Capítulo 29

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De todas las personas que esperé ver, ninguna fue ella. Llovía a cántaros afuera, era como si el cielo estuviera enojado y quisiera desquitarse con la raza humana que habitaba la tierra. Devon estaba empapada, su labio inferior temblaba y estaba rojo por el frío.

—No sé hacer sopa —habló.

Sin pensarlo dos veces, la tomé del brazo y la jalé hacia dentro. Estaba temblando, y cómo no, si afuera además de estarse cayendo el cielo hacía más frío que nunca. Y me molesté conmigo mismo en ese momento, porque preocuparme de que no cogiera un resfriado significaba que aún me importaba después de todo. Devon dejó un gran charco de agua cuando pasó, pero no importaba, lo limpiaría después.

—¿Tienes algún cambio extra? —le pregunté, aunque la respuesta era más que obvia; ella negó. Di un suspiro —. Sígueme.

Subí hacia mi cuarto con Devon y ella me esperó afuera. Me dirigí hacia mi closet y tomé uno de mis pants y mis playeras de pijama. Al salir, ahí estaba Devon esperándome en silencio.

—Ten —le entregué mi ropa —. El baño está a la derecha, si te quieres bañar hay todo lo que necesitas; el agua caliente sale en la llave izquierda.

—Lucas..-

—Estaré abajo si me necesitas.

Me bajé de nuevo y dejé a Devon sola. Cuando me senté en el sofá, el corazón me latía muy rápido. Mis manos temblaban ligeramente y sentía una especie de incomodidad, su presencia tan de repente lo había descontrolado todo. Miré a Tobby, que me miraba desde el suelo con tal despreocupación perruna, y le hablé en un susurro:

—¿Qué hace aquí? —Tobby me movió la cola.

Es que, ¿qué diablos hacía aquí? No lo entendía.

¿Me alegraba de verla? Sin duda alguna. Pero aún estaba herido, y verla solo hizo que esa herida se abriera más y que me resintiera. Era inevitable no sentirme así, porque el lado que la amaba, quería correr y abrazarla cuando la vio, darle ese calor que tanto necesitaba. Pero el lado que sentía, que recordaba y no olvidaba, se sentía herido aún, resentido, y su manera de reaccionar era ir contra corriente ante aquellas emociones y frenarlas con la indiferencia y frialdad. Debía mostrarme aparte, distante, para que pudiera ver que lo que había hecho me había herido y sobre todo lastimado.

A los veinte minutos Devon bajó. Se había bañado, llevaba el pelo húmedo y la ropa que le había dado. Ella se quedó en las escaleras y se acomodó la playera, incómoda. Miró a todas partes como si no supiera que hacer y luego me miró.

—Te queda bien —Devon frunció su ceño —. Mi ropa, digo.

—Gracias —me dijo, en una sonrisa que me pareció más una mueca.

Yo me acomodé en el sofá y continué viendo mi película, aunque realmente ya no le estaba poniendo atención. Miré de reojo cómo Devon se acercaba y tomaba asiento en el otro extremo del sofá donde estaba. Podía sentir su mirada, la tensión que flotaba entre nosotros se había vuelto incómoda y pesada. No pude seguir así.

—¿Tienes hambre? —me levanté. Ella se sobresaltó cuando me puse de pie, y sus ojos me parecieron más profundos y azules que nunca, casi nobles.

Al pasarle por un lado, ella me tomó del brazo.

—Lucas.

Su tacto quemó mi piel. Yo la miré, y al ver esos ojos que tanto había extrañado, mi guardia cayó y el dolor floreció, y lo único que pude decirle fue:

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