Capítulo 28

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[28]


El cielo estaba de luto, el ambiente era fúnebre.

Ayer que Jahir me había llamado para darme la noticia, sentí como si hubieran arrancado una parte de mi corazón. Cuando llegué a casa me fue imposible seguir fingiendo y me derrumbé frente a mis padres. Llorando les dije lo que había pasado, y cuando Jahir llegó al aeropuerto con su mamá, nosotros fuimos por ellos. Cuando Jahir salió del avión y me miró, sus ojos se cristalizaron desde la entrada y ambos nos dimos un abrazo llorando. No teníamos nada que decir para expresar el dolor que sentíamos, bastaba con esas lágrimas silenciosas que lo decían todo.

La mamá del rubio y él prefirieron pasar la noche en un hotel, a Nora la habían trasladado a una morgue y al día siguiente la prepararían para el funeral.

Hoy era ese día.

La mayoría de las personas del pueblo estaba ahí, todos tristes, algunos llorando, otros en silencio, pero todos compadeciendo el mismo dolor de pérdida. Los Murphy estaban ahí con la pequeña Abril en brazos, ella era una pequeña luz entre todas esas caras tristes, el claro ejemplo de que cuando una vida acababa, otra nueva comenzaba.

Mis padres miraban con tristeza el ataúd, estábamos en el cementerio. Hamlet lloraba en silencio, sus lágrimas deslizándose por sus mejillas, y Jahir y su madre del otro lado junto al pastor. Él no había dicho ni una sola palabra, pero sus ojos estaban hinchados y su nariz roja de lo mucho que había estado llorando. Iba todo de negro al igual que todos, con pantalón y camisa negra de vestir y su cabello dorado despeinado. El cielo estaba completamente gris, y el aire que corría se sentía frío e incluso triste. Se podía sentir la nostalgia en cada rincón de ese solitario cementerio. Sin duda un lugar tétrico y deprimente.

—Pedimos al Señor, que el alma de Nora Evans pueda descansar en paz hasta su segunda venida. Y que cuando en aquel día glorioso cuando Él venga sobre las nubes en gloria y majestad, ella se encuentre entre los redimidos —dijo el pastor.

—Amén —esbozamos todos al unísono.

Las personas que estaban encargadas del funeral comenzaron a bajar el ataúd. Antes de que descendiera completamente, me acerqué y deposité una rosa blanca sobre él. En silencio volví con mis padres y Hamlet y observamos cómo descendía lentamente el ataúd. Los hombres comenzaron a cubrir el hoyo con tierra y el pastor continuó dando palabras de consuelo y esperanza para todos los que estábamos. Poco a poco las personas comenzaron a irse, dándole sus condolencias y abrazos a la familia de Nora que eran Jahir y su mamá. Al final solo quedamos mis padres, Hamlet y yo.

—Ella nada sabe, ahora está descansando —me acerqué a Jahir, él miraba la lápida de piedra de su difunta abuela con la mirada perdida. Ya no estaba llorando, sin embargo, sus ojos y su nariz aún estaban enrojecidos.

—Siento como si esto fuera un sueño —habló, ido.

Yo le puse mi mano sobre su hombro y le di un apretón reconfortante.

—Lo sé, esto se siente tan irreal —miré hacia la lápida también que había sido puesta a un lado del difunto esposo de Nora.

Recuerdo un día que ella me había dicho que al morir, quería que la enterraran junto a él. Su deseo por fin había sido cumplido.

Jahir dio un largo suspiro y se talló la cara con su mano, se miraba cansado, con ojeras lilas y profundas bajo sus ojos. Él me miró y quiso regalarme una sonrisa, pero el gesto no llegó a sus ojos.

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