Capítulo 07

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[ 07 ]


Tobby fue el único que me recibió cuando llegué. Se paró en sus dos patotas y me abrazó con las delanteras.

—Hola, amigo —le acaricié el lomo, movía la cola y me lamía las manos. Me puse de cuclillas, pero Tobby siendo tan tosco y juguetón me tiró al suelo y comenzó a lamerme la cara —. Oye, ya, yo también te quiero.

Tobby dejó de darme amor y comenzó a ladrarme.

—¿Tienes hambre? —le pregunté, el perro ladeó su cabeza —. Si claro, como si fueras a responder.

Me puse de pie y me dirigí a la cocina, tomé la bolsa de croquetas y le serví en su tazón. Al alzarlo, él se puso como loco. Dejé a Tobby comer y subí a mi habitación, estaba exhausto. Me sentía incompleto, confundido; quería entender todas las paradojas de Devon, pero a la vez no quería saber nada de ella. Me preocupaban esas marcas en sus manos, algo no estaba bien. También deseaba entender su relación con Conall, porque en definitiva algo tampoco estaba bien. O es que simplemente me rehusaba a aceptar que de verdad lo quería.

Deseaba que mi mente estuviera en blanco como el techo de mi habitación, pero no podía; había muchas cosas que me lo impedían. No sabía qué pasaba, pero si de algo estaba seguro es que Devon me preocupaba, y yo quería ayudarla.

Suspiré y cerré los ojos. Alargué el brazo para tomar mi teléfono y mirar la hora, 4:30 pm marcaba el reloj.

Lo pensé un momento, no estaba muy seguro, pero lo volví a intentar. Tecleé un texto rápido para Hamlet y se lo envié.

Hamlet.

¿Estás?

4:31  pm.

Me quedé viendo la pantalla, pero no sucedió nada. Dejé caer de nuevo el teléfono y seguí mirando al techo; estaba aburrido. Mis padres aún estaban trabajando, así que tendría mucho tiempo a solas. Pero el problema es que no quería estar solo.

Me puse de pie, tomé mi mochila y mi celular y salí de la casa. Sabía a dónde ir.

•*•

Toqué el timbre por tercera vez. Estaba a punto de darme por vencido cuando la puerta se abrió.

—¿Lucas? ¡Lucas, qué gusto! —Nora me rodeó con sus brazos y me dio un fuerte abrazo —. Pasa, pasa.

Me hizo unas señas con sus manos para que entrara. Pasé como me dijo con una gran sonrisa. Su casa tan acogedora y limpia, estaba impregnada de un olor dulce como de repostería.

—¿A qué debo tu visita? No es martes por la una de la tarde para que vengas a trabajar —inquirió divertida.

—Supongo que no tengo muchos amigos —me encogí de hombros.

—Así que recurres a una vieja solitaria para platicar —chasqueó su lengua y reí.

—Su amistad vale más que la de mil amigos jóvenes—dije, Nora sonrió y pude jurar que sus ojos se cristalizaron.

—Pero debes tener amigos de tu edad, yo no estaré siempre, Lucas.

—¿Mi perro cuenta?

Nora suspiró.

—Ven, vamos a la cocina.

La seguí y comprobé mis suposiciones. Nora estaba haciendo galletas.

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