Esta vez, lucharé a tu lado

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Caminamos un rato por la ciudad mirando a la gente en sus compras, ventas y quehaceres. Parecía muy pacífico el lugar y, sobre todo, que esa paz era algo muy normal desde hacía años. Era difícil pensar algo así luego de enfrentar un monstruo en casi todos los pueblos por los que pasamos.
-Tal vez no haya nada que podamos hacer aquí. –comentó Dororo mirando alrededor, luego sacó la bolsa donde llevaba el dinero y lo contó. –Divirtámonos aquí un poco más y luego vayamos al siguiente pueblo.
-No malgastes el dinero. –le aclaré. –No quisiera tener que pasar tantos días comiendo solo hierbas de menta e insectos.
-Tranquila, Sasayaki-neechan, tengo buena experiencia distribuyendo las ganancias.
-Si tú lo dices. –suspiré sabiendo que habría algún que otro malgasto.
De repente, Hyakkimaru me detuvo con él ante un pequeño puente, escuchaba una conversación que tenían unos señores del otro lado del río. La pequeña se dio cuenta de su distancia y también se acercó.
Los dos hombres hablaban sobre una especie de maldición que estaba haciendo que no lloviera en sus tierras, al parecer era malo hablar sobre eso, pues uno de ellos intentó disimular su tema. Según ellos, las tierras de Daigo habían sido bendecidas por la Diosa de la Misericordia, por lo que era imposible que estuviese pasando por una calamidad tal que tomaría fuerza a la llegada del otoño. 
-¿Qué es esa cosa Banmon? –preguntó Dororo sin tapujos.
-¡Pero serás descarado! No te metas. –le dije sin moverme del lado de Hyakkimaru.
-Ah, no hay problemas, señorita. –me dijo uno de los hombres y luego se dirigió a la niña. –Solía ser un fuerte que nos protegía del clan Asakura. Hubo una feroz batalla, y todos excepto un muro fueron quemados. Pero esa fue la primera vez que el ejército Daigo alejó a los Asakura. La influencia del Señor Kagemitsu aumentó desde aquí. Dicen que la Diosa de la Misericordia a la que le reza la esposa del Señor Daigo habita en ella. Pero recientemente los Asakura se han fortalecido. Disparan a los hombres y espías de Daigo en la pared. Están tratando de mancillar la bendición de la Diosa de la Misericordia. Los monstruos se han estado reuniendo todas las noches, atraídos por esos cadáveres. Nadie se le acerca ahora. Algunos dicen que puede estar maldecido por los demonios derrotados por el Señor Daigo. 
-Muchas gracias por la información, señor. –hice una reverencia y tiré del pelo de Dororo. –Y perdone la interrupción de este enano.
Nos alejamos de allí con destino al muro del que hablaba el hombre. Estaba en las afueras de la ciudad, por lo que todas las construcciones lujosas y personas en multitud desaparecieron de la vista. Yo aún sostenía el cabello de la pequeña.
-¡Suéltame ya, Neechan! –la solté al fin.
-Si uno de esos hombres llega a ser un guardia, no lo cuentas, chiquillo sin cerebro. ¿Qué no viste el enmascaramiento que tenían con respecto a lo que hablaban? Si nos llegamos a meter en líos por venir, es tu culpa.
-Sasayaki-neechan, suenas como una mamá. No pasará nada, pregunté porque donde hay secretos, hay monstruos y demonios. Tenemos que vencerlos. –vi la determinación de la chica en sus ojos.
-No te convenceré jamás… -suspiré poniendo mi mano en mi frente.
Sentí a mi lado una ligera risa por parte de Hyakkimaru, le había hecho gracia mi poca paciencia ante las ocurrencias de Dororo. Al principio me molesté porque era obvio que se burlaba de mí, pero terminé sonriendo yo también. Era difícil explicarlo, pero él hacía que en mi corazón solo hubiese calma y felicidad. Nada molestaba, nada se sentía fuera de lugar. Ya hasta sentía raro los pocos momentos que pasábamos sin estar tomados de manos.
-Vaya, que muro tan alto. –dijo la niña llamando mi atención, divisé la construcción de madera que se elevaba ante nosotros.
Hyakkimaru la observó detenidamente, luego soltó mi mano y se acercó a la madera. Colocó su mano sobre ella y se quedó quieto unos segundos.
-¿Sientes algo? –preguntó la niña en un tono serio.
Él asintió en silencio, su seriedad no era como en otros momentos. Parecía que estaba viendo algo realmente perturbador, mas no quería compartirlo con nosotros. Solo se limitó a unas pocas palabras.
-¿Un demonio? –volvió a preguntar ella.
-Muy fuerte. –le respondió él.
-¿Podrás vencerlo, Hyakki-kun? –pregunté preocupada, pero no recibí respuesta, pues una voz nos sorprendió por detrás.
-¡Hey! –Dororo dio un salto del susto. –Tengan cuidado. Si cruzan esa pared, los matarán. –era un chico de aspecto pobre.
-¿Qué? Eres solo un niño. No me asustes así. –la pequeña suspiró aliviada.
-Al final, tenías miedo de que fuera un guardia. Yo tenía razón. –le dije con una sonrisa de victoria y ella hizo un puchero.
-Miren eso. Son los centinelas de Asakura. –señaló el chico desde un costados del muro.si te atrapan, te dispararán al Banmon. No hay nada que encontrar aquí. –miramos el paisaje devastado por la guerra. –Vayan a robar cadáveres en otro sitio.
-¿Robar cadáveres? Eso es caer muy bajo… -dije en voz baja.
-No estamos aquí para eso. –aseguró Dororo animada. –Vamos a vencer al monstruo de Banmon. –el niño se sorprendió.
-¿Monstruo? –dijo y las tripas de mi amiga sonaron haciendo que ella se sonrojara. –Por ahora podemos comer algo.
Preparamos una fogata, el chico trajo una cacerola en la que echamos las hierbas y raíces comestibles que recogimos Dororo y yo. Armamos unas ramas para que hicieran de sostén y lo dejamos hervir un rato mientras conversábamos. El chico nos contó que esa tierra desolada solía ser su pueblo, el cual fue invadido por el fuego y la construcción del Banmon. Nos dijo que al ser territorio del enemigo, no lo dejaban pasar o lo matarían. Había dejado atrás a sus padres sin poder hacer nada para salvarlos. Comíamos mientras escuchábamos su historia.
-Todos abandonaron el pueblo. –expresó con tristeza. –Pero no me voy a rendir. Cruzaré Banmon algún día y llegaré a casa.
-Te ayudaremos. –sentenció la niña.
-¿Eh?
-Así que el ejército de Asakura vigila durante el día. ¿Pero qué pasa durante la noche?
-Tienes razón, Dororo. Debe haber un cambio de guardia o algo parecido. Pillo. –ella sonrió orgullosa.
-¿Estás loco? Es aun peor por la noche. Nunca has visto algo así. –aclaró el niño.
-Ponnos a prueba. –susurré riendo por lo bajo.
-No te preocupes. Aniki puede manejar eso. –señaló a Hyakkimaru.
-¿Te refieres a vencer a los monstruos?- el muchacho asintió.
-Por lo general no lo hacemos de forma gratuita. –comentó la niña. –Pero nos has alimentado, así que es un trato.
-No digas bobadas, Dororo, solo nos han pagado una vez de todas las que hemos hecho algo sobre monstruos. –ella solo me guiñó.
-Yo soy Dororo, él es Hyakkimaru y ella es Sasayaki.
-Soy Sukeroku.
-Un gusto conocerte, Sukeroku-kun. –él se sonrojó ligeramente al ver mi sonrisa.
Tras eso, esperamos a la noche vigilando de cerca a los guardias que esperaban armados al otro lado del muro. Al estar oscuro, estos apagaron su vela y se retiraron. Mientras los niños los vigilaban, yo estaba cerca de Hyakkimaru. Él miraba el cielo con determinación, pero su expresión se volvió seria cuando un viento frío se levantó en la colina. Frente a nosotros se formó un fuego fatuo que tomó la forma de un zorro.
-Es un demonio zorro de fuego. –dijo ella.
-Ese es el monstruo de Banmon. –la siguió Sukeroku.
Otros fuegos similares se formaron a nuestro alrededor, estábamos sin escape. Hyakkimaru desenvainó la espada que tenía en su cadera atada cortando a uno de los zorros. Otros fueron sobre él, pero también los destruyó. Uno de ellos llamó a otros compañeros y, en un segundo, el cielo se llenó de fuegos fatuos que volaban sobre nosotros.
-Mira todos esos.
-Ha llamado a todos los zorros de por aquí. –comentaban los niños.
Como los zorros comenzaron a atacar en grupo, Hyakkimaru se puso serio. Desenvainó sus brazos dejando caer la katana que había usado hasta el momento, cortó a cada demonio que se acercaba a nosotros. Sin embargo, eran muchos, tantos que uno lo golpeó en la cara.
-¡Hyakki-kun! ¿Estás bien? –grité al verlo.
-¡Estúpido zorro, toma esto! –Dororo comenzó a lanzarles piedras, lo que lograba espantarlos.
Yo lo imité, pero en la confrontación notamos que Sukeroku corría hacia el otro lado del muro. Dororo intentó seguirlo.
-Sukeroku, detente, es peligroso ir solo. –le dijo sin éxito siendo detenida por un zorro que amenazaba con atacarla.
-¡Dororo, cuidado! –fui hasta ella y la cubrí con mi cuerpo, ya había experimentado este sentimiento antes, pero lo que pasó me sorprendió.
Hyakkimaru corrió en nuestra ayuda acabando con el zorro que nos iba a atacar.
-¡Aniki!
-Ve. –dijo él.
-Gracias. –la niña siguió al otro chico mientras yo tomaba del suelo la katana de mi compañero.
-Sasayaki…
-No te preocupes, no tengo miedo. –le dije con seguridad, por primera vez sentía que podía con el mundo. -¿Listo?
Él asintió. Frente a nosotros todos los zorros se unieron en una sola llama, dando forma a un enorme zorro de nueve colas.
-Un demonio.
-Eso parece. Podremos con él. –le dije intentando mantener la espada en alto.
El demonio atacó con varias bolas de fuego que esquivamos. Entre el polvo que se levantó no pude percatarme hasta que fue tarde. El zorro estaba sobre Hyakkimaru aprisionándolo con sus patas. Sin saber qué hacer, me abalancé sobre el demonio blandiendo la espada y gritando para llamar su atención. Cuando el zorro volteó a verme, vi la oportunidad.
-¡Hyakki-kun, ahora! –le avisé y él lo golpeó con sus pies y lo cortó en el aire.
Luego pudo ponerse de pie, yo me acerqué a él y ambos nos pusimos en guardia contra el demonio. Sin embargo, unas flechas aparecieron de la nada y espantaron al zorro, el cual desapareció. Al voltearnos, vi un grupo de hombres armados que nos apuntaban con sus flechas, uno de ellos iba sobre un caballo. Tenía en su frente una cicatriz en forma de cruz, pero lo que más me impactó fue el símbolo que adornaba su vestimenta. Era el mismo del collar de Hyakkimaru. El hombre se acercó a nosotros, mi compañero no se inmutó, pero mi corazón temblaba. No sabía por qué, pero ese hombre era lo que me hacía sentir tan incómoda en ese lugar. Era un sentimiento de herida y dolor insoportable en mi pecho.
Aun así, tomé el brazo de Hyakkimaru y miré con valentía al jinete. Sentí que ese era el momento que la vida nos pondría a prueba a ambos.

No estás solo, Hyakkimaru.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora