Se desata una guerra (interna)

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-Pero, Dororo, ¿qué te ocurrió? –comencé a revisar su cuerpo para ver qué tan graves eran sus heridas.
-Los soldados de Asakura nos atraparon y nos encerraron en una prisión. –me contó mientras limpiaba su piel con una tela húmeda. –Logré escapar por un agujero de la cueva, pero Sukeroku se quedó atrás. Neechan, hay que hacer algo.
-No te preocupes, Dororo. No lo abandonaremos, también es nuestro amigo. –le sonreí.
-Gracias, Neechan. –ella miró mi mano vendada. -¡¿Qué le ocurrió a tu mano?!
-Calma, es solo una herida. Ya sanará, no seas histérico. –terminé de limpiarla, apenas tenía algunos rasguños. –Estás algo magullado, pero no tienes nada serio. Descansa un momento, luego iremos. –ella asintió y se recostó a un árbol.
Desde cerca de ella, miré mi mano y luego a un pensativo Hyakkimaru. Al parecer, no era fácil para él la situación en la que se encontraba. Todo lo que ocurrió fue muy rápido. Cerré mis ojos por un momento apoyando mi cabeza en un tronco tras de mí. Suspiré y me quedé en silencio. Hasta pensar me costaba, pues solo saber que una guerra se desataría en este lugar si actuábamos era lo peor que pasaría. Con tantas víctimas que la maldita guerra se había llevado, mi familia, la de Dororo, Mio, los niños, y, ahora, la casa de Sukeroku… era una fatalidad que nos perseguía, como una maldición. Sentí como si fuéramos malditos los tres y estuviéramos condenados a perder a gente que amábamos. Porque, no importa por donde se mire, Hyakkimaru sí sentía algo por Mio, algo que yo pude ver, y ella también. Algo que, aunque ya no lo diga, lo siente y siempre estará en su corazón.
-Neechan, ¿te dormiste? –abrí mis ojos para ver la sonrisa de mi compañera de viaje.
-No, solo estaba pensando… ¿Te sientes mejor?
-Sí, estoy como nuevo. –se puso la mano en el pecho con orgullo, era un gesto típico de ella. -¿Vamos?
-Sí. –me puse de pie viendo que el muchacho ya estaba listo para partir.
Caminamos un poco, pero la curiosidad de la niña con respecto a mi herida no se hizo esperar. Me miraba la mano fijamente, me hacía sentir incómoda. Me negué a responderle a sus cuestionantes ojos, pero cuando habló, le ganó a mi firmeza.
-¿Dónde estuvieron entonces? –su voz sonó más fina de lo normal, se notaba que intentaba convencerme de contestar.
-Tuvimos un encuentro con Daigo Kagemitsu. –me fijé que mi venda comenzaba a tener una pequeña mancha de sangre.
-Daigo Kagemitsu es el señor de esta tierra, ¿verdad? –ambos le asentimos a la niña. –Su cresta familiar es el mismo símbolo que tiene tu talismán. –señaló el pecho del joven.
-Al parecer él conocía de la maldición de Hyakki-kun. Y su señora parecía muy preocupada por él cuando nos atacaron. Fue… extraño lo que dijo…
-Entonces, ¿cómo te llamó su señora? –se dirigió al muchacho.
-Hijo. –ella sonrió chocando su puño en su mano.
-¡No hay duda entonces! Encontraste a tu papá y a tu mamá. También tienes un hermano. Vaya, bien por ti, Aniki.
- Ciertamente, Daigo estuvo diciendo algo sobre sacrificar a su hijo para tener prosperidad en su tierra. Tuve la idea también de que podía ser Hyakkimaru. Sobre todo cuando la señora lo miró con tanto dolor. Sí que parecía su mamá. –Hyakkimaru se detuvo en seco al escuchar lo que dije.
-¿Mi…? –susurró.
-Sí, la tuya, Aniki.
-Mamá… -a pesar de todo lo que habíamos pasado, de lo enredoso de la situación, para él concientizar eso fue gratificante.
