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"Y se engrandeció hasta el ejercito del cielo, y parte del ejercito y las estrellas echó por tierra, y las pisoteo."

Época actual

Las puertas de mi habitación son abiertas de golpe distrayéndome del escrutinio que mantenía en una de mis dagas infernales favoritas. La demonio que se atreve a actuar de aquella forma me mira sin ninguna reverencia, y con la envidia asomando por sus pozos negros.

Tan típico.

Me permito sonreírle, destilando el veneno que siento hacia ella. La supuesta reina de súcubos no provocaba en mi más que indiferencia.

—¿Qué se te ofrece, Abrahel? —pregunto con peligrosa calma. Si no me da una buena respuesta, me encargaré de ella. Me entretengo dándole vueltas a mi juguete mortífero, esperando.

La observo por encima de mi hombro, haciéndole notar que su presencia no merece la mas mínima consideración de mi parte. Me observa con ira mientras que yo me río entre dientes con malicia.

—El señor te llama al salón Eyra, más vale que no le hagas esperar —gruñe hacia mi, mientras me lanza una mirada irritada.

Que ser más imprudente.

Suspiro con una maliciosa mirada en mi rostro, sus malos sentimientos alimentan mi poder, y mi ego.
Me pongo de pie lentamente, dejando sobre mi cama la daga.
No quiero hacerle tanto daño.
Me planto delante de ella, demostrándole mi supremacía con aquel simple gesto. Observo con placer como se encoge ante mi mirada, me acerco lento, disfrutando del sonido de mi ropaje a cada movimiento de mi cuerpo. Acaricio su mejilla y me regodeo cuando emite un sonido estrangulado al sentir el calor que emana de mi toque. Levanto su mentón para que me mire a los ojos.

—Para tí, sierva —siséo en su oído mientras la siento temblar— Soy la soberana Eyra Nehalenn Engla filia luciferi—le susurro con alevosía— Tu futura reina y señora de todo lo que te rodea. Y si vuelves a entrar en mis dominios, sin dirigirte a mí con el debido respeto, acabaré contigo. ¿Esta claro?

Asiente repetidas veces pero no la suelto, quiero escuchar de sus labios que lo tiene claro.

—Te pregunté si estaba claro, Abrahel.

Odio la falta de respuesta y no me doy cuenta de lo fuerte que aprieto su mentón hasta que veo escurrir por mis dedos hilillos de su putrefacta sangre negra.

—Queda claro, su excelencia —suelta después de eternos segundos.

Cambio mi gesto radicalmente y una hipócrita sonrisa surca mi rostro mientras que con mis palmas limpio su desencajado gesto. Ahueco su rostro y la miro con inquietud fingida.

—Bien, Abrahel —susurro con serenidad— No me gusta hacer daño a los míos. Pero que no se te olvide que yo no conozco la benevolencia,—me doy la vuelta ignorándola una vez más. —Ahora ve, y dile a nuestro señor que no tardaré.

Se encamina a paso apresurado para librarse de mi presencia, niego complacida. No me gusta que olviden su lugar. Camino al espejo más cercano y acomodo el traje, las llamas en mis ojos refulgen cuando sonrío.
Vuelvo mis rasgos en una mascara imperita y me echo a andar fuera de mis aposentos, los pasillos se encuentran desiertos y mi recorrido lo emprendo en calma con una fiera sonrisilla pintada en el rostro.

— Excelencia...

Escucho el llamado a mi espalda. Aquella voz, vaya que conozco bien aquella voz.
Me doy la vuelta con una renovada energía y me encuentro con  un hermoso demonio  dirigiéndome una profunda reverencia.
Me permito deleitarme de la fascinación con la que me mira. Cuando se alza puedo observar con profundidad los bellos rasgos que posee aquel ser que comanda parte de nuestros ejércitos. Sus rostro siempre me ha parecido perfecto y aquellos ojos negros que no dejan de mirarme vuelven a engatusarme un poco en aquel pasillo donde hemos compartido tanto.

— Bael —susurro mientras soy apresada por sus fuertes brazos.

