19. Segunda parte

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—¿Qué harás con esa droga? —le preguntó Tyler a Jahir.

—Pues fumármela, dah —dijo con obviedad.

Tyler abrió sus ojos.

—Es mentira —lo tranquilicé —. ¿O no?

—Quién sabe —Jahir sonrió con travesura y se encogió de hombros.

—¿Por qué le dejaste todo tu dinero? —ahora quise saber yo, porque ese hecho me había parecido de lo más absurdo e innecesario.

—Para que me tenga consideración cuando se entere que todo esto fue una mentira y no me mate. Será tipo "Oh, él me mintió, pero me dejó una muy buena propina, así que no lo mataré."

—Estás pendejo —mascullé.

—¿En serio? —se hizo el sorprendido y miró a Tyler —. ¿En serio lo estoy?

Tyler sonrió apenado y asintió.

—Bah —bufó —, de igual forma me la voy a fumar.

Lo que Hamlet haría, sería ir a las oficinas de la dirección e introducir el video en las diapositivas de la conferencia de esta mañana. Aún no sabíamos a qué hora sería, pero por lo que Hamlet oyó, nos hablarían para que fuéramos. Realmente me pareció algo arriesgado y difícil lo que haría, pero dijo que estaría bien y que era mejor no estorbarle.

Tyler volvió a sus clases y Jahir y yo nos quedamos solos.

—¿Y qué se supone que haré todo este tiempo? —me dijo.

—Puedes irte.

Él se tomó del pecho y puso cara de indignación como si no lo creyera.

—Me acabas de hacer sentir como un juguete, yo también quiero ver el caos que se va a armar más al rato.

—Entonces anda por ahí, ve y explora la cafetería, cuéntale las ventanas al baño, no sé.

—¿No puedo entrar contigo a las clases? —me preguntó esperanzado.

La verdad lo había pensado, pero si nos miraban juntos eso daría de qué sospechar después.

—No —negué —, puede resultar contraproducente.

—Entonces sáltate las clases y quédate conmigo, no seas malo, ¿si? —Jahir me pestañeó los ojos y puso cara de perrito triste.

Gruñí rendido, en serio este chico era increíble a veces.

—Me las salto porque yo quiero, no porque tú me lo pidas.

Comencé a caminar. Jahir llegó a mi lado dando risitas y se puso a festejar en silencio. Nos dirigimos hacia las gradas del campus y permanecimos un rato matando el tiempo hasta que Hamlet me marcó por teléfono.

—Tenemos un mosquito rojo, repito, mosquito rojo —soltó en cuanto respondí.

Aquello era malo. Hamlet y yo habíamos hecho una especie de código secreto hace tiempo, cuando algo iba bien y no había ningún problema, la clave era mosquito verde. Cuando algo no iba bien, pero tampoco tan mal como para preocuparse, usábamos mosquito naranja. Pero cuando la cosa era en extremo urgente, usábamos mosquito rojo. Ese código se lo habíamos explicado a Jahir por si lo usábamos.

—¿Qué pasó? —le pregunté preocupado. Jahir al notar mi alarma, me hizo señas con sus manos para ver qué pasaba también.

—Necesito que vengan a las oficinas de la dirección, no me dejan pasar.

—Okey, vamos para allá —colgué la llamada y me volví a Jahir poniéndome de pie —. Tenemos que ir a la dirección, ya.

Ambos entramos al instituto y corrimos hacia las oficinas. Cuando llegamos, Hamlet estaba afuera esperándonos.

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