¡Sumérgete en el fascinante mundo de Fhender y déjate llevar por una aventura inolvidable!
En esta apasionante novela, conocerás a Milton, un joven huérfano que se embarcará en un viaje lleno de misterios y descubrimientos asombrosos. A medida que d...
El sonido de su palabra flotó un tiempo por el aire hasta que fue inundado nuevamente por el ruido de los hombres marchando. De pronto todo el ejército, incluidas las máquinas se movían a un mismo ritmo; respetando la distancia con su rey. El pleno sol del día, permitía ver cada detalle a medida que se acercaban al fuerte. Una pequeña sonrisa comenzaba a formarse en la cara de Taniel, al ver a los lanceros enemigos. Estos estaban casi a la altura de las dos torres separadas del castillo y detrás de ellos se extendían filas montadas. También observó que el fuerte se encontraba repleto de arqueros y fue después de unos pasos más, que decidió frenar su marcha. Consecuentemente todo su ejército se detuvo. La distancia que los separaba era de pocos kilómetros: los suficientes para observar con detalle, sin ser lastimado. Taniel volvió lentamente a desplazarse, pero esta vez hacia la derecha y cuando estuvo cerca del final de la fila, apoyó su mano sobre la cabeza del Skud. El animal seguidamente intentó moverse de un lado a otro sin poder conseguirlo; desesperadamente comenzó a gemir hasta caer con sus ojos abiertos al suelo. Los fatales sonidos del sufrimiento de aquel animal, quedarían grabados en la memoria de muchos de los presentes. Inexpresivo, Taniel comenzó a pisar el lomo del Skud ya muerto, hasta encontrarse completamente parado. Viendo por encima de las lanzas de sus hombres y contemplando a su ejército dijo:
—Qué no quede nadie vivo.
—¡Qué no quede nadie vivo! —repitió el comandante a los gritos.
Mientras volteaba, el rey escuchaba la frase repetirse una y otra vez. Pocos segundos después, estiró su brazo dando la primera señal.
—¡Sin piedad! —gritaba nuevamente el comandante llevándose consigo la gran ofensiva del rey.
Los montados mantenían una velocidad moderada, para no quedar con tanta ventaja respecto de los guerreros a pie, y a medida que todos estos se iban alejando, los encargados de las máquinas comenzaban a tomar su posición. La mirada de Taniel recorría el trayecto de sus hombres con vehemencia y se alimentaba de los gritos forajidos que desplegaban. Su atención fue dirigida a sus espaldas al percibir que alguien le hablaba; era Jeik, que junto a Kinta se encontraban esperando sus órdenes.
—¿Continuamos con el plan mi señor rey? —preguntaba el hombre.
—Quiero que esté todo listo para cuando de la señal —respondía Taniel luego de asentir—. ¡Prepárense!
Jeik abandonaba rápidamente su posición y comenzaba a los gritos:
—¡Todos sobre el objetivo! ¡No quiero errores! ¡Preparados! —simultáneamente y luego de esas palabras, el sonido de palancas y cadenas tomó protagonismo. Jeik, se encontraba con la mano en alto sin correr su vista de Taniel, esperando su señal.
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La mirada de Baklo calculaba el impacto. Los soldados esperaban sus órdenes sin mostrar ni una mueca de temor; eran Vahianer, hacía mucho tiempo que esperaban este momento. En una mano llevaban una lanza capaz de atravesar cualquier armadura, y en la otra un escudo que lograba cubrir desde su rodilla hasta su cuello. En las alturas, los arqueros esperaban la señal para destensar la cuerda de su arco y liberar flechas al enemigo. En los ojos de Bori se hacía presente el color amarillo del cabello de Taniel; no debía dejar que el odio cegará su batalla, por lo que volvía su mirada a los montados enemigos que ya casi se encontraban a punto de impacto.
—¡Armados! —gritó Baklo y todos elevaron sus lanzas a la altura de su pecho. Observó unos segundos más los precipitados pasos de los gapers que ahora no nublaban el sonido de su propio corazón—. ¡Escudos! —con su mano izquierda e inclinando brevemente su cuerpo en la misma dirección, posicionaron los escudos cubriendo la mayor parte de su cuerpo; con su rodilla flexionada y su pierna derecha estirada resistirían el impacto de la primer oleada.
Fue entonces que los pasos de los gapers comenzaron a aminorar la velocidad hasta frenarse por completo. La distancia que había quedado entre ambos bandos era de algunos metros. Entre los Vahianers primó el desconcierto. En las alturas Teilan seguía con su brazo en alto sin dar la orden de ataque. En el campo de batalla, solo se escuchaba el rechinido de los gapers. Las miradas iban y venían intentando ver en el enemigo alguna señal o expresión que los delatase. Pero nada parecía tener sentido, hasta que los gritos de Teilan advirtieron la trampa enemiga. Rocas de diferentes tamaños y bolas de hierro caían desde el cielo; pero no apuntaban al fuerte, sino a los soldados de la primera línea defensiva.
—¡Dispérsense! —comenzó a gritar Baklo—. ¡Dispérsense! —desesperado viendo como los proyectiles comenzaban a caer aplastando a sus hombres.
Las filas enemigas se deleitaban al ver la desesperación de los Vahianer, que torpemente corrían de un lado a otro. Muchos se chocaban entre sí, sin saber a dónde ir, otros intentaban rescatar a los caídos; de repente todo se había vuelto un caos para los rebeldes, que ahora habían perdido su línea de defensa y debían reorganizarse con unos cuantos soldados menos.
NicoAGarcía
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