- Capítulo 6

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El cielo se ha encapotado de nuevo, trayendo consigo un viento fresco que me hace desear no haberme confiado tanto

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El cielo se ha encapotado de nuevo, trayendo consigo un viento fresco que me hace desear no haberme confiado tanto. Me detengo de regreso a casa junto a un claro en el bosque. Allí veo un zorro junto a la carretera que parece herido. Bajo de la bicicleta y me acerco a él, observándolo ensimismada. Él me mira, tuerce su preciosa cabeza para observarme mejor y parece querer acercarse. Sin embargo el ruido de unas ruedas deteniéndose en el asfalto lo asustan y escapa corriendo. Al menos he podido comprobar que no estaba herido, solo acostado observando el fluir de los coches, comportamiento extraño en cualquier clase de animal. Pienso entonces en el que ha atacado a Waylon. ¿Se tratará de un puma? No sé si hay pumas por esta zona. Cuando me giro para recuperar mi bicicleta me encuentro con una furgoneta negra detenida junto a ella, en el arcén. Lo primero que pienso es en el hombre trajeado que dijo que estarían vigilándonos por si algo ocurría. Pero no sé trata de él; la ventanilla se baja y asoma un hombre. Tiene una cicatriz bajo el ojo derecho y una gorra cubre su cabeza.

- Hola, preciosa, ¿qué haces por aquí tan sola? -pregunta. Me estremezco ante su tono de voz, repugnante, y miro disimuladamente deseosa de que aparezca algún coche a quien pedir ayuda; pero la carretera está desierta.

- Irme a casa -respondo sin apenas mirarle mientras cojo la bicicleta, dispuesta a continuar mi camino.

- Puedo llevarte -afirma.

- No, gracias -digo poniendo un pie en el pedal.

De repente la puerta de la furgoneta se abre y un hombre se abalanza sobre mí para que no pueda emprender la marcha. Consigo noquearlo con un golpe seco con el codo en el pómulo, pero eso solo me deja ver que hay más de donde éste ha salido.

- Venga, desgraciados, es solo una niña -dice el que ha hablado conmigo antes-. Bonita, estate quieta si no quieres acabar como tu padre.

Me derrumbo de rodillas, conmocionada por sus palabras. Son ellos, son esos hombres. Nos han encontrado. Todo el entrenamiento que mi padre me dio no sirve para nada ahora, pues mis músculos se bloquean. Se me nubla la vista debido a las lágrimas, y apenas soy capaz de reaccionar cuando uno de esos hombres me coge en volandas y se dirige de nuevo al interior de la furgoneta conmigo en brazos. No puedo hacer nada, mi cuerpo no responde. Solo puedo pensar en las cosas horribles que han hecho estos hombres, en lo que le hicieron a mi padre.

I Equinoccio · 𝓙𝓪𝓼𝓹𝓮𝓻 𝓗𝓪𝓵𝓮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora