Capítulo 38

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Las manos me sudaban, me encontraba muy ansioso y emocionado. Jamás había sentido tantas cosas buenas al mismo tiempo. Miré a mi alrededor, lo único que se miraban eras los birretes negros de los demás que sobresalían como un mar infinito y uniforme. La armonía que creábamos era de lo más extraordinaria, todos compartiendo un mismo sentimiento; un mismo logro. Y si alguien me lo preguntaba, la sensación de pertenencia y satisfacción que estaba sintiendo en esos momentos era incomparable.

Giré mi rostro hacia atrás y miré a mis padres. Ellos me alzaron sus pulgares y me sonrieron con efusividad para darme ánimos y confianza.

—Tranquilo, todo estará bien —Hamlet me tocó el hombro, sobresaltándome.

—Claro, como tú no vas a dar un discurso frente a trescientas personas —ironicé, mirando hacia todas partes. La verdad es que estaba muy nervioso, jodidamente nervioso.

Además de recibir mi reconocimiento como recién graduado, la directora me había pedido que diera el discurso de fin de año por haber sido el alumno con mayor excelencia académica durante los cuatro años consecutivos. Por estas cosas es que no me gustaba ser tan inteligente a veces.

—... Y ahora, démosle un fuerte aplauso a Lucas Hofmann —anunció la directora por el micrófono, y todos comenzaron a aplaudir.

Abrí mis ojos y me quedé por un momento estático hasta que Hamlet me paró involuntariamente y no tuve de otra más que caminar. Mientras me dirigía hacia el estrado me repetía una y otra vez que todo saldría bien. Inhalé y exhalé hondo, intentando aflojar un poco la tensión. Subí los escalones del estrado y me dirigí hacia la gran mesa larga donde estaban todos los maestros. Les sonreí y les fui dando la mano a cada uno mientras recibía elogios, felicitaciones y sonrisas amables de sus partes. El profesor Dakota fue el encargado de entregarme mi reconocimiento y certificado cuando llegué.

—Lucha y persevera por tus metas, larga y próspera vida en tus estudios y todo lo que te propongas desde ahora —me deseó con sinceridad con una cálida sonrisa de profesor a alumno.

—Gracias, profesor Dakota —le devolví la sonrisa con la misma calidez, y ambos posamos para la foto.

Cuando nos tomaron la foto, me dirigí hacia el estrado donde estaba la directora esperándome. Tomé una gran bocanada de aire, sintiendo como mi corazón se aceleraba más y más, y una especie de nudo a causa de los nervios se instalaba en mi garganta.

—Ahora Lucas nos deleitará a todos con unas bellas palabras de despedida —dijo la directora y me cedió el lugar.

Yo me situé frente al micrófono y dejé salir con pesadez mi respiración que se escuchó por todo el auditorio. En ese momento saqué la hoja que me habían dado para que leyera. Alterné mis ojos entre la hoja y luego hacia la multitud que me observaba en silencio. Demasiadas caras, demasiados ojos, y todos en mí. Yo era el centro de atención justo en ese momento. Tragué saliva y respiré profundo. Logré divisar el rostro de mis padres y el de Hamlet que me miraban ansiosos y con el ceño ligeramente fruncido a la espera de mis palabras.

Sin pensarlo dos veces, recobré el valor, y tomando toda la seguridad que pude, arrugué la hoja que sostenía y comencé a hablar con mis propias palabras:

—¿Vaya año, no? Lleno de locuras y chismes. Jamás pensé que llegaría este momento, ni mucho menos que yo estuviera aquí, parado justo en donde estoy improvisando este discurso —dije, y todos esbozaron una risa —. Creo que la subjetividad de las cosas no se encuentra en las palabras, sino en las personas, ¿porque saben algo? Las mejores palabras no necesitan ser planeadas, necesitan ser espontáneas; que florezcan desde el corazón de las personas sin ser dictadas por un pedazo de papel y tinta. Hoy veo tantos rostros, que jamás imaginé que este instituto tuviera tantas personas porque la verdad nunca me interesó. Desconozco a la mayoría, y seguramente ustedes también me desconocían hace unos segundos atrás. Pero si de algo estoy seguro, es que hay algo que nos une y nos hace compartir una cosa en común, y es el hecho de estar aquí. Muchos iniciamos esta carrera llamada escuela, pero pocos llegamos a la meta. Me siento afortunado de estar aquí y ser uno de los que pudo alcanzarla, como ustedes. Algunos ya no están, otros tuvieron que irse, o simplemente su decisión fue voluntaria y se marcharon. De cualquier manera, la carrera aún no termina. Acabamos una para comenzar otra —los miré a cada uno, que asentían y me oían con atención —. Una nueva lucha contra desafíos y adversidades ha iniciado, y todo aquel que decida aventurarse y arriesgarse tendrá que ponerse a prueba. Porque la vida, mi querido padre, mi querida madre, mi querido hermano, es el mayor examen que tenemos, en cual aprobamos o reprobamos. Así que tienes dos opciones, o festejar y creer que aquí ha concluido tu trabajo, o seguir esforzándote para festejar no solo un logro, sino muchos más. Somos el futuro de este mundo, aún queda luz en medio de esta oscuridad que busca resplandecer y nosotros somos esa luz. Así que demostrémosle al mundo que aún queda esperanza, ¡y que nosotros somos esa esperanza! —todos lanzaron un grito con sus puños arriba —. ¡Porque nosotros somos la diferencia! ¡Un solo pueblo, una sola voz!

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