Capítulo 9: Amanecer (parte IV)

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Habiendo pasado el puesto de control y ya vislumbrando algunas estructuras del exótico Rasgh, siguieron avanzando. La noche estaba completamente sobre ellos, por lo que los faroles del carro, que contenían una vela encendida, combatían la oscuridad. Quien dirigía el paso de los gapers, entre tanto, tomaba un trago vino y se quejaba, ya que el mercader que se lo había vendido, le había asegurado que contenía alcohol; y a diferencia de lo dicho, la botella contenía el jugo de uvas que se utilizaba para alimentar a los niños y a los ancianos.
—La próxima vez compro un ron —partiendo la botella sobre los pastizales que habían a su izquierda.

En la cabina, Zies limpiaba con un pequeño y desgastado trapo su cuchillo. Aphela permanecía sentada, mirando fijamente hacia un costado. Desde que habían vuelto, no había habido palabra alguna. El joven miraba de un lado a otro, como quien intenta no hacer ruido con la mirada. Lo habían descubierto, y aun así lo habían ayudado; no estaba seguro de que eso significara que estaban de su lado, pero sin duda, no estaban en su contra. Quizá, creyó, conocían a Oriana; observando con más detalle ahora, le parecía que compartían la misma edad.

—Gracias —sonó la voz de Fhender; por más bajo que había intentado hablar, su voz retumbaba y se hacía eco de la atención de las mujeres.
La mirada de Zies era una mirada de entendimiento, como si no le importara haber tenido que defenderlo; en cambio la de Aphela, era fría. No estaba enojada, solamente esperaba respuestas.

—Así que conocías a Rigal... —las palabras tenían tal carga, que obligaron al joven a tragar saliva—. Ahora entiendo... Sos un Myhier —Fhender abría la boca como para objetar, pero esta seguía hablando—. No me importa tu historia, tampoco me interesa saber si lo que pasó en el bosque fue obra tuya. Te dejaremos en Billeg, como un acto de generosidad...

—Aphela —interrumpía Zies intentando calmarla—. Él no tiene la culpa.

—Ya sé que no... Pero no está de más decirlo —suspiraba y continuaba hablando—. Siempre que se está cerca de un Mythier, las cosas van mal.

Fhender recordó un cuento que aparecía en uno de los libros que había rescatado de Kungal. Este hablaba sobre la creación de Pseu y Mytri; el bien y el mal. Siempre, en todo orden, debe existir un balance entre el bien y el mal, el amor y el odio, la guerra y la paz. Desde esa perspectiva explicaba que Pseu suponía la vida y Mytri la muerte; el poder enferma y Mytri da poder a quien elige.
La maldición y la búsqueda del más; y ¿qué más puede haber después de un Mythier? Otro Mythier. Por eso la guerra, por eso la maldición.
El joven no creía en ese relato, no después de haber conocido a Rigal, que no parecía asemejarse a la imagen de quien busca el poder; aunque le había impactado leer y escuchar lo que otros decían de este.

—Perdón —dijo sin saber muy bien si realmente debía disculparse.

—¿En busca de qué vas a Billeg? —arremetía nuevamente Aphela—. Es decir... —corrigiéndose—. Dije que no te haría preguntas, pero te ves indefenso... y no parece que te sepas cuidar solo —intentaba disminuir la agresividad de su tono—. Será muy fácil que te atrapen.

—Tengo... tengo que encontrarme con algunos —pensando sus palabras—. Amigos. Aunque no estoy seguro de cómo encontrarlos.

—Bueno espero que ellos te sepan cuidar...

—Podríamos ayudarte a encontrarlos —la voz de Zies se colaba en la conversación.

—No será necesario... —intentaba ser modesto; pero era interrumpido.

—Sí, sí lo será —decía Aphela intentando mostrar una pequeña sonrisa.

—Sí, sí lo será —decía Aphela intentando mostrar una pequeña sonrisa

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Fhender: La rebelión de los Vahianer ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora