Epílogo

56 29 40
                                    




E P Í L O G O



Tres años después.

El viento corría fresco y limpio, acariciando mi rostro como suaves manos con gentileza. Era verano, los árboles rebozaban de hojas verdes; llenos de vida y frondosos. Se mecían al compás del viento, y el sonido que sus hojas causaban al chocar entre sí eran como dulce melodía para mis oídos. El cantar de los pájaros que provenía de diferentes partes se fusionó con el azul del cielo y el crujir de las hojas, haciendo de todo un conjunto hermoso de aquella estación del año. Cerré mis ojos, e inhalé esa sinfonía visual.

Permanecí unos momentos así, sintiendo la paz y armonía del momento unos segundos más. Cuando los volví a abrir, contemplé la gran estructura de rejas negras frente a mí.

«Cementerio Blue Gavles», leí las letras de metal en la parte de arriba.

Atravesé la entrada y comencé a caminar hacia el interior del cementerio. Metí mis manos dentro de mi gabardina, aunque era verano, el uso de esta prenda no me incomodaba, de hecho volvía mucho más agradable el viento fresco y en veces frío. Tracé el camino que conocía bien, y conforme avanzaba los recuerdos volvían a invadir mi mente. Estaba comenzando a revivir todo, las mismas emociones y la misma sensación amarga y dolorosa como si todo hubiera sido ayer. Tenía tres años sin pisar este lugar, así que fue difícil para mí tener que abordar de nuevo todo el dolor y sufrimiento otra vez. Desenterrar recuerdos, revivir momentos.

Recordarla a ella...

Llegué a su lápida y me situé frente a ella, contemplándola en silencio.

«Devon Vela, 1998-2017».

Cuando leí la inscripción, un nudo se formó en mi garganta, y de nuevo aquel mismo dolor que impactó en mi vida el día de su muerte, vino a impactar otra vez en ese momento. La chica que una vez amé con locura e intensidad yacía ahí frente a mí. Lo único que quedaba de ella estaba ahí, y era esa lápida de piedra dura y fría con su nombre grabando en letras grandes. 

Me senté en la hierba frente a su tumba y deposité las flores que le había traído. El viento corría y mecía las hojas de los árboles, rompiendo de alguna manera con el silencio de aquel triste lugar.

—Hola, amor, han pasado tres años desde la última vez que nos vimos, y la verdad no sé cómo he podido lograr tantas cosas —arranqué un puñado de césped, sintiendo como las lágrimas comenzaban a picar mis ojos —. Me duele decir esto, pero he olvidado cómo era tu voz, cada vez se vuelve más difícil mantener tu recuerdo en mi mente. Desearía que estuvieras aquí, solo para volver a escucharla una vez más.

Me detuve para tomar aire y secar mis ojos. Era tan horrible volver a revivir todo, tener que volver a experimentar todo ese dolor en el pecho y el mismo nudo en la garganta como si fuera la primera vez. Me mantuve en silencio durante un rato, como en esas veces que no sabes qué hacer o decir porque el dolor que sientes es tan grande que no te permite más, ¿sabes?

A veces creía verla en las calles, con la misma cabellera rubia, pero cuando se volteaba, era otra cara completamente distinta a la suya. Y es que jamás la volvería a ver, porque aunque lo anhelara con todo mi ser, ella ya no existía más.

Su rostro, su voz, su forma de andar y mirar, eran cosas que poco a poco se desvanecían con el tiempo y dejaban de ser precisas, como un recuerdo que con el tiempo se olvida. Había olvidado el sonido de su risa, y aunque luché por no hacerlo, hubo un punto en el que ya no lo recordé más. Y no porque quisiera o no me importara, sino porque su tanta falta hizo que la cotidianidad se volviera en un recuerdo lejano y difícil de mantener. Pero aunque muchas de esas cosas hayan quedado en el olvido y no las recordara, jamás olvidé ni pude quitar la marcar que dejó en mi corazón. Porque ella me había marcado de por vida, y aunque mil personas vinieran y se fueran, nadie jamás podría sustituir su lugar y todo lo que me hizo sentir.

Incroyable Donde viven las historias. Descúbrelo ahora