Capítulo 09

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[ 09 ]


—Bueno, sano y salvo en tu dulce hogar —anunció Devon cuando aparcó frente a mi casa.

—Gracias —le agradecí.

Devon resopló e hizo un gesto con la mano como si le restara importancia.

—No fue nada, ya olía a guardada de lo que no salía.

Me pregunté si ella y Conall no salían, pero tampoco quise preguntárselo, eso sería mucho. Me limité a darle una pequeña sonrisa y salir del auto, pero justo cuando iba a abrir la puerta, me detuve y me volví a Devon.

—Espera, hoy no asistimos a la clase de literatura, por lo que la maestra Grace nos pedirá esa foto la próxima clase —le dije, recordando lo que había dicho la maestra.

—No creo que se acuerde, se supone que hoy la íbamos a mostrar. Para el lunes ya ni se va a acordar —dijo con simpleza.

—Pero, ¿y si no?

Ante mi insistencia, volcó los ojos y sacó su celular del pantalón, puso la cámara frontal y lo alzó lo suficiente para que ambos nos viéramos.

—¿Te piensas poner o no? —inquirió con cierta irritación, entonces lo capté y me acerqué a ella —. A la cuenta de tres la tomo, y me vale si sales mal, uno, dos, tres —presionó el botón de la pantalla y la cámara hizo clic, enmarcándonos a Devon y a mí en nuestra primera fotografía.

La rubia bajó el celular y lo guardó de nuevo.

—Bien, ya tenemos la foto, puedes morir en paz.

—Moriré en paz cuando dejes de ser tan fastidiosa —repliqué. Ella entornó los ojos y sonrió con dulzura falsa.

—Te concedo la inmortalidad entonces.

Inhalé hondo sin tratar de alterarme y salí del auto de verdad ahora sí, no sin antes escuchar a Devon desearme un feliz fin de semana muy falso.

Saqué las llaves de la casa de mi mochila y abrí la puerta. Daban como las cinco de la tarde, lo cual era extraño, ya que mis padres aún trabajaban y las luces de la casa estaban encendidas. Caminé por el corto pasillo de la puerta a la sala y me sobresalté cuando mire a mis padres sentados en el sofá como dos bultos negros.

—¡Dios santo, me asustaron! —exclamé llevándome la mano al pecho.

Mi madre no se inmutó, me miraba de una forma muy fría y distante poco propia de ella. Mi padre de igual forma me examinaba con la mirada y se mantenía gélido, lo curioso era que ambos vestían de negro.

—¿Dónde estabas? —preguntó mi madre.

—Salí a hacer un trabajo de equipo después de clases —mentí, pero sus rostros severos parecían no tragarse la mentira.

—¿Y por qué no nos avisaste? Te estuvimos llamando y nunca contestaste —dijo papá en un tono que no me gustó nadita.

—¿Tú también me hablaste, papá? —me hice el sorprendido —. Vaya... debí ponerlo en silencio sin querer.

Mi papá se levantó con brusquedad del sofá y me hizo dar otro brinco del susto; estaba megaultrasuperhiper molesto.

—¡¿A qué diablos estás jugando, Lucas?! —gritó, y yo lo miré confundido tratando de hallarle sentido a sus palabras.

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