¡Sumérgete en el fascinante mundo de Fhender y déjate llevar por una aventura inolvidable!
En esta apasionante novela, conocerás a Milton, un joven huérfano que se embarcará en un viaje lleno de misterios y descubrimientos asombrosos. A medida que d...
—¿Quién es este y cómo sabe tu nombre? —preguntaba Zies poniéndose a la par de su compañero.
Sin que sonara ninguna palabra más, el infiltrado comenzó a levantarse dándoles la espalda. Luego, corrió de su cabeza la capucha marrón que lo cubría y volteó hasta encontrarse cara a cara con los recién llegados.
—Hijo de puta —decía con asco el compañero de la muchacha, cerrando sus puños.
—Esperá —hablaba la mujer estirando un brazo a la altura del pecho de Germanus—. Tal vez tenga algo que decirnos... —dirigiendo su mirada al intruso—. ¿Cuál era tu nombre?
—Se llama Engar —volvía a hablar sin poder controlar su rabia—. Y es un traidor —dejando de hablar al sentir nuevamente que el brazo de su compañera tocaba su pecho.
El clima de tensión no cesaba. Zies comprendía lo que pasaba por la cabeza de Germanus, pero sabía que actuar impulsivamente solo les haría perder la oportunidad de descubrir que tramaban los Cursai. Le tocaba a ella asumir un rol fuera de emociones, para intentar sacar provecho de la situación. Por lo que luego de controlar con su mirada a su compañero, se volvió hacia aquel infiltrado con un gesto que lo habilitaba a hablar.
—Sé que nunca tuve la oportunidad de explicar lo que sucedió —comenzaba a hablar Engar mirando el suelo—. Y sé que quizá nunca tenga la oportunidad de contarles mi verdad... de pedirles perdón...
—No puedo creerlo —interrumpía el hombre desacreditándolo—. ¿Harás un papel lamentable? No me das lástima; y no tendrás la oportunidad de pedir perdón porque de esta habitación no saldrás con vida.
—¡Germanus! —gritaba Zies mientras golpeaba con su mano abierta en el pecho de aquel hombre—. Si no vas a poder escuchar, te pido por favor que cruces la puerta.
Sin responder a esas palabras, el guerrero se acercó a la cama en donde Bori se encontraba tendido, examinando sus golpes. Pocos segundos después, Engar volvió a hablar.
—No pretendo que me crean... mucho menos que no quieran matarme ahora mismo —elevando su mirada hasta dar con los ojos de Zies—. Pero la verdad es, que sé que con mi arrepentimiento no basta, y por eso volví.
—¿Volviste acompañado de tropas Cursai? —preguntaba la muchacha anticipándose a la reacción que creía venir por parte de su compañero.
—Ellos creen que estoy de su lado; pero no es así —respondía—. Mi plan era ayudar a los Vahianer, estando aquí adentro y arruinando las órdenes que Taniel nos había dado —llevando su mirada a Bori y luego a quien alguna vez había sido su compañero—. Cuando nos colamos en el castillo, perdí a los Cursai, como ya había previsto hacer; y poco tiempo después lo encontré tirado en las escaleras. Estaba desmallado y con aquel arpón clavado —señalando la flecha que yacía algunos metros al costado de la cama—. No dude en traerlo hasta acá. Sin llamar la atención de nadie, lo asistí. Aun no despierta, pero ya se encuentra bien.
—Supongamos que te creo —hablaba Zies—. ¿Cuál es su plan? ¿Por qué entraron?
—Las órdenes fueron claras —continuaba—. Dispersarnos en grupos, eliminando la mayor cantidad de arqueros posible... Taniel sabe que sin una cobertura aérea los rebeldes no tienen posibilidades —exhalando—. Claro que muchos Cursai se llevaron una sorpresa al encontrar que había guerreros por los pasillos; y seguramente muchos cayeron, pero mientras ella siga viva, sus arqueros corren peligro.
—¿Ella? —intervenía Germanus.
—Kinta —respondía tan rápido como si ya se hubiese preparado para responder esa pregunta—. Lleva a los mejores guerreros con ella y en estos momentos, ya debe estar por comenzar su ataque.
Un silencio ocupó la sala. Zies intercambiaba miradas con su compañero, mientras que Engar simplemente miraba el suelo.
—No sabemos si podemos creerle —decía Germanus, respondiendo a lo que la mirada de la muchacha le insinuaba—. Para mí siempre será un traidor.
—Entiendo que digas eso —decía Engar volteando lentamente y mirando fijo al guerrero—. Pero si no van, en este instante a detener a Kinta, ya no tendrá sentido si me llamás traidor o no.
—No podemos dejarte con Bori... No le confiaremos su vida a un enemigo —decía duramente Zies.
En ese momento, quien estaba siendo juzgado, llevó su mirada a la muchacha. Limpiándose una lágrima respondió:
—Yo jamás le haría daño a Bori.
Algo en su tono, dejó a la mujer sin palabras. El guerrero también fue capaz de percibir ese silbido que hace la voz, cuando las palabras no vienen de la racionalidad, sino de la emociones, de los sentimientos. Aun así, ninguno estaba preparado para dar segundas oportunidades. Quizá lo que acababa de decir era sincero, pero no alcanzaba para sanar el mal que había causado.
—Seguro hubieses dicho lo mismo por Rigal —decía el hombre negando con la cabeza. En ese momento, sintió un tirón en su mano y volteó rápidamente notando que Bori abría sus ojos.
—Germanus —la voz de su compañero le inflaba el pecho de alegría—. Vayan a avisar a Teilan —sus palabras eran tenues y débiles. Se notaba la fuerza que hacía para hablar—. Engar cuidará de mí... —viendo que el guerrero cerraba sus ojos y negaba con la cabeza volvía a insistir—. Por favor, Germanus... Voy a estar bien —volviendo a cerrar sus ojos.
Zies dio unos pasos para acercarse, pero antes de llegar a su compañero, este habló.
—Confiaremos una última vez Engar —volteando y mirándolo a los ojos—. Solo porque Bori me lo pidió; entre nosotros, no hay perdón posible.
NicoAGarcía
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