Capítulo 12

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Eso era: llegar al núcleo.

Y nuestro núcleo era Tyler.

Probablemente todo iniciaba desde un origen mucho más profundo, pero era todo lo que teníamos hasta ahora. La verdad era incierta hasta ese punto, pero me animó saber que al menos teníamos una pieza del gran rompecabezas que nos esperaba.

Después de aquel círculo confidencial con Hamlet, nos separamos para ir a nuestras clases. Caminaba normal, hacía mis apuntes normal, pero por dentro era un caos. Estaba ansioso la mayor parte del tiempo por ver a Tyler, interceptarlo desprevenidamente y sacarle toda la verdad. Contaba los minutos en cada clase, revisaba la hora cada cierto tiempo para ver cuánto le faltaba. Y así estuve hasta que fue la hora del almuerzo.

Llegué a la cafetería donde todos comían. Escruté el lugar en busca de aquella cabeza pelirroja, pero no la vi. Fue hasta que un grupo de chicos se movió y dejó al descubierto una mesa con un solitario Tyler. Movía la comida con su tenedor sin ningún tipo de emoción. Me acerqué lo suficiente hasta que él me notó y alzó la vista.

—¿Cómo sigue? —le pregunté, refiriéndome a su brazo enyesado. Los hematomas en su rostro aún seguían muy marcados, pero parecían ir mejorando.

—Bien, el doctor dijo que debo usarlo al menos tres semanas —respondió. De nuevo continúo jugando con su comida, serio y aburrido como si yo no estuviera.

—¿Y tienes planes para ese tiempo? Ya sabes, salir con alguna chica, ir al cine —inicié para tener un tema de conversación.

—Lucas —suspiró y volteó a verme, como si lo que me fuera a decir fuera algo que ya había dicho antes y le cansara repetir —, mi mascota me huye, ¿crees que alguna chica querría salir conmigo?

—No lo sé —pensé —. Quizás a tu mascota no le agrades, pero a las chicas sí.

Tyler se encogió de hombros, como si le diera igual y continuó jugando con su comida.

No entendía su actitud, por qué era de repente tan serio y apagado cuando el Tyler real era todo espontaneidad y alegría. Se miraba cansado, casi ido a pesar de ejercer una acción tan simple como aquella.

—Escucha, Tyler —comencé, tomando asiento en la silla frente a él —. Los amigos se ayudan, ¿no? Lo hacen cuando buscan el bienestar del otro, pero cuando hay tramos que obstaculizan eso, no se puede. Es ahí cuando entra el trabajo en equipo, cada quien aporta lo que sabe para lograr lo que quiere.

Más claro no podía ser, esa había sido una indirecta muy directa. Pero la cara llena de confusión de Tyler me confirmó que aún no lo captaba.

—Me refiero a que si tú me ayudas, yo podré ayudarte —le aclaré.

—¿Y eso qué implica? —enarcó su ceja.

Me incliné hacia atrás en la silla y contesté con simpleza:

—Decirme la verdad.

Ahora el rostro del pecoso se transformó en una combinación entre la curiosidad y la intuición. Tragó saliva y se puso tenso. Ya lo sabía.

—Dime quién te golpeó y por qué lo hizo —dije.

A pesar de haber ido directo al grano, fue una petición tranquila, sin el afán de sonar exigente. Pero Tyler no se lo tomó así. Su piel de repente perdió color y se volvió pálida. Se mordió el labio inferior y bajó la mirada, nervioso.

—Dímelo, Tyler, por favor —le pedí.

Pero lo que él me dijo lo hizo en un débil murmullo cargado de disculpa:

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