Capítulo 33

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[33]

Cuando desperté, lo primero que sentí fue un gran dolor por todo mi cuerpo y cabeza. Y lo segundo que le siguió, el gran mareo y desorientación que sentí después. Lentamente fui abriendo los ojos, y cuando mi visión pudo adaptarse, me di cuenta que estaba en un lugar desconocido. Quise moverme, pero en cuanto lo hice solté un quejido; estaba atado de espaldas con unas esposas a un tubo de acero, eso explicaba mi dolor. En esta posición sentía todos mis huesos desencajados y fuera de lugar, me sentía adolorido y en extremo confundido.

¿Dónde carajos estaba? ¿Y por qué me encontraba así? Lo último que recordaba era la horrible sensación de haber estado sedado.

Observé el lugar y de inmediato pude deducir que estaba en un sótano. Pero no era el de mi casa, sino el de otra casa. Había herramientas, estantes con cajas y una mesa larga con cubetas y cosas mecánicas encima. Un sótano muy común y corriente, pero en extremo limpio y ordenado. La puerta del lugar se abrió y yo me sobresalté. La persona fue bajando los escalones, haciendo crujir la madera con cada escalón que daba. Cuando lo vi, no pude contener mi asombro y solté con perplejidad:

—¿Conall?

—Veo que ya despertaste, no pensé que el sedante fuera a durar tanto. Creo que me excedí con la dosis —habló de forma casual y me regaló una sonrisa.

—¿Pero qué mierda? ¿Te volviste loco o qué? Suéltame ahora mismo —le exigí,  confundido pero indignado.

Conall chasqueó su lengua y negó.

—Creo que no se va a poder.

—Conall, no estoy jugando.

—Ni yo —el tono de su voz fue divertido, pero su mirada fríamente sádica. Sentí escalofríos.

Traté de zafarme con desespero de aquellas esposas, pero solo logré cansarme y adolorarme más. Solté un bufido y miré a Conall, molesto.

—No sé con qué fin haces esto, pero me buscarán y habrá serios problemas —le dije —. Suéltame y prometo que no diré nada, lo olvidaré. Pero déjame ir.

Conall soltó una risa por lo bajo y negó. Metió ambas manos a los bolsillos de su pantalón y se quedó parado estudiándome, con esa postura tan despreocupada y tranquila. Lo analicé rápidamente, llevaba unos jeans con una franela café y botas negras. Esas botas, las mismas que miré antes de quedar inconsistente. Viéndolo mejor, no había cambiando mucho. Se miraba bastante bien, más trabajado y más guapo. Sí, no pude evitar notarlo. Pero el grado de maldad que sus ojos derrochaban se había vuelto más notorio. Había maldad pura, había odio, y una fría y escalofriante diversión que resultaba psicópata y perversa.

—Qué gracioso te ves rogando por tu vida —esbozó una sonrisa.

—No estoy rogando nada, mucho menos a ti —escupí con desprecio —. Pero me acabas de secuestrar, es lógico que quiera mi libertad de vuelta.

—¿Y quién dijo que no la tendrías? —cuestionó.

—Vete a la mierda.

Conall dio una carcajada.

—No puedes mandarme a donde ya estoy, además, te estoy haciendo un favor.

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