Su boca busca la mía con urgencia y frenesí, me entrego a su demandante beso sin oponerme los más mínimo, siento su lengua adentrarse sin remordimientos mientras yo sonrio entre besos. Le había extrañado.

— Mi hermosa Eyra, no sabes cuanto anhelé tenerte así.

Sus rizos negros caen en mi rostro, consiguiendo que emita un sonido de plena satisfacción.

— Oh Bael, al tenerte aquí así ahora me doy cuenta que también te extrañé—contesto con una catarina risilla.

Me alejo con renuencia de él, su padre, Astaroth, ha decidido que era momento de que su primogénito ocupe el lugar que le corresponde para comandar los ejércitos. Gracias a eso nos hemos visto alejados por lo que me pareció una eternidad.
Niego con una gran sonrisa y procedo con mi camino hacia el gran comedor, dejando al demonio detrás. 

— No tanto como yo a ti, seguro.
Pero no importa, me queda la eternidad para conquistarte preciosa princesa—responde con un sonido gutural a mis espaldas.

Mi ánimo mejora al escuchar los pasos del futuro duque tras de mí.

Aquel demonio es de mis favoritos.

Siento su penetrante mirada a mis espaldas y no puedo más que mantener una sonrisa lasciva hasta llegar a la sala del trono de mi padre.
Antes de abrir las puertas contengo el aliento hasta que por fin, me decido a entrar. El poder de mi padre lo siente cualquiera incluso a metros de distancia. Atenaza el corazón todo el poder que guarda.

Avanzo a paso firme y con elegancia hasta él, en mi camino sus siervos y esclavos caen de rodillas arrancándome una mueca de fastidio al tener que lidiar con seres tan inferiores. Lo veo a los ojos en los pocos metros que me separan de su presencia y no puedo contener mi sonrisa llena de veneración. Los rasgos que le hicieron que fuera llamado el ángel más hermoso aún se pueden apreciar con nitidez.
Es arrebatador.

Aunque ahora, tras milenios de su caída y de su gobierno en los círculos infernales, aquellos bellos rasgos se han vuelto crueles. Es hermosamente letal, justo como yo.

— Ya estoy aquí, mi señor —Su mano es extendida hacia mí mientras me deshago en una pronunciada reverencia.

— Levántate, hija mía —me dedica una mirada llena de calidez. Soy la única merecedora de ese tipo de gesto,—Pasa Bael, tu padre también se encuentra aquí y lo que hablare con mi hija también te concierne a ti —. Le dice mientras camina de vuelta a su asiento en la cabecera de la enorme mesa que abarca casi la mitad de la estancia

Cuando me permito observar al rededor me percato de que en efecto, Astaroth, se encuentra al costado izquierdo de mi padre ahora que ha vuelto a su lugar. Miro de reojo a Bael y al duque infernal. ¿Por qué les concierne un dialogo entre mi padre y yo?

— Acércate hija —su aterciopelada voz teñida de orden me saca de mi trance. Avanzo con decisión al asiento desocupado a su derecha. Mi lugar.
Bael se encarga de sentarse justo al lado de su padre con una expresión tensa. Mi padre se aclara la garganta y se dispone a iniciar su monologo—, Como ya sabes, Astaroth, mi hija ha culminado su entrenamiento como futura regente del infierno, y debo decir —dice mirándome.— Que ha superado con creces nuestras expectativas. Es la demonio más poderosa que ha existido jamás y justo ahora que esta en una edad tan favorecedora he llegado a la conclusión de que es hora de que la profecía empiece.

Una enorme sonrisa surca mi rostro, es para lo que he sido preparada toda mi existencia.

— Mi heredera —me llama mi señor.
Esta vez dirigiéndose enteramente a mi — Mi preciosa diablesa. La hora ha llegado —anuncia con expectación. Las llamas en su mirada lucen desbocadas, expectantes.

Ambos sonreímos, sabiendo de ante mano el significado de aquello. Inflo mi pecho con orgullo y asiento con decisión hacia él.

— Estoy lista, padre.

EL ÁNGEL DEL INFIERNODonde viven las historias. Descúbrelo ahora