16: Milo Walton

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—¿Por qué Emma no está aquí? —preguntó Alan cuando atravesaron la puerta del palacio que Jamie Hamilton ofrecía a la minoría

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—¿Por qué Emma no está aquí? —preguntó Alan cuando atravesaron la puerta del palacio que Jamie Hamilton ofrecía a la minoría. Pero, de pronto, esa incógnita dejó de existir—. ¡Qué vida de mierda me tocó! —exclamó abiertamente al prestar atención a todo lo que le rodeaba; estaba parado en la recepción de un hotel con categoría de cinco diamantes. Demasiado chocante, cada ladrillo debía valer una fortuna.

—Emma llegará en cinco minutos, ya te dije que los jueves por la mañana hace terapia. Y baja la voz, al menos cuando estás conmigo —masculló Colin, quien caminaba con una mano metida en el bolsillo delantero de su vaquero negro.

Alan se detuvo de golpe, lo que provocó que el botones casi se embistiera contra uno de ellos.

—Así que sí te avergüenzo —colocó una de sus manos en su cintura.

Colin refunfuñó, mirando el techo decorado artísticamente.

—Ya te expliqué cómo son las cosas aquí —lo miró más enojado que el otro—. Estás en mi ciudad, en mi isla, en mi territorio. ¿Sabes quién es mi madre? Claro que lo sabes, le estabas mirando los pechos anoche. Mi vida se basa en tratar de pasar desapercibido, sobre todo en Nueva York; además, debes aprender a comportarte de acuerdo a las normas de un establecimiento. Esta gente no paga una milenaria para escucharte maldecir como si estuvieras en un estadio.

—¡Hola, hola! —saludó Emma por detrás, tenía una hermosa sonrisa que combinaba con su tan vivaz vestido amarillo que iba por encima de sus rodillas. Lucía fresca como una flor a la que cariñosamente acababan de echarle agua; claro, venía del consultorio de Jane, y Colin entendió que a Emma le fue bien.

—¡Emma, Colin me maltrata! —acusó Alan.

Emma empujó a Colin de broma, haciéndolo retroceder, y abrazó a Alan como si se tratara de un niño a quien debía proteger. Sabía perfectamente que Alan se estaba pasando, desde que prácticamente pisó el aeropuerto, por eso Colin tenía esa cara, sin embargo, entre todos, Emma era la que más empatizaba y toleraba a Alan, siempre le decía a Colin que fuera un poquito más tolerante y permisivo.

—¡Cómo se atreve! —respondió.

Colin miró la hora en su reloj.

—¿Ya acabaron? —les preguntó.

—¡Me hizo dormir en una bolsa en el suelo de su cuarto santificado! —continuó Alan.

Emma golpeó en juego al abdomen de Colin.

—¿No sabes que los invitados duermen en la cama? —le preguntó.

—No digas que no descansaste bien porque hasta roncaste —dijo Colin, viendo el suelo con impaciencia. Nada de eso le estaba causando gracia—. Y no te iba a dar mi cama, ni siquiera lo consideré —miró a Alan.

—¿Ves? —Alan tomó a Emma de los hombros para mirarla a los ojos.

—Ya. —Colin apartó esas manos—. Suficiente. ¿Podemos ir a comer?

El Novio De Emma© #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora