Capítulo 05

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[ 05 ]


¿Qué harías si de repente alguien llegara y te tirara al suelo de un golpe, te humillara y luego te escupiera?

Probablemente reaccionarias igual como toda persona inmersa en la ira por defenderse, pero quiero que sepas que no todos somos iguales, y que habemos gente más estúpida que otra. Y digo estúpida, porque la razón de mi labio roto y mis gafas rotas se debe a que ayudé a la persona que no soporto.

Recapitulando varias horas atrás, yo me encontraba camino a la cafetería. Desde el día anterior que me había peleado con Hamlet no la había vuelto a ver. Había estado evitando mis llamadas y no contestaba mis mensajes, y en el almuerzo no apareció de nuevo, pero Tyler sí.

—Ten, necesitas endulzarte la vida —Tyler apareció y me ofreció un helado de vainilla.

Lo tomé y enarqué una de mis cejas, esto de los helados ya se estaba haciendo una costumbre.

—¿Tan mal me veo?

—Bueno, siempre tienes cara de que te quieres morir —se encogió de hombros.

El gordito traía un pescador color kaki que dejaba al descubierto sus regordetas piernas blancas, una playera de rombos verdes y amarillos, y sus converse rojos con unas espantosas calcetas de rayas azules que le llegaban a la pantorrilla. Admitía que yo también era raro para vestir, pero era raro con estilo. Tyler parecía que sacaba lo peor de su armario para venir a la escuela, era como esos ancianitos exóticos que se paseaban por las vegas, pero con setenta años menos.

—¿Qué te pasó? —apuntó al parche en mi frente.

—Procura fijarte por dónde caminas, es lo único que te diré —me limité a decir.

Mi respuesta no lo satisfizo, pero no estaba dispuesto a decir más y eso él lo sabía, así que no volvió a decir nada más y yo tampoco.

El almuerzo con Tyler pasó rápido y su silencio me aligeró un poco, pero ahora debía ir a literatura. Sentía cierta inquietud, me preguntaba si Devon también iría o no. Pero la inquietud fue reemplazada por otra cosa cuando llegué y la vi sentada. Me miró y me dedicó una sonrisa ladina.

—Pensé que no vendrías, Luquitas.

Su comentario me desconcertó, pero actué indiferente y cortante.

—Y si vengo o no, ¿desde cuándo te importa? Y deja de llamarme así.

Devon flexionó su brazo sobre la mesa y apoyó su cabeza sobre la palma de su mano. Sus ojos me miraron con cierta diversión y sonrió cínicamente.

—Es que como te indignaste por tu librito, pensé que no vendrías. No te creas tan importante —se encogió de hombros, indiferente, y aún con esa sonrisa cínica y falsa, giró su cabeza para mirar al frente.

Estuve a una fracción de segundos de responderle cuando la maestra entró.

—Buenas tardes, clase, despiértense —la maestra Grace con toda la actitud del mundo nos empezó a aplaudir hasta espantarnos —. Ya sé que es la última clase y que todos se quieren ir, por eso les propongo algo —hizo un redoble de tambores sobre el escritorio y gritó: —. ¡No tendremos clase hoy!

Todos comenzaron a gritar y festejar en ese momento, menos la loca y yo.

—¡Hey, shhh, esperen! —continuó la maestra —. No tendremos clase, pero aquí en el salón. La dinámica es que vayan y lean en un lugar que no sea aquí, en un parque, un café, en donde ustedes quieran, pero con su pareja. Y para comprobarme que sí leyeron juntos, deberán tomarse una foto y mostrármela mañana en la próxima clase.

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