Los demonios son ustedes

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-Hermano. –era el joven noble, el hijo de Daigo, el cual llegó a caballo acompañado de sus fieles guardaespaldas. –Soy Tahomaru, tu hermano menor.
El muchacho detuvo su comportamiento agresivo lo que hizo que Dororo y yo lo dejáramos libre. Ella se puso feliz al escuchar las palabras de Tahomaru, pero sentí que en su tono no existía pizca de compasión o empatía.
-Lo sabía. Mira, te lo dije. –agregó la niña con alegría. –Son hermanos.
-No, Dororo, no lo está diciendo por eso. –ella me miró confusa.
-La joven tiene razón, pequeño.  –habló el muchacho y después se dirigió a Hyakkimaru. –Hermano mío, no creo que lo que padre te hizo tuviera razón. Te usó como alimento para los demonios a cambio de prosperidad.
-Medio nacido… -susurró él y yo tomé su brazo con suavidad, no quería provocarlo, pero sí tener la oportunidad de detenerlo.
Sentí una fuerte punzada en mi pecho, por primera vez en mi vida sentía ganas de acabar con la vida de una persona, aunque eso estuviese mal. Rabia, odio, todo tipo de sentimientos negativos colmaban mi corazón.
-No… ¿entonces él es el que le hizo esto? –preguntó la niña comprendiendo la situación.
-¡Sí, nuestro padre, Daigo Kagemitsu! Pero ese es el sacrificio que uno debe hacer para proteger su dominio.
-Por mucha prosperidad que querían, ¡es de gente insensible vender un bebé a los demonios! –grité furiosa ante las palabras del joven noble.
-No… -susurró Dororo. -¡Eso es demasiado cruel! –me siguió la pequeña, pero Tahomaru nos ignoró y continuó hablando.
-Hermano. Si rompemos el trato con los demonios ahora, la tierra perecerá. Tú, que amenaza la paz de esta tierra, eres un demonio para nosotros. –apreté mis dientes ante sus palabras.
-Así se habla, Tahomaru. –lo celebró su padre con una mirada perversa hacia nosotros.
-Así que ahora, debo matarte. –el muchacho bajó de su caballo y desenvainó su espada.
Mientras solicitaba a sus guardias que se quedaran al margen, sentí cómo Hyakkimaru alejaba su brazo para romper nuestro contacto.
-Vuelve conmigo… -le susurré sin saber si me había escuchado, pues echó a correr para enfrentar a su hermano.
-No, esto no puede ser… -dijo Dororo al ver la escena.
-¡Dororo! –una voz tras el Banmon la llamó.
-Sukeroku, ¿estás ahí? –ella corrió hacia nuestro amigo para intentar liberarlo.
Yo me quedé viendo la batalla entre los hermanos, rezando porque la persona que me hacía vivir saliera victoriosa. Atacaban, se esquivaban, cada movimiento era para matar por parte de Tahomaru, sin embargo, mi compañero hacía lo posible por cumplir mi petición de no matar nunca más. Me sentí traidora al haber pensado en la muerte de Daigo, pero toda esa rabia aún me consumía el alma.
-¡Neechan, Aniki! –escuché la voz de Dororo del otro lado del muro y corrí hacia ella.
Divisé frente a nosotros al demonio zorro de nueve colas, y a la niña intentando desatar las amarras que aprisionaban al niño.
-¡Déjame ayudarte! –lo intenté, pero mi mano comenzó a sangrar cuando sostuve la soga.
-¡No, Neechan! Ya lo intenté, necesitamos la espada de Aniki. –ella me miró con convicción.
Miré al demonio que se acercaba a nosotros con gran velocidad, mi único reflejo fue abrazar a los niños cubriéndolos con mi cuerpo y cerrar los ojos.
-¡Hyakki! –ese grito salió desde mi corazón, solo pensé en él, en que, si pasaba algo, quería que fuera la persona que estuviese a mi lado.
Escuché su voz acompañando sus pasos en el Banmon, era él. Hyakkimaru había venido en nuestra ayuda. Abrí mis ojos y lo vi cortar los fuegos de zorro en el aire. Todos los espíritus que conformaban aquel demonio se incrustaron en la madera dejando unas brillantes estelas luminosas.
-Aniki… -los niños suspiraron y yo me quedé viéndolo.
A su lado no temía luchar, pero ser valiente sin él era distinto. Había visto venir mi muerte y solo lo tuve a él en mis pensamientos, eso me dijo cuánto lo apreciaba. Me sentí agradecida de que fuera él quien nos salvara, que su lucha familiar no estuviera por encima de sus amigos. Sé que suena egoísta, pero ante la situación… Al menos era bueno comprobar que seguía siendo humano.
-Hyakki…kun…
-¿Dónde está el zorro fantasma? –preguntó la niña.
-Fue absorbido en Banmon. –todos miramos a la construcción.
-¿Quieres decir…?
-Yo tampoco lo entiendo. –mientras los niños conversaban me quedé mirando a mi salvador.
En mi mente se construían tantas maneras de decirle que lo quería, que estaba feliz de estar a su lado. ¿Cómo llegamos a tanto? No me era posible solo correr a sus brazos, besarlo y decirle que lo amaba, no podía, seguía siendo egoísta. Por eso solo callé reprimiendo esa sensación dentro de mí.
Un trote se acercó al lugar, en el caballo venía la señora de Daigo, la madre de Hyakkimaru y Tahomaru. Cuando nos asomamos todos a verla, ella extrajo de sus ropas una estatuilla sin cabeza que poseía un halo, a través del cual miró a su hijo mayor.
-Hyakkimaru, debes tenernos resentimientos. –su voz sonaba lastimada, era un dolor de madre lo que se escuchaba más que el sonido de una voz. Tu madre, que no pudo protegerte ese día. Y tu padre, que te usó de alimento para los demonios. Y la gente de Daigo, que prospera con tu sacrificio. –apreté los puños al oírlo, era monstruoso lo que le habían hecho.
-Es demasiado cruel… -habló Dororo con rabia. –No sabes por lo que ha pasado. ¡Es demasiado cruel!
-¡No sabes lo difícil que ha sido para él! ¡Ni siquiera nosotros lo sabemos todo! –mis ojos se aguaron ligeramente.
-Oku, incluso Tahomaru entiende ahora. –dijo Daigo. -¿Cuántas veces debo decirte?
-Hyakkimaru, por favor, perdóname. –ella ignoraba a su señor. –Yo… Yo… ¡No puedo salvarte! –eso nos sorprendió a todos, incluso al propio Hyakkimaru. –No importa cuán inmoral… No importa cuánto hayas sufrido… Aun así, todo lo que nuestra gente puede hacer es pedir tu perdón. –ella cayó de rodillas.
-Son unos aprovechados… -susurré con molestia.
-Debemos seguir devorándote como demonios para que podamos vivir. –eso era, los demonios eran ellos realmente. –Hyakkimaru… No te dejaré sufrir solo. –ella sacó una daga en su funda y la mostró. –Demonios, si desean más sangre humana… ¡Tomen la mía!
Sin pensarlo, la mujer clavó la hoja del arma en su pecho. La guardaespaldas fue en su ayuda, mientras yo veía una expresión de sorpresa en el rostro de Hyakkimaru.
-Mamá… -dijo mirándola fijamente.
-¡Madre! –el grito de Tahomaru, quien estaba herido en su ojo derecho, también se escuchó en el lugar, pero no hubo reacción por parte de Daigo.
De repente, en el Banmon los fuegos fatuos se encendieron con una luz muy fuerte. Me acerqué a Hyakkimaru y sostuve su brazo sin querer soltarlo jamás.
-No sé si puedas verlo como nosotros, pero es un brillo imponente.  –los trozos de Banmon comenzaron a caer lentamente.
-¡Aniki, Neechan, Sukeroku, huyan! –nos dijo Dororo y corrimos cerca del bosque mientras las tropas de Daigo también se retiraban a sus territorios.
Al final, el enorme trozo de muro se hizo pedazos, perdiendo incluso su brillo tan intenso. Solo eran un montón de escombros y basura cuando regresamos a ver.
-Parece que los demonios se fueron. –le dije a Hyakkimaru, pues ambos observábamos los restos del Banmon.
-¡Aniki, Neechan, vamos! –nos llamó la niña desde el otro lado del montón de basura. –No hay necesidad de que nos quedemos aquí. –dijo molesta y tenía razón, por más duro que fuera aceptarlo. -Vienes, ¿verdad? –se dirigió al otro niño.
-Sí. –respondió este.
Sin embargo, una voz lo llamó por su nombre desde la entrada del bosque. Era una mujer acompañada con otros aldeanos.
-¡Sukeroku!
-¡Mamá! ¡Mamá! –el chico corrió hacia su madre celebrando que estuviera viva.
Dororo y yo nos quedamos perplejas, noté que en ambas se nos notaba la añoranza de que esa escena algún día nos ocurriera a cualquiera de nosotras. Pero era imposible, pues ambas habíamos visto morir a nuestras madres frente a nuestros ojos. Aun así, sonreímos por la felicidad de nuestro amigo.
-Me alegro por ti, Sukeroku. –dijo la pequeña.
-Ahora vivirá feliz con su familia. –Dororo y yo intercambiamos una sonrisa, pero luego mi mirada se desvió al joven.
Me molestó tanto saber que la propia familia de Hyakkimaru fue capaz de hacer algo tan vil y todo por ganar prosperidad en sus tierras. Nadie se cuestionó el daño que podían estar haciendo, nadie pensó en que podía existir un sacrificio tras tanta abundancia. No, todos cerraban sus ojos ante tales dudas y se concentraban en disfrutar de su abundancia. Dororo y yo no teníamos familia, pero era preferible no tenerla si era como la de Hyakkimaru. Era como estar solo en el mundo.
-No te preocupes, Aniki. Me tienes a mí. –dijo Dororo con convicción, que chica esta…
-También a mí, -tomé su mano como siempre lo hacía. –yo nunca te dejaré solo, Hyakki-kun.
Los tres avanzamos a través del camino del antiguo Banmon. No sabíamos qué nos depararía el destino, lo único que sabíamos era que lo enfrentaríamos juntos.

No estás solo, Hyakkimaru.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora