Capítulo 31

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Había algo en el alcohol que volvía más llevadero el dolor y más vulnerable a las personas. Aunque era mentira que te hacía olvidarlo, al contrario, solo lo aumentaba creando una sensación de pesadez y vacío en el pecho, pero de una forma masoquista que agradaba. Sentía que sangraba más que nunca, pero lo soporté gracias a la cantidad de alcohol que corría por mis venas.

Nunca me consideré una persona de alcohol; sin embargo, aquí estaba. Ya llevaba una botella de whisky e iba por el tercer vaso de la segunda botella. Eran las tres de mañana, me encontraba en la sala de mi casa a oscuras completamente borracho. Jugaba con el whisky de mi vaso, ladeando el líquido en círculos mientras los hielos chocaban entre sí. Las luces de la sala se prendieron, la luz me encandeció por un momento, pero luego pude distinguir la figura alta de papá. Se me quedó viendo, confundido por unos segundos. Pero después fue y se sentó conmigo sin decir nada.

Yo lo observé en silencio, estaba demasiado borracho para hablar, además, no había mucho que decir. Mi padre se sirvió un vaso de whisky y se sentó en el sofá que estaba en frente de mí. No dijo nada, creo que con verme era más que suficiente para saber que mi noche había sido una mierda, así que simplemente me acompañó a beber.

—Compré esta botella hace tres años, es toda una suerte que no haya caducado —habló, dándole un trago a su vaso.

—Está de puta madre —comprobado, el alcohol sacaba mi peor vocabulario.

Pero mi papá en vez de sorprenderse o disgustarse, se rió. Negó lentamente como si mi comentario le hubiera causado gracia y volvió a darle un trago a su vaso.

—¿Te acabarás todas mis reservas hasta el amanecer o qué? —cuestionó.

—Si es necesario —me bebí de un solo trago lo que me quedaba en el vaso y lo digerí con amargura. El líquido quemó mi garganta, pero ya me había acostumbrado a la sensación. Me quedé mirando hacia la nada, tenía la mente en blanco, no sentía nada pese al gran vacío de mi existencia acumulado en mi pecho.

Los párpados me pesaban y los ojos me ardían, me sentía tan cansado. Pero no lo suficiente como para dejar de embriagarme.

—¿Quieres platicarme lo que pasó? —me preguntó mi padre después de un rato de silencio; negué con la cabeza.

Dejé caer mi vaso en la alfombra y con torpeza estiré mi brazo hacia la mesa del centro para tomar la botella de whisky. Le di un largo trago, sintiendo como ardía y quemaba en mi garganta. Cuando terminé, un fuerte mareo me sacudió la cabeza y me aferré al sillón como si en cualquier momento me fuera a caer.

—Lucas, es suficiente —me dijo mi papá.

—¿Por qué... las personas que más queremos son las que más nos lastiman? —logré articular, con la voz ronca y descompuesta.

Mi padre me miró de cierta forma como si se compadeciera de mí y suspiró, quitándose sus gafas.

—Charles Bukowski dijo un día: "Encuentra lo que amas, y déjalo que te mate", ¿entiendes la magnitud de esa frase?

Yo volví a negar por segunda vez con la cabeza.

—Cuando le permitimos a alguien entrar a nuestra vida, y nos abrimos ante esa persona tal cual somos, automáticamente le estamos dando la autoridad de que nos destruya. El amor es lo más maravilloso que existe en este mundo, pero también la única arma que posee un cuchillo de dos filos. Y si estás dispuesto a usarla, debes prepararte para el gran campo de batalla al que te enfrentarás.

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