Capítulo 6: La conmemoración (parte VIII)

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—Me siento raro —decía Milton descolocado, como si hablara consigo mismo—. Me siento... ¿poderoso?

—Despertaste algo que en tu interior estaba dormido... Escondido. Es como deberías sentirte —la imagen de Rigal parecía brillar y sus palabras llegaban cálidas a los oídos del joven.

—No lo sé —suspiraba—. Es todo tan —hacía una pausa—. Raro.

—Diste un gran paso hoy —hablaba entre sonrisas—. Te entrenaremos —hacía una pausa—. Serás un gran Mythier.

El aroma de las plantas que rodeaban los árboles, en los que el grupo esperaba el regreso de Rigal, hacía estornudar y quejarse a Engar. De noche, era posible ver una nube de polen, polvo y demás sustancias que desprendían las rarezas del bosque. A algunas personas no les afectaba en lo más mínimo; a otras, como en el caso de Engar, las hacía lagrimear, aumentaba su mucosidad y en algunos casos, les complicaba la respiración.

—¿Podrás pasar la noche? —preguntaba Rigal que se incorporaba al grupo con Milton.

—Sí —respondía entre lágrimas—. Es sólo un resfriado.

—Tengo una idea —continuó el Mythier mientras veía a Milton recostarse sobre el árbol en el que estaban sus pertenencias—. Bori, Engar... Vayan al pueblo y revisen la zona. Cuenten los guardias y analicen el nivel de peligro —acariciaba su barbilla—. Él—refriéndose a Milton—. Todavía no está preparado para interactuar... Verían algo raro y lo delatarían —por unos segundos puso sus ojos en el cielo como pensando, como sacando cuentas—. El resto, comenzaremos el entrenamiento... después de un descanso, claro.

—Yo... —intervenía Germanus—. Los acompañaré. Quizá consigamos algo dando lastima de mis heridas —sonreía pícaramente.

Todavía no era de noche; aunque el joven pensaba que faltaba poco para que eso suceda. El efecto del Sherkei comenzaba a desaparecer: los dolores y malestares lentamente volvían. El cansancio fue en aumento y un cosquilleo relajante se fue apoderando su cuerpo lentamente... Así, hasta quedarse dormido.
Para cuando Rigal quiso ofrecerle un plato de comida, ya era demasiado tarde. Verlo dormir le produjo tranquilidad, «paso a paso —pensaba—. Paso a paso».
Al dejar el plato en el suelo, notó que la mirada áspera de Oriana lo recorría con desdén.

—Oriana —la guerrera no se molestaba en fingir, ni en mirar a otro lado—. ¿Puedo preguntar qué te sucede? —mientras colocaba amablemente, los ojos en ella.

—Ya lo hiciste —respondía tajante—. Y ya sabés que me sucede —no elevaba su voz, no lo necesitaba para demostrar su enojo—. Miralo Rigal —refiriéndose a Milton—. Es un niño... ni siquiera sé qué edad tiene ¿Y lo querés meter en una guerra? —bajaba la mirada hasta sus manos—. No me pidas que esté de acuerdo con eso.

—Para cuando la guerra llegue, él será mayor, estará entrenado y será un gran Mythier. No es lo que yo quiero, es el destino...

—Pero...

—... Por eso debemos entrenarlo, ayudarlo, acompañarlo. Debemos creer en él.

—¿Por qué le tenés tanta fe?

—Porque es el último Oriana —recorriendo el suelo con sus ojos—. El tendrá que limpiar el nombre de los Mythiers ante los Vahianer y ante el mundo entero.

—¿Cómo que él?

—¿Confiás en mí... todavía? —interrumpiendo su pregunta—. ¿Me ayudarás una vez más?

Ella no estaba del todo convencida. Miraba hacia los costados, como si estuviera pensando la respuesta; pero no hacía falta pensar, sabía bien cual era.

Fhender: La rebelión de los Vahianer ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora