15: Almas gemelas

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En la universidad, Emma supo lidiar correctamente con el vacío que le produjo echar de menos las costumbres que tenía con su amado padre, tanto así, que solo necesitó un par de meses para habituarse a la distancia entre los dos

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En la universidad, Emma supo lidiar correctamente con el vacío que le produjo echar de menos las costumbres que tenía con su amado padre, tanto así, que solo necesitó un par de meses para habituarse a la distancia entre los dos. Pero había cosas que nunca dejó de añorar con la misma intensidad que en la primera semana, una de ellas tenía que ver con el despertar padeciendo de resaca por un exceso de helado y barras de chocolate.

Al día siguiente de la condenada gala, y el innecesario reencuentro de un antiguo amor de preparatoria, ella despertó en el sofá blanco, siendo las 4:00 p.m. de un miércoles, miró a su padre, quien se encontraba roncando como un oso en el diván de al lado. Anoche no durmieron, literalmente. Comieron, miraron un par de películas, bailaron y llamaron a J.J. para jugarle una broma, durmieron cuando el reloj marcó las ocho de la mañana. Tal vez fue la sobredosis de azúcar, o el sentimiento de añoro, pero a ninguno les dio sueño hasta que se dieron cuenta que ambos parecían unos mapaches drogadictos.

Unos mapaches drogadictos durmiendo en su basura. Había resto de latas vacías, palomitas de maíz sobre la alfombra, rebanas de pizzas y barras de chocolate sin terminar. Un escenario habitual cuando ese par hacía de las suyas.

Emma estiró su brazo, cogiendo el control remoto para apagar la televisión, que estaba en silencio mientras pasaba un documental de animales marinos; a continuación, tomó un almohadón para lanzárselo a su querido, y roncador, progenitor.

El cuarentón se sobresaltó en el diván, y gritó:

—¡Tú quieres que trague mi lengua o que me dé un ataque!

—Hasta acá puedo oler tu mal aliento —rió, seguía acostada con su pijama mangas cortas. Él tenía un pantalón azul marino, ella uno amarillo, y ambos tenían manchas de aceite en sus camisetas blancas.

—La verdad que mi boca sabe a zorrillo en descomposición —exhaló contra su mano para olerse mejor. Quejándose por su espalda adolorida, se acostó de lado para mirarla—. De seguro Colin no tiene mal aliento por las mañanas, ese muchacho es perfecto.

Emma entrecerró sus ojos, y lo apuntó.

—¿Es una especie de pregunta capciosa? —inquirió.

—¿Debería serlo? —entrecerró sus ojos de la misma manera.

—No. —Emma se acostó boca arriba, viendo la araña de cristal que colgaba en medio de la sala—. Son las cuatro de la tarde, y nadie llegó a despertarnos durante el interín. J.J. no durmió en casa. ¿Qué me harías si desaparezco de la misma manera? Te imagino colgando carteles de extraviada por las calles.

—¿Qué haría? No me hagas imaginarlo —suspiró por tan solo pensarlo—. Con respecto a tu hermano, tengo dos teorías sobre lo que pudo haberle ocurrido. Pasó la noche con una mujer o estará durmiendo en el sofá de alguno de sus amigos; solo espero que no llame a decir que lo perdió todo en un casino y que necesita dinero para regresar a casa.

El Novio De Emma© #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora