Piolín

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"Aprovechemos el otoño

antes de que el invierno nos escombre

enfrentemos a codazos en la franja del sol

y admiremos a los pájaros que emigran

ahora que calienta el corazón..."

Mario Benedetti.

Habían pasado dos semanas del inicio del semestre, dos semanas de septiembre, de esa época favorita para Piper, era su estación de reflexión, de ensimismamiento. Le gustaba estar sola anhelando la presencia de alguien que le diera sentido a sus días fríos y nostálgicos. Se sentaba en su ventana a contemplar la lluvia caer sobre las hojas marchitas de los árboles. Solo ansiaba que antes de que el otoño se fuera, tendría la oportunidad de tener entre sus brazos a la mujer que le robaba la tranquilidad.

— Piper, cariño ¿estas listas?

— Sí, Ma, ya voy.

— ¿Qué tanto vez por la ventana? Estas muy distraída últimamente, dice Maritza que no has querido salir en varios días.

— No quiero hablar ahora. Vamos a esa idiota gala benéfica y ya — contestó de mala gana saliendo de la habitación la joven rubia.

Una de las razones por las que Piper estaba nostálgica siempre para esa estación del año, era por la ausencia de su padre, que pasaba la mayor parte del año fuera del país trabajando. Era odontólogo y trabajaba en una fundación benéfica, desde hace muchos años. La rubia estaba ansiosa porque le había prometido que para las festividades navideñas de ese año se jubilaría para pasar más tiempo con ella y su madre.

Piper adoraba a su padre, era un hombre sencillo igual que ella. En cambio su madre siempre trataba de sobresalir en todo lo que hacía. Obligaba a la rubia a participar de actividades aburridas llenas de gente superflua, que aparecían en revistas y secciones de periódicos de gente millonaria. Razón por la cual se había ganado el odio de la mayoría de sus compañeros de clases quienes decían que al ser una niña rica y siendo su madre una de las doctoras más influyentes de país todo lo obtenía de manera fácil.

Llegaron a un teatro donde su madre presidiría un acto y posteriormente en una reunión, los más millonarios de Boston donarían dinero a fundaciones y programas sociales. Piper había optado por usar un sencillo vestido rojo talle princesa que le llegaba hasta la rodilla y el cabello recogido en una coleta, levemente maquillada solo resaltó sus labios del mismo tono del vestido.

Al entrar al teatro se separó de su madre al ver la multitud de gente acercándose a saludar, no estaba de humor para aparecer en tontas revistas, buscó con la mirada un lugar poco visible para sentarse, se le formó una gran sonrisa por el paisaje que vio y jamás se imaginó encontrar en ese aburrido lugar.

Caminó hasta una de las últimas filas, donde se encontraba Alex Vause vestida con un impecable smoking azul, perfectamente maquillada, y con su típica expresión de odio a todo el mundo y se quedó observándola con una leve sonrisa.

— Hola señorita...

— Chapman, Piper Chapman — dijo sin ganas la rubia parada aun en el pasillo de teatro.

— Chapman, siempre lo olvido, ¿tiene lugar reservado?

— Ehh... no... yo estaba buscando...

— Oh, venga siéntese aquí, estoy sola.

— ¿En serio? — preguntó incrédula Piper.

— Si no quiere... está bien.

— ¡Oh, no está bien! Gracias, Miss Vause — susurró dulcemente Piper sentándose al lado de su profesora.

MISS VAUSE Donde viven las historias. Descúbrelo ahora