Capítulo 12: Discordancia (parte III)

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La mirada de Oriana recorría una a una las caras. Extrañas, sensibles, angustiadas y temerosas. Se olía el dolor y se sentía la desidia. Se preguntaba si ella estaría así, sin esperanza alguna, luego de unas cuantas horas más.
He'lebr e. El castigo más extremo que imponían los Ghetar a quienes consideraban los mayores criminales y enemigos de guerra. Se trataba de un pozo que se había generado naturalmente, con más de cien metros de profundidad. En los extremos del mismo, había largas estacas que contenían miles y miles de cráneos pertenecientes a quienes habían perdido la vida en He'lebr e. No existían pasadizos subterráneos; la única manera de entrar o salir del pozo, era a través de unos escalones, diseñados para dejar a quien había resultado merecedor de tal pena. Alrededor de diez Ghetar caminaban constantemente observando a los prisioneros; mientras que otros quince desde la superficie, vigilaban entre otras cosas, quien subía y quien bajaba de la escalera.
Esta raza tenía una rara obstinación con la seguridad; muy apegada al sentido de honor que compartían. Nunca jamás nadie, desde la creación de tal prisión, se había logrado escapar; y esa, era una reputación que pretendían mantener.
Por la forma de tal prisión, se creía que antiguamente había sido un volcán y que con el devenir de las bajas temperaturas, había quedado extinto.
Los prisioneros eran despojados allí, sin ataduras, esperando que el tiempo, el frío y el hambre hagan su trabajo. La mayor parte de estos, recibían una gran golpiza antes de entrar al He'lebr e; por eso, las pocas fuerzas que les quedaban, eran utilizadas para pasar sus últimas horas con el menor sufrimiento posible. Simplemente, esperaban su muerte.
Pero había quienes no estaban de acuerdo con ese destino.
Germanus mantenía su cuerpo relajado, sus hombros caídos y la mirada entre sus piernas. Simulaba estar disperso; pero en verdad, conectaba miradas con Oriana siempre que podía. Quizá por los años de combate que tenían juntos solo ellos lograban entenderse; lo que para cualquiera resultaba ser un simple vistazo, para ellos significaba un aliento de guerra.
La comunicación no podía ser fluida ni llamar la atención, habían sido los últimos en entrar al pozo; por lo que eran los más observados. Después de unos cuantos intentos, la guerrera había logrado que Bori entendiese sus mensajes. Entre miradas y señas había logrado reagrupar la atención del grupo; de casi todo el grupo. Solo faltaba Fhender, quien se encontraba en una situación realmente crítica. Los intentos de Germanus por despertarlo, eran inútiles. Luego de los golpes recibidos, el joven no había logrado recuperar plenamente la consciencia. A veces abría los ojos; pero rápidamente volvía a cerrarlos. Su rostro se encontraba aun marcado y Germanus tenía serias dudas con respecto a la firmeza de su tabique.
Hacía algunas horas que se encontraban en la prisión y la guerrera sabía con exactitud, que cada hora que pasaba sus posibilidades disminuían drásticamente. Si existía posibilidad de escapar, era luchando; aunque sin sus armas, todo se volvía más complejo. Ella sabía mejor que nadie, que con el paso del tiempo y sin ningún tipo de alimento, su energía sería casi nula. Debían actuar, y debían hacerlo ahora.
En el pozo había más de trescientos prisioneros. De estos, solo la mitad Oriana creía que eran capaces de levantarse. Si esto fuese así, sus cálculos eran que un tercio, se acoplaría al motín.

—Oriana —hablando bajo y tapando su rostro con las manos—. Es una locura —vigilando sus costados—. Ni con todos los prisioneros lograríamos derribarlos.

—No tenemos armas —intervenía Bori.

—Además —volvía a hablar Germanus—. Fhender no reacciona... Creo que está muriendo —mirando al joven tendido sobre el suelo.

—Solo necesita tiempo para recomponerse —negando con la cabeza—. El motín se iniciará, si demostramos que podemos vencer a uno —chistaba a Bori al ver que intentaba remarcar la falta de armas—. Las haremos —decía totalmente convencida buscando crear en sus compañeros el fuego de la esperanza.

—Las haremos —decía Germanus mientras veía que un Ghetar se les acercaba.
Casi sin pensarlo, se tiró de tal manera que generó una traba, con todo su cuerpo, entre los pies del guardia; lo que produjo que este callera repentinamente sobre sus rodillas y en una fugaz mirada, Bori y Oriana supieron que hacer. Rápidamente y con la fuerza de quien quiere romper una puerta con su cuerpo, la guerrera y el joven empujaron al Ghetar, haciéndolo caer y quedar tumbado sobre el suelo. Girando sobre su cuerpo, Germanus alcanzó el arma del guardián, y con ayuda de Oriana la clavaron fuertemente en el abdomen de la bestia. El grito despavorido del atacado, concentró toda la atención. Todo He'lebr e, había tomado consciencia de lo sucedido.

Fhender: La rebelión de los Vahianer ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora