Capítulo 04

260 77 5
                                    



[ 04 ]


Me quité el sudor de la frente y di un gran bufido. Mi cuerpo se sentía deshidratado y débil y mis piernas temblaban, pero debía seguir.

Fue como si mis súplicas mentales hubieran sido oídas, porque a lo lejos vi que la señora Nora venía con una gran jarra de limonada y vasos sobre una charola. Además de estudiar, también trabajaba, pero era desgastante y siempre terminaba al borde del cansancio.

Para poder solventar mis futuros estudios, supe que la beca que solicitaría no sería suficiente y que necesitaría trabajar, pero un trabajo como repartidor de pizzas no me ayudaría mucho, así que tuve que buscar algo más. Desde hace tres años había comenzado a trabajar en los pueblos cercanos de San Francisco, labrando las tierras, cercando casas e incluso caminos o pintando granjas. Hacía cualquier trabajo que me pidieran, pero era cliente especial de la señora Nora.

Cuando recién había comenzado, ella fue una de las primeras personas en contratarme. Me acogió con cariño y me tuvo paciencia a pesar de ser inexperto y mucho más chico en aquel tiempo. Ya era una señora grande y viuda, lamentablemente también había perdido a su único hijo hace tiempo, así que creo que la razón por la cual siempre me apreció tanto, fue porque veía en mí a aquel hijo. Gracias a ella era como conseguía mis mejores trabajos, pues me recomendaba y era así como la gente me contrataba.

No lo voy a negar, era difícil, y había estado a punto de dejarlo todo, pero había valido la pena. Todo el dinero que ganaba iba directo a mi cuenta bancaria que tenía exclusivamente para mis estudios, y con todo eso y la beca que había solicitado, era más que seguro que ingresara a Harvard, además de que cumplía con todos los requisitos que solicitaban y mis notas eran excelentes.

—Lucas, hijo, estás más rojo que un tomate —Nora me entregó un vaso de limonada y me lo tomé de un solo trago —. Has trabajado mucho por hoy, deberías irte a descansar.

Era cierto, pero tan sólo llevaba media cerca hecha. Pero es que no era tan sencillo, primero debía conseguir todo el material y fabricar la cerca yo mismo desde mi taller en casa, transportarla, tomar medidas y estacar el terreno para comenzar a agujerar e iniciar el trabajo, sin contar que debía pintarla. Lo admitía, amaba lo que hacía, había aprendido a ganarme cada cosa con el sudor de mi frente, pero costaba, y mucho.

—Estoy bien, Nora, solo es el sol en su máximo esplendor —le resté importancia, pero Nora se acercó y tocó mi frente.

—Estás caliente, muchacho.

—Por el sol —rodé los ojos y reí, pero Nora en cambio se puso las manos en la cintura y me regañó.

—Muchachito, ¿te viniste a trabajar como Sansón sin haber comido? —dijo.

La verdad es que no había tenido tiempo de comer nada más que una barra de granola, y esta señora era tan hogareña y lista, que no me dejaría seguir trabajando hasta que tuviera algo en el estómago.

—Ven, hice un bistec delicioso —Nora se acercó a mí y tomó mi pala y la tiró al suelo —. Y si no te comes todo lo que te sirva, te despido.

Me reí, había sido la mejor sentencia.

—¡Sí, señora! —exclamé como un soldado y la seguí hacia su casa, desde ese día comencé a irme sin comer más seguido.

Después de la comida, regresé con el trabajo hasta que el sol comenzó a ocultarse y volví a casa. Por suerte, había terminado toda la cerca y lo único que me había faltado era pintarla.

Tomé el autobús en la única estación del pueblo y en cuarenta minutos llegué a casa. Mi cansancio era grande como mis ganas de dormir.

La sala estaba vacía cuando entré y no hubo olor de cena que me recibiera, pero cuando fui a la cocina, vi el plato de comida que mi madre gentilmente me había guardado. Cuando terminé de cenar, lavé el plato y dejé todo en su lugar tal y como estaba y subí a mi habitación, donde caí como un muerto en la cama.

Incroyable Donde viven las historias. Descúbrelo ahora