Lo vi sonreír, era algo extraño en él. No lo hacía por cualquier cosa o situación, pero fue una sonrisa muy sincera, salida del corazón. Compartí esa expresión al verlo, pues me sentía feliz por él. Yo había pasado todo este tiempo sola, porque había perdido a mi familia, Dororo también, pero Hyakkimaru nunca los había conocido. Sin embargo, cuando miré a la niña, esta tenía una expresión triste.
-La mamá de Sukeroku ya está… -dejó la frase en el aire, le puse mi mano en su hombro y ella sacudió la cabeza. –No. Sukeroku no se ha rendido todavía.
-Así se habla. –la animé.
-Aniki, Neechan, vamos. Antes de que lo cuelguen en Banmon.
Ella tomó nuestras manos y tiró de nosotros para que apresuráramos el paso. Caminamos con más prisa y vi cómo la tarde se tornaba en un color amarillento y naranja. Estuvimos un rato caminando hasta que nos detuvimos en el medio del bosque. El sonido de metales chocando entre sí invadió la distancia.
-Escucho una pelea. Ya comenzó. –dijo ella y se volteó a nosotros. -¿Qué debemos hacer?
-Dororo, mira. –Hyakkimaru se puso en guardia tras mis palabras.
Unos fuegos fatuos aparecieron de la nada entre las ramas de los arboles que nos rodeaban. Hyakkimaru se despojó de sus brazos, pero esta vez me hizo un ademán para que me quedara al margen.
-Estás herida. –me dijo y corrió hacia los fuegos que se disponían a atacarnos.
-Hyakki-kun… -era lindo sentir que me cuidaba con tanta preocupación.
Él nos defendía, abriéndonos paso para terminar de atravesar el bosque. Dororo recogió sus prótesis y se quedó mirando pasmada.
-Vamos a seguirlo, Dororo. Tenemos que salir del bosque para ayudar a Sukeroku. –ella asintió y ambas corrimos tras Hyakkimaru.
A los pocos segundos, llegamos al Banmon. Vimos a los dos ejércitos enfrentándose entre ellos y, a la vez, evitando ser atrapados por los zorros voladores.  Hyakkimaru se detuvo frente al Banmon, a la vista de Daigo y su ejército.
-¿Señor, quién es…? –preguntó uno de los guardias.
-Es el demonio. –respondió el hombre sin dudar.
Dororo y yo nos hallábamos escondidas en los arbustos del bosque.
-¿Señor? Entonces ese es el papá de Aniki. –yo asentí muy seria y mirando al hombre fijamente.
De repente, un hombre con una venda en su brazo amputado señaló hacia el joven con una mirada de terror.
-¡Lo sabía, es él! ¡Él es el que tomó mi brazo! –intenté hacer memoria de la cara de ese sujeto y el resultado fue perturbador para mí.
Era el líder de los que atacaron la casa donde vivían Mio y los niños. El único que quedó vivo de todos los hombres que estaban ahí. Me dio una rabia enorme, pero mi molestia se transformó en preocupación.
-Hyakki-kun… ¡No! –me apresuré a salir de nuestro escondite. -¡Dororo, ayúdame!
En efecto, el joven se puso histérico y comenzó a gritar frenéticamente. Se dirigía a acabar con el hombre, el cual de miedo hasta se había hecho en su ropa. Lo tomé por la cintura como pude y la niña me ayudó desde su espalda.
-¡No, no eres un demonio! –le decía ella.
-¡Hyakki-kun, para, no les des la razón! –también dije yo.
-No es mi culpa, solo seguía órdenes… - balbuceó el soldado en pleno llanto desde el suelo.
El muchacho estaba agitado, le era difícil controlar todo el dolor que sentía. Para nosotros también fue un golpe fuerte recordar algo así y tener frente a nosotros al responsable, pero no debíamos dejar que ocurriera lo peor. Sujetamos con tanta fuerza como nos permitieron nuestros brazos al joven, no sabíamos qué decirle para calmarlo.
-Hyakki…
-Aniki… -estábamos a la espera de su reacción.
Sin embargo, la voz que le habló en ese momento, lo calmó, aunque sus palabras fueron más dolorosas aún de lo que estaba sintiendo en ese momento.

No estás solo, Hyakkimaru.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora