19: Día en la azotea

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—Estás abusando con la comida, Al —advirtió Colin

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—Estás abusando con la comida, Al —advirtió Colin.

—No me arruines el día, Colin —amenazó Alan.

El camarero dejó los platos a un lado de la reposera blanca donde Alan estaba acostado, descansando. ¿Descansado de qué? Tenía una consola de videojuegos en su alcoba de lujo, sus pulgares se estaban atrofiando. Un día en la azotea del hotel era todo lo que precisaba para reposar sus dedos de ganador.

Colin se sentó con sus piernas cruzadas sobre el camastro blanco que estaba ocupando. Pensó en Emma, en que debió haber llegado hace media hora, le preocupaba que se encontrara llorando frente a un espejo mientras se probaba trajes de baño.

Tal vez debamos retroceder un momento para aclarar cómo acabaron frente a la piscina más extravagante de la ciudad, la respuesta es Alan Moore. Alan quería pasar el día en la azotea luego de enterarse que tenía un panorama espectacular del centro, de las torres íconos, estaban a dos calles del Empire State Building, prácticamente eran vecinos, y estaba seguro de que no había mejor lugar para apreciar dicha torre que en la piscina del hotel, con todas las «nenas ricas» y la barra de tragos más excéntrica que había conocido.

Pero para Colin fue raro que Emma aceptara la jornada sin dudarlo, mas sabía lo que estaba pasando, ella quería darle todos los gustos a Alan, como a un niño malcriado, creía que lo merecía luego de tantas penas. Pero ¿cómo fue que Colin aceptó? Tampoco era fanático de las piscinas de hotel, no le gustaba la gente en esa circunstancia. Definitivamente, quizás, también sentía lo mismo que Emma con respecto a su amigo, además, fue él quien trajo a Alan hasta ahí, no podía ignorar sus deseos de pasarla bien, incluso a su modo.

—¿Emma nos abandonó? —preguntó Alan, masticando unos aros de cebolla.

No. Espero que no. —Es que tampoco estaba seguro, su cerebro estaba minado de inciertos. Y ella tampoco contestaba sus mensajes—. Por favor, si ella aparece, no le pidas que enseñe su traje de baño.

—Amigo, conozco a Emma. Almuerzo con ella más días que tú. No me gusta que me reiteres las cosas como si fuera un estúpido. En el corte de primavera, no se metió a la piscina de la mansión de su tío hasta que todos caímos en coma en una de las salas de estar. Y ahora que engordó, dudo mucho que se muestre.

—Sí, no pronuncies esas palabras frente a alguien más —pidió.

—¿Que engordó? —Lo apuntó con una papa frita rizada.

—Cállate ya —gruñó.

—No los trato de ofender —se estiró para agarrar un refresco enlatado.

—Cállate —repitió, mascullando—, solo cállate.

—De acuerdo, solo porque ahí viene la reina —señaló hacia ella con la punta de su barbilla.

Emma cruzó la puerta transparente, usando un vestido amarillo con mangas, holgado, y con un largor prudente que iba por debajo de sus rodillas; sus sandalias eran gladiadoras largas, con imitaciones de piedras preciosas en colores; tampoco pudo faltar su lente de sol negro. Caminó hasta ellos, aferrándose a su bolso veraniego. Gracias al lente oscuro, fue imposible percatarse de su mirada hiperalerta. Sin embargo, Colin siempre iba un paso adelante.

El Novio De Emma© #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora