Capítulo 32

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No podía dormir. Me acomodé de nuevo en la cama, pero volví a fracasar. Me levanté y caminé hacia la ventana, la abrí y me senté en el borde, dejando que el aire me refrescara un poco. El cielo a pesar de ser nocturno aún conservaba algunas nubes grisáceas del día que se mezclaban y danzaban alrededor de la luna, dándole un toque escalofriante.

Subí mis piernas y las abracé. Todo estaba tan silencioso, ni siquiera los grillos hacían acto de presencia, solo era yo y nadie más. Habían pasado apenas unas semanas desde mi ruptura definitiva con Devon. Ni siquiera la podía mirar en los pasillos del instituto, la evitaba a toda costa y ella a mí. Ahora no había nada que nos uniese. Éramos como dos desconocidos; completamente extraños y ajenos el uno del otro. Y hubo un punto en donde la odié. La odié por seguir con su vida como si nada hubiera pasado y pretender que nunca me conoció, por ignorar el hecho del gran daño irreversible que causó y la herida que dejó, esa herida que sangraba más que nunca. Pero que tenía que soportar porque la vida seguía.

Hamlet la odiaba por completo, ni siquiera podía mirarla sin matarla con su mente y lengua mil veces primero. Lo que me alentaba de todo aquello, es que iba a poder dedicarle toda mi atención a mis estudios para el examen de la universidad. Haría el de Harvard y Yale. A estas alturas me daba igual en cuál fuera a quedar, con el hecho de ser admitido en alguna de las dos sería más que suficiente y un gran logro.

Mis ojos repasaron el gran cielo estrellado y lo contemplé. Me pregunté cómo en un universo tan grande e inexplorado, alguien como yo podía estar hundido en su depresión y desdicha por una ruptura amorosa. Me di cuenta de lo complicados que podíamos llegar a ser y lo complejo que resultábamos. Sin duda el ser humano era toda una paradoja, todo un misterio sin resolver; incomprensible e interesante, completamente digno de admirar. Pero también de odiar.

Culpaba a mi hipotálamo y a mis estúpidos sentimientos que le seguían correspondiendo a alguien que no le importaban ni la mitad, y que había vuelto con su ex novio. Lo que más me atormentaba y causaba ese gran conflicto en mi interior, era que seguía sin comprender cómo Devon había vuelto con Conall, por qué razón lo había hecho. Eso era como una flecha ardiente en mi corazón que quemaba hasta deshacer. ¿Qué había hecho mal? ¿Nunca fui lo suficiente? ¿O es que mi amor siempre fue poco? Le entregué todo, le di lo que nunca le había dado a nadie, me desviví por ella de todas las formas posibles. Salté hacia el precipicio sin importarme morir en el intento. Era cierto, el amor era lo más hermoso y puro que existía en la vida. Pero también como un cuchillo de dos filos capaz de acabarte y dejarte en ruinas. Asemejaba la vida, pero también la muerte; algo tan vivificador como dañino a la vez. Y una vez que conocías sus dos caras, te convertías en la persona más débil o fuerte.

En mi caso fueron ambas.

Después de esas primeras semanas difíciles, pasó un mes que me pareció largo y eterno. Me sentía tan vacío a veces. La chispa que le traía Devon a mi vida se había consumido, haciendo tortuosos mis días. Pero ahora con su ausencia, lo único que había dejado era un hueco que me deprimía la mayor parte del tiempo. Seguí ese mes con mi vida normal, pero a la vez como una rutina repetitiva sin sentido. Estaba más delgado, había dejado de llorar todas las noches, solo en aquellas cuando la extrañaba demasiado y dejaba de contenerme. Y me di cuenta de la tristeza en la que me había sumido cuando la fecha de mi cumpleaños se acercó y no sentí nada.

No era una persona que solía emocionarse o crear gran alboroto por su cumpleaños, de hecho nunca lo fui. Pero jamás lo pasaba por alto. En el fondo, saber que mi cumpleaños se acercaba me hacía sentir feliz, porque era el único día en donde podía tener a la gente que quería reunida conmigo. Mis padres y Hamlet me dedicaban toda su atención y me hacían el centro de sus mundos, y aunque esa idea siempre la había considerado innecesaria y algo narcisista, en el fondo me sentía especial y querido. Y era lindo. Pero ese año me dio igual, como un día más. No sentía nada, era como si hasta a eso le hubiera perdido el sentido.

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