Capítulo 25

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El error más grande de los seres humanos, es pensar que algo es para siempre, sin recordar que todo tiene y llega a un fin. Y otro de nuestros errores más grandes, es precipitarnos, porque cuando llega la hora de aterrizar, nos estrellamos sin saber que no podremos lidiar con el impacto.

Lástima que lo entendí después.

Ere febrero, hacía una semana que habíamos vuelto de vacaciones. La fecha hermosa de la navidad pasó y solo quedó enero, otro mes donde viví cosas increíbles. Continué yendo al pueblo a trabajar, me habían salido nuevos trabajos de algunas familias, trabajos pequeños pero que eran de gran ayuda. Incluso Devon me había acompañado en varias ocasiones, había conocido a Nora, y Nora siendo tan atenta y gentil, no tardó en ganarse el afecto de la rubia. Había comenzado a buscar información de las universidades a las que quería ingresar, las fechas de los exámenes de admisión y todo tipo de requisitos necesarios. En mi lista de prospectos, la principal era Harvard y después le seguía Yale. Devon sabía de mis planes, que me iría en la universidad. Fue difícil abordar el tema al principio, porque pensé que no sería tan duro. Pero saber que me iría y que ya no la vería tanto como antes dolía.

«No te detengas por mí, tu sueño de ser doctor fue mucho antes de conocerme», me había dicho un día.

Yo sabía que trataba de mostrarse tranquila para infundirme esa tranquilidad de que todo estaba bien, pero le afectaba, aunque de corazón quisiera que lograra mis sueños.

Ella aún no sabía qué estudiar, me había dicho que si para finalizar el semestre seguía sin saber, se tomaría un año sabático. Estos últimos meses la había notado mucho más feliz que cuando la conocí; más viva. No sabía si eso se debía a mí, pero yo esperaba que no. Que yo solo solo fuera un propulsor y no el motivo, que por ser mejor para ella misma y así poder ser mejor para alguien más, ella estuviera cambiando y no por ser mejor para mí. Me interesaba su bienestar, que se amara a ella misma primero.

—¿Dónde está Devon? —Hamlet apareció con su charola de comida y se sentó conmigo en la mesa, era la hora del almuerzo, aunque me pareció extraño que casi no hubiera gente en la cafetería.

—No sé, no la he visto —le respondí.

—Qué raro, siempre parecen chicles.

Le lancé una papa.

—Hey —arrugó su frente y me la devolvió.

Ambos comenzamos a lanzarnos nuestras comidas. Iniciamos con las uvas, luego con trocitos de pan, y después puro salvajismo. En cuestión de segundos ya habíamos empezado con la tercera guerra mundial con lo que se suponía era nuestro "desayuno."

Le lancé un fideo de spaghetti a Hamlet pero lo esquivó.

—Ja, no me diste —se burló.

—¿Ah no? —le volví a lanzar otro fideo, pero lo volvió a esquivar.

—Otra ve..—se iba a burlar de nuevo cuando el tercer fideo que le lancé se estrelló en su cara y la manchó toda de salsa. Mi intención era que le cayera en el hombro, pero al parecer alguien no le atinó bien. Ops.

Se quitó el fideo cuidadosamente como si no lo pudiera creer y lo sostuvo con la yema de sus dedos. Lo miró y me miró, después lo volvió a mirar y me miró otra vez. Spaghetti, Lucas, spaghetti, Lucas.

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