ¿a dónde vas? -lo vi avanzar directo hacia el fuego.

-¡Oh! Hyakkimaru, despertaste.

Él continuó su camino hasta que el calor de las llamas lo hicieron detenerse. Su pierna derecha casi fue quemada, pero el joven reaccionó a tiempo y la retiró.

-Has recuperado tu sentido del dolor.

-Que no se acerque más, Dororo, se puede quemar. -le advertí poniéndome de pie.

El muchacho fue directo a poner su pie sobre las llamas y las pisó sin dudar.

-¡Hyakkimaru! -grité espantada.

-¡Basta, te quemarás! -Dororo y yo lo apartamos del fuego y él calló al suelo.

-¿Qué crees que estás haciendo?

La planta de su pie estaba totalmente quemada. Yo me asusté al principio, pero le pedí a Dororo que buscara más agua del río cercano para aliviarle el dolor y limpiar su herida. El niño fue corriendo impulsado por su preocupación. Mientras, Hyakkimaru se estremecía por el dolor de la quemadura.

-Estate quieto, Hyakkimaru. Eso te pasa por querer experimentar sin saber las consecuencias.

El anciano solo sonrió. Yo sostenía las manos del joven para que no se tocara en la herida. Mantenerlo quieto era difícil, pero pronto entendió que quería ayudarlo.

-Jo, como si tuviera suficientes medicinas o vendas para curarte cada vez que te pones en peligro. -hice un puchero, me sentía más cómoda frente al anciano, sentía confianza, por lo que me abrí más de lo normal. -No puedes estar todo el tiempo pensando que siempre sanarás, debes cuidarte. Aun te faltan muchas partes de tu cuerpo, lo que significa muchos demonios por vencer. No puedes arriesgar lo que ya has ganado por una tontería.

-Cada vez demuestras más lo mucho que te importa. -susurró el anciano.

-Él es especial, pero muy cabezota. -reí.

-Oh, señorita. Se ha reído. Tiene una risa muy hermosa.

-¿Eh? -era cierto, me había reído.

No recuerdo la última vez que me reí de forma natural. Junto a los recuerdos de mi familia se difuminaba el sonido de mi risa, pero ya ni yo misma la recordaba.

-Él ha logrado eso. Es muy intrépido y a veces, o más bien nunca, piensa lo que hace, pero me agrada. Al menos él tiene un sueño que perseguir.

El anciano cambió su sonrisa a un rostro serio. Mi mirada estaba en los ojos perdidos de Hyakkimaru. Pensando que no estaría mal creer que algún día me verían. O que sus oídos escucharían mi voz. Pero también pensé que sería egoísta de mi parte creer que solo por verme o escucharme, yo le agradaría. Mis pensamientos me enajenaron hasta que escuché la voz de Dororo anunciando que traía el agua que le había pedido.

No estás solo, Hyakkimaru.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora