Otro septiembre más (capítulo extra)

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"Eres eterno, Amor: si esto desmiente

mi vida, no he sentido tus ardores,

ni supe comprender tus maravillas."

William Shakespeare

Septiembre otra vez, la misma rubia de siempre, acostada, suspirando en su cama mientras detalla cada movimiento de la sensual mujer que continuaba amando con el pasar de los otoños. La observaba abriendo las ventanas, bailando al recibir la brisa de la temporada. Se perdió en la forma única en que movió su torso dándole paso a los rayos del sol que empezaron a brillar en su piel, sobre esa ropa interior que hacía alarde del cuerpo que había recorrido infinitas veces y que todos los días le parecía más precioso, más explorable, la veía y encontraba un nuevo motivo para amarla. Verla bailar Highway to Hell no era una casualidad, la mujer se volteó mostrando una tentadora sonrisa, al ver esos ojos que la encendían en segundos, que la intimidaban, que la hacían sentir tan libre, tan amada.

La rubia se levantó de su cama para ir a su encuentro, no la hizo esperar más, no lo soportó y apretó sus caderas. Sus bocas se unieron en un hambriento beso, erótico, amoroso, su mundo y su infinito amor fundiéndose en el choque de labios. Las mordidas, las manos deseosas por sentir esa carne tan viva, esa piel tan caliente, tan frágil y tan conocida a sus gestos.

En un abrir y cerrar de ojos la rubia tenía sentada en su regazo a la mujer que más había deseado en su vida. Sus labios y dientes le marcaban la piel al despojarla de su lencería, con sus manos acariciaba con fuerza sus glúteos. Cada jadeo de su mujer lo convertía en un beso, en un roce de sus labios sobre su cuerpo.

La poesía, los otoños, el amor, les había enseñado tanto, a fundirse como animales, a desearse como locas cada vez de manera más sublime. La rubia jadeaba muy alto sintiendo los golpes deliciosos de su mujer restregando su sexo en el suyo, tenía una mano frotando en su cuello y la otra en uno de sus pechos. Se mordía los labios maravillada escuchando sus gemidos ahogados, mirándola mover sus caderas también para intensificar la pasión de sus cuerpos. La conexión de esas miradas llenas de fuego, del sentimiento tan puro que sentían.

La rubia le dio un par de nalgadas con mucha fuerza, subió con sus manos y arañó su espalda haciéndola estremecer. Su mujer tomó con fuerza sus caderas para levantarla y besar sus labios sin dejar de fusionar sus sexos. Se sentían, en el calor de sus cuerpos, en la delicadeza tan áspera con que se mordían y se besaban, el fuego pasional que se derramaba y se frotaba en medio de sus piernas. Lo hicieron incansablemente, ajenas del mundo exterior, pues al estar juntas, eran capaces de obviar el resto de la existencia, solo existían ellas y su amor.

Los rayos del sol se volvieron insoportables chocando contra el rostro de la rubia. Fruncía el rostro renuente a abrir los ojos y perder la magia de su noche de pasión. Sintió una añoranza en el corazón y se aferró más a su almohada sin intensiones de abrir los ojos y ver nacer un nuevo septiembre.

— ¡Mami, despierta! Es nuestro primer día de clases — una estridente vocecita y dos personitas lanzándose a la cama hicieron que la rubia abriera los ojos de inmediato.

— Niñas, Dios... yo... estaba soñando — se pasó las manos en el rostro y sonrió levemente recordando su sueño.

— ¿Con Miss Vause? — preguntó su hija mayor, Amelia, la pequeña rubia que nació en septiembre, la que en unos días cumplirá un año más.

— Sí... niñas, siempre en Miss Vause... dormida y despierta sueño con ella... — suspira pensativa.

— Tranquila mami, seguramente esta mañana ya recibió tu regalo del día — la animó Laura Marie, su hija menor que tiene exactamente el mismo rostro de la mujer que amaba.

MISS VAUSEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora