Capítulo 20

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Dedico este capítulo a mi amiga Dulmia, te amo mucho hermosa. 💗




[ 20 ]


—¿Hola? —no supe cómo reaccionar.

Tenía una escena bastante curiosa, Devon estaba sentada en la isla de la cocina mientras mamá preparaba la comida y conversaban. Pero lo que hacía más interesante esto, era que estaba en mi casa, platicando con mi madre como si fueran amigas de toda la vida.

—Hola, hijo —me saludó mamá cuando me vio —. No me avisaste que tendríamos visita. Me dijo que era tú amiga.

Me quedé parado sin articular palabra aún. En cuanto mi mamá dijo eso, Devon volteó a verme y sonrió.

—No es mi amiga —dije de forma cortante.

Mamá frunció el ceño.

—¿Ah no? Me dijo que iban en un trabajo de la escuela juntos.

—Pues te mintió.

La mirada de mamá pasó a la rubia ahora. Ella levantó las cejas falsamente sorprendida y en un tono cínico que solo yo entendí dijo:

—No sé qué le pasa a Luquitas, pero le juro que es verdad —Devon sacó entonces el libro que estábamos leyendo de su mochila y se lo mostró, ¿cómo diablos me lo había quitado?

Mi madre entornó sus ojos y volteó a verme, como si se debatiera a quién creerle.

—Voy a mi taller —me limité a decir y salí de la cocina.

Me dirigí hacia mi taller que estaba en el sótano de mi casa. Bueno, realmente era la cochera, solo que para ir hacia allá debías bajar unas escaleras. Era algo espaciosa, lo suficiente como para guardar los autos y tener mis herramientas al mismo tiempo. Cerré la puerta y comencé a sacar la pintura blanca para seguir pintando una cerca que estaba haciendo. Me senté en el pequeño banco que había y tomé la brocha y comencé a pintar. No sé por qué me sentía tan molesto, pero el hecho de que la cerca me estuviera quedando grumosa y dispareja por lo mismo, me enfureció más y estrellé la brocha contra la pared soltando un grito. La pintura salpicó en el piso y el golpe hizo eco por todo el lugar.

—¿Qué culpa tenía la pobre brocha?

Mis ojos voltearon a ver a la dueña de esa voz. Devon estaba parada en el primer escalón de la escalera viéndome, ni siquiera la había sentido entrar. Aunque en su voz había un tinte de diversión, su rostro era como el de un lienzo: en blanco y sin expresión alguna. Al ver que no respondí, agregó:

—Tu mamá dice que subas a comer.

—No comeré si tú estás —respondí, sin voltear a verla.

—Lucas..-

—No —zanjé —. No, no y no.

En ese momento la miré y me puse de pie. Estaba tenso y más serio de lo normal.

—¿A qué juegas? Dime —hablé —. Me pides que me aleje, que no te busque, pero tal parece que quien necesita de mí eres tú. ¿A qué juegas? Dímelo.

—No estoy jugando a nada —replicó.

—Sí, sí lo estás.

—No.

—¿Entonces qué haces? —expresé frustrado.

Devon apretó la mandíbula y endureció sus facciones. Al ver que no decía nada, continué.

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