Capítulo 10: Susurros (parte I)

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Vapor y olor

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Vapor y olor. Olor a yuyo quemado. Hierbas aromáticas que lograban abrir las fosas nasales y relajar la respiración.
De los tablones que componían el techo se escuchaban pasos, como fuertes pisadas de Skud, que retumbaban por la húmeda y silenciosa habitación de abajo.
La luz se adentraba por pequeños espacios entre el techo y las paredes, que además de tener la función de dejar pasar la luminosidad del exterior, servían para ventilar y generar un intercambio de oxígeno.
Por lo que podía apreciarse ahí adentro, parecía que el sol comenzaba a aparecer.
Las tazas que cada una de las personas allí sentadas sostenían, eran las responsables del fragante aroma, que actuaba como relajante y combatía la tensión del encuentro. 
Caras desconocidas y miradas intimidatorias recibían al joven, que hundía sus labios en el té intentando no interactuar.
El encuentro con Germanus lo había tomado por sorpresa y quizá por el estado en el que se encontraba fue que también le había costado algunas lágrimas. No recordaba con exactitud hacía cuanto tiempo se habían separado; pero sin duda necesitaba encontrarlo. Acompañando a Germanus estaban Bori y Engar quienes seguidamente y aprovechando la carreta, llevaron a Fhender a la taberna de Med. La señora camarera con la que días atrás se habían topado.

—¿Seguro que podemos confiar en ellas? —La voz de Germanus sonaba casi imperceptible en el oído del joven, quien asentía dejándolo tranquilo.

—¿Dónde está Oriana? ...

—¿De qué están hablando? —interrumpía una voz haciendo resonar la de algunos otros, como una turba amotinada. Fhender sin intención lo miraba y luego bajaba la vista.

—Disculpá... solo le conté un chiste de los tipos que usan vinchas en la cabeza —hacía sonreír al joven.

De repente un tumulto de personas fingía retener al tipo que se abalanzaba sobre quien lo había puesto en ridículo.

—No voy a pelear —hablaba parado sacándose las manos de quienes lo sujetaban—. Estamos todos del mismo bando... —cambiando el tono—. Pero este —señalando a Fhender—. Jamás será un Vahianer.

—Y vos jamás... —levantándose—. Envejecerás, si te metés con el chico —sacando su arma y dejándola cerca del pecho del joven, como imponiendo una barrera.
En ese momento, quien estaba siendo defendido, vio como Zies y Aphela estaban expectantes en un costado. Esperaba estar en lo cierto al confiar en ellas. Rigal siempre le había dicho que confiase en sus instintos, y eso era lo que empezaba a hacer.

 Rigal siempre le había dicho que confiase en sus instintos, y eso era lo que empezaba a hacer

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Fhender: La rebelión de los Vahianer ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora