¡Sumérgete en el fascinante mundo de Fhender y déjate llevar por una aventura inolvidable!
En esta apasionante novela, conocerás a Milton, un joven huérfano que se embarcará en un viaje lleno de misterios y descubrimientos asombrosos. A medida que d...
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Al llegar, Rigal le mostró la tienda donde dormiría. Fácilmente notó que había dos personas durmiendo, por lo que intentó hacer el menor ruido posible. Una bolsa de dormir vacía lo esperaba cerca de la entrada. Supuso que era para él, así que sólo se metió en ella y cerró sus ojos. Lamentablemente para Milton, conciliar el sueño le costaría algunas horas. Los pensamientos rondaban su cabeza, despertando temores, inseguridades y centenares de preguntas. Sentía que por primera vez comenzaba a obtener respuestas; aunque no estaba seguro de que sean las que quería escuchar. El calor de una fogata cercana aminoraba el fresco que traían las bocanadas de viento, producto del inmenso torrente de agua. En un principió el joven creyó no poder dormir con semejante ruido, pero luego de permanecer allí algunas horas, este parecía desaparecer.
Poco a poco el sol empezaba a salir, ocultando la oscuridad. Los pájaros se deslizaban por el aire despegándose el frío que la noche les había traído y los sonidos cotidianos de los animales comenzaban a resonar por todo Noinor. La luz se lograba colar en la cueva molestando a los soldados rebeldes, quienes lentamente se disponían a despertar. Era hora de volver a encender las fogatas que se habían consumido; aunque no era eso lo que parecían hacer los Vahianer que iban saliendo de sus tiendas.
Milton, quien había logrado dormirse profundamente despertó de un salto al sentir que algo rozaba su nariz. Lo siguiente que pudo observar fue a su compañero revolcándose por el suelo agarrando su panza y limpiando sus lágrimas.
—¿Qué pasó? —preguntaba confundido y asustando mientras veía como Bori reía—. ¿Qué me hiciste?
—Nada... —contenía su respiración y volvía a reír.
Milton rascó su pelo y miró hacia el costado. Entendió cuál era la gracia. Parecía que un calzado de cuero fino, color marrón sobre la cara del chico nuevo, bastaba para hacer llorar de risa unos cuantos minutos a Bori.
—No te enojés —aparecía una voz por sobre la espalda del bromista—. Nunca superó la separación de sus padres —el comentario generaba un incómodo silencio en la habitación—. Me llamo Engar, él es Bori... Oriana ya nos contó todo. Nos disculpo por cómo te tratamos anteriormente... Creo que sabrás entender.
El joven no respondió; pero de alguna manera dio a conocer que aceptaba sus disculpas. Quizá fue por la forma en la que los miraba o la compostura con la que posteriormente se levantó. Parecía no necesitar las disculpas y hasta disfrutar un poco la broma de Bori.
—Oriana nos busca —volvió a hablar—. Vamos.
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