Compensar su sacrificio

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Dormí unas pocas horas, pues al despertar lo único que mi cabeza tenía era Hyakkimaru y su condición. Me incorporé con rapidez y vi el panorama. Dororo estaba junto al muchacho, velaba su ligera fiebre, pero su expresión de dolor me resultó chocante.

-¿Él está bien? -pregunté sentándome a su lado junto al joven.

-Sí, el Sacerdote dijo que eso no lo mataría. Además, un rato después de dormirte, Mio se dedicó a limpiarlo.

-Al menos, ahora está a salvo. Cambiaré sus vendas. -Dororo miró silenciosamente a su alrededor asegurándose de que ninguno de los otros niños estuviera cerca.

-Sasayaki-neechan...

-¿Qué pasa, Dororo? -pregunté limpiando las telas con agua de una cubeta.

-Mio tampoco te ha dicho a ti en qué trabaja, ¿verdad? -su tono era muy serio.

-No, ¿pudiste ayudarla anoche? -Dororo abrazó sus brazos temblando levemente.

-Yo... no sé qué decirte... Mio... Mio se... vende... a los soldados... -la venda que tenía en las manos calló al suelo.

¡Mio se vendía! Siendo una chica tan amable y buena, con un corazón tan noble. Por supuesto, por eso era. Su noble corazón no le daba importancia a lo que tenía el venderse como consecuencia, ella solo pensaba en mantener a los niños. Y, cuando le pregunté de ayudarla, pudo decirme, pero prefirió protegerme. No podía superar un sentimiento tal. Esa valentía nunca la tuve, pues no tuve a nadie que la necesitara.

-No digas nada, por favor. -me suplicó Dororo.

-No lo haré, pero intentaré ayudarla de alguna forma. -por mucho que Mio quisiera cargar en sus hombros, era una sola.

-¡¿Lo harás tú también?!

-No, tranquilo. Buscaré alguna manera de hacer mi trabajo de masajista o algo parecido. Si funciona, la convenceré para enseñarle y que juntas llevemos la casa así.

-Me gusta esa idea. Takebo me dijo que todos juntos quieren hacer algún día un enorme y dorado campo de arroz.

-¿Arroz? -recordé la pequeña bolsa que tanto atesoraba Mio. -Es una gran idea. Salir de la guerra y sembrar arroz.

Recogí las vendas ensangrentadas y las llevé fuera para lavarlas. Además de eso, lavé la ropa de los niños. Luego, cuando comenzó a caer la tarde, me dispuse a ayudar a Takebo con la cocina. El chico era muy bueno en ello a pesar de los pocos alimentos con los que contábamos. Al terminar, me dio un cierto orgullo hacer algo tan útil como la comida del esfuerzo de Mio. Era una forma de compensarle por su sacrificio. Fui a avisarle a Hyakkimaru de que le iba a llevar su comida en un momento y lo vi recostado a una de las paredes con Mio frente a él.

-Dororo dice que eres como una bestia en una cueva. -le dijo ella mientras yo permanecía oculta tras la puerta del costado contrario a la entrada. -¿Qué tal una canción? Te gustan las canciones, ¿no? -ella cantó. -Canto cuando me siento triste. En lugar de llorar. -es por eso que canta al irse a trabajar, porque tiene ganas de llorar...

Ella siguió cantando, yo me quedé tras la pared. Mientras escuchaba esa tonada intenté prometerme también que no volvería a llorar. Mio era una gran persona como para sentir algo tan grotesco como la envidia hacia ella. A mí me importaba la felicidad de Hyakkimaru y ella lo hacía feliz. Sentí que debía conformarme, pero... el dolor de mi corazón no me dejó. Caminé disimulando un paso normal y me dirigí a las escaleras de la entrada. En la otra puerta pude ver a Dororo y al Sacerdote presenciando también la escena.

Solo bajé, lo suficientemente lejos como para que nadie de la casa me escuchara. Me senté en uno de los escalones y cubrí mi rostro con mis manos antes de romper en llanto. Merecía ser sustituida por alguien así, a Mio no le faltaba nada. Ella era tan especial como él y había llamado su atención. Algo que yo jamás logré. A los minutos, sentí el toque de algo duro y punzante en mi espalda.

-¡Ah!

-Oh, señorita Sasayaki, ¿estabas aquí? ¿Qué tienes? -yo lo miré con los ojos irritados del llanto y la falta de sueño.

-Sacerdote... yo le prometí que nunca lo dejaría... que siempre estaría a su lado para lo que necesitara, pero... duele tanto verlo pedir por ella cuando yo... -el anciano se sentó a mi lado y me abrazó.

-No puedes pensar que él sea consciente de todo eso. Recuerda que es como un niño para mucha cosas.

-Lo sé, pero... duele...

-Tu llama está casi apagada, tanto que casi no te vi aquí sentada. Sé que será difícil para ti, pero Hyakkimaru va a reaccionar en algún momento por la pérdida de su pierna y necesitará toda la ayuda posible para no convertirse en un monstruo al salir de su cueva. Dororo sabe que él lo necesitará, por eso se lo dije. Ahora lo sabes tú.

-¿Cree usted que yo haga alguna diferencia en su vida? ¿Que me considere importante para él?

-Yo creo que sí. -él se puso de pie. -Pero eso solo el tiempo te lo demostrará.

El anciano se fue, yo lo estuve vigilando hasta que lo perdí de vista por el camino del bosque. Subí las escaleras luego de limpiarme la cara. Vi a Dororo en la entrada, anonadado por lo que escuchaba. Cuando me asomé a la puerta presencié uno de mis mayores deseos y miedos. Hyakkimaru sostenía con gran interés el rostro de Mio entre sus manos. Dororo me miró con tristeza, yo me dirigí a la cocina, intenté ignorar lo que ocurría. Si lo que salía de la cueva era una buena criatura, o una mala, debía de tener la mejor de mis sonrisas para recibirla, aunque me doliera.

No estás solo, Hyakkimaru.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora