37: Benditamente organizado

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Esmeralda

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Esmeralda. Emma no conocía a una mujer, más o menos de su edad, que fuera tan increíblemente agradable. Esmeralda tenía diecinueve, cumplidos ese mismo año, era menor y se le notaba cuando abría la boca porque era medio inocente. Sin embargo, parecía mayor que Emma, teniendo en cuenta su aspecto físico. Era alta y sus hombros rectos y trabajados le daban un aspecto de más o menos veintitrés. Emma le llegaba al cuello, sin tacones, y eso lo sabían porque habían bailado tanto que en un momento se quitaron los zapatos. Bailaron hasta que las plantas de sus pies se pusieron color carbón. Bebieron tanto que Emma le confesó, cuando fueron al baño en una ocasión, que usaba tres antitranspirantes al mes, y Esmeralda le levantó el brazo para olfatearla. A Esmeralda le encantaba bailar, sabía bailar, lo llevaba en sus venas, y, últimamente, lo más emocionante que le había pasado a Emma había sido bailar con alguien que supiera moverse a su ritmo. Una de las mejores noches de la vida, para ambas.

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Jake abrió rápidamente la puerta y entró a la recámara, pero no la encontró durmiendo en la cama como lo había esperado. Todas las luces estaban encendidas, incluso las del baño. Le llamó la atención el par de tacones negros tirados frente al guardarropa, que estaba entreabierto, se acercó y usó sus brazos para deslizar las puertas blancas plegables. La encontró durmiendo, encima de la alfombra. Había intentado cambiarse de ropa cuando llegó, pero se había quedado dormida antes de cumplir su misión. No supo cómo reaccionar. Todo era muy nuevo. Respiró hondo, pero acabó tomándose del puente nasal, queriendo llorar.

—Emma, despierta —trató de articular con normalidad. Tosió una vez para esclarecer su voz y repitió más fuerte—: Emma, despierta. Es importante, florecita —se acercó para sacudirla con una mano.

Emma abrió sus ojos y todo su rostro se transformó en una mueca adolorida. Dolor de cabeza. Era una primera resaca bastante potente. También sintió náuseas, que empeoraron cuando se sentó lentamente. Recordaba a la perfección todo lo que había pasado anoche, desde el daiquiri hasta cómo había regresado en la misma Hummer a las cinco. Sin embargo, le costaba creer que se había quedado dormida en el suelo, incluso recordando cómo había dicho que solo tomaría una siestita antes de ducharse. Santo Dios. Nunca más volvería a beber de esa manera en su vida. ¿No es eso lo que dicen todas las personas después de su primera resaca? Pero Emma hablaba malditamente en serio. Odiaba vomitar, por encima del odio normal que siente todo el mundo, la sensación le causaba ansiedad. Y ahora sentía ganas de hacerlo. Le quemaba el estómago, era gastritis. Quería llorar, pero se contuvo. Por lo contrario, alzó su estúpido escote.

—No se suponía que me encontrarías de esta manera. —Estaba avergonzada. Le sorprendió que no le estuviese gritando ahora, como un papá normal—. Dime que todavía estoy a tiempo para la boda, pa.

—Lo estás. Porque hubo un percance. El salón del hotel tuvo un problema con la tubería del techo. Lo tendrán resuelto para mañana, pero resulta que tu tío Arthur pudo esperar veinte años para casarse con Vanessa, pero ahora no puede esperar un día más. La boda será en Los Hamptons, en el club. Empieza a las seis, pero te cuento que ahora son las tres. Iremos en helicóptero, pero necesitamos irnos ahora mismo.

El Novio De Emma© #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora