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Aniel.Aniel.Aniel.
Esa humana era su desiganada a proteger y él la amaba, no puedo detener la bilis que siento ante su personal afirmación.

-Lo lamento- digo en voz baja, no es como si en verdad lo sintiera pero una parte de mí quiere consolarle, hacerle sentir mejor.

-No tienes porque, según tú no tuvisteis nada que ver.-comenta mordaz, no creyendo en lo que le dije cuando estaba asfixiándome.

No digo que hubiera detenido la muerte de la humana pero tampoco ordené que la matasen.

-Yo no estaba en la tierra cuando eso sucedió Caliel, yo estaba en el alcázar infernal cuando tu humana murió. Y aunque no confíes en mi palabra te aseguro que yo no di la orden de su muerte. Ni siquiera sabía de tu existencia hasta hace unos pocos días.

Le veo agachar la mirada a mi escrutinio.

-Lo siento también- susurra en voz tan baja que de no ser por mis sobre naturales oídos no habría escuchado nada.

Le miro confundida ante sus palabras

-¿Y tú porqué lo sientes?- pregunto contrariada.

-Por casi matarte-contesta mirándome nuevamente-No me malinterpretes debería matarte para terminar con cualquiera que sean los planes de tu gente pero fuiste amable conmigo, no mentias y yo casi acabo contigo.

-Esta bien, Caliel- respondo con una suave sonrisa,-Entiendo tu reticencia con mi raza. Eres un ángel y yo soy un demonio. Uno muy importante.
Así que tú naturaleza te motiva a acabar contigo.

Me mira encandilado por grandes segundos. Analizando.
Me lleva a apartar la mirada.

-Entonces también tu naturaleza debería repelerme, y aquí estás a mi lado y salvando mi vida. Eso es toda una contradicción, Eyra...

Escuchar mi nombre es sus labios es toda una revelación. Entiendo que no es que nadie debe conocer mi nombre, sino que debía conocerlo él, debía llamarlo él. Sonrío tenue al darme cuenta de esto.

-Claro que repelo a tu especie- empiezo, recordando el enfrentamiento que no hace mucho mantuve con los otros ángeles. Veo por un segundo como su cara se descompone ante lo que le digo. Sin embargo, acercandome un poco a él y analizando su reacción continuo con mi monólogo- Pero... contigo no me pasa. No me desagrada estar cerca.

Levanta su rostro con una rapidez que me embarga de una sensación parecida ¿a la ternura? Quién diría, la hija del infierno sintiéndose así por un ser celestial.

-¿Por qué?

Pregunta en un susurro.
Inclino mi cabeza buscando una respuesta coherente y que no me deje en evidencia para nada, no la consigo.
Solo me encojo de hombros y busco una pregunta que me aleje de esta incómoda respuesta.

-¿Cómo era ella Caliel, cómo llegaste a amarla?

Al momento en que la pregunta sale de mis labios me arrepiento al ver su gesto tan torturado.
Se tarda en contestar pero finalmente lo hace.

-Era... luz,- una sonrisa que me atenaza el pecho ilumina su rostro-era una gran mujer. Amable, cordial y hermosa como ninguna otra criatura.
Desde que la miré cuando bebé empezó a ganarse más que mi protección. Amé cada una de sus sonrisas, sus berrinches y sus lagrimas. Era el alma más pura y hermosa que he tenido la dicha de conocer.-Hace una atormentada pausa donde respira fuertemente, una pesada lagrima escurre de su precioso ojo izquierdo, estoy tentada a limpiarla pero cuando su rostro cambia a enojado y frustrado me detengo.-Tenia un sólo maldito trabajo, uno solo. Y por culpa de tu gente no pude cumplirlo.

-¿De qué hablas?

Me mira obnubilado y me da un cuestionamiento mordaz.

-¿Qué hacen, los ángeles guardianes Eyra? ¿Cuál es nuestro trabajo?-no me da tiempo a dar una respuesta, el solo continua con lo que dice-llamar a nuestros humanos a su hogar más allá de lo terrenal cuando mueren. Claro si es un alma pura, y ella lo era. Por mi padre que era así. Al momento de su muerte tu gente me atrapó y no pude llevarla a dónde le correspondía. No sé dónde está y eso me está matando. Puede estar en el limbo.... o tal vez alguno de tus vasallos la llevó... al infierno.

Suena tan derrotado que quiero terminar con su sufrimiento, voy a hacerlo.

-¿Puedes buscarla y llevarla a dónde corresponde?

Me mira sin comprender.

-¿Te estas burlando?- rechina los dientes mientras alza las cadenas que lo atan a este lugar.

-Yo puedo liberarte celestial, tu mismo lo dijiste hace no mucho. Soy la hija de mi padre y mi palabra es la ley.- me mira sumamente esperanzado, sin embargo quiero retenerlo a mi lado por más tiempo- Voy a dejar que vayas a buscarla al limbo pero tendrás que volver aquí cuando todo esté hecho.

Lo veo dudar por un segundo sin embargo asiente enérgico. Aquella humana debió ser muy importante para él.

-Lo prometo.

-No me es suficiente tu palabra Caliel, me harás un juramento de sangre.

Veo la contradicción en su rostro, sin embargo asiente. Me aproximo a él y sostengo su mano, deslizo una de mis uñas creando un surco en su piel del cual empieza a manar sangre, hago lo mismo con mi palma. Las uno, hilillos de poder envuelven nuestras manos.

-Juralo ahora.

-Juro por mi vida que una vez la busque y termine mi tarea volveré a aquí-dice solemnemente, me mira a los ojos por segundos antes de terminar-volveré a ti.

El aire se atora en mis pulmones ante esto último sin embargo, sólo asiento.

Me aparto de él y con mi poder destruyo las cadenas obsidiana de mi prometido.
Caliel me dedica una sonrisa antes de desaparecer.

-Te estaré esperando

Susurro una vez que la estela de su esencia ha desaparecido.

Susurro una vez que la estela de su esencia ha desaparecido

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Llevo esperando por él por lo que me parecen horas. El único consuelo que me queda es que de no regresar morirá.
Aunque tal vez lo prefiera, no tengo garantías realmente.

Me dejo caer algo derrotada en el pequeño espacio.

¿Qué sucede conmigo?

Al soltarlo pude dar la información de muestra ubicación.
En ese juramento no debí pedirle que regresara sino que no diera nada de información sobre nuestra ubicación.

Que ingenua. Que insensata. Que idiota.

Estoy reprochando mi estupida conducta cuando una ráfaga de aire me hace levantar la mirada. Y ahí está él.
Rubio, majestuoso ¿y completamente triste y torturado?

-No está, no pude encontarla.

Se deja caer de rodillas mientras solloza con tanta vehemencia que mi corazón se enternece y sufre al verlo así. Me encamino a él y sorprendiéndonos a ambos lo acuno en un abrazo. Se deja caer y recarga su cabeza en mis piernas. Se le ve derrotado.
No tarda en estrecharme más contra sí.
Acaricio distraídamente sus doradas hebras para tranquilizarlo.

-Tal vez tengas razón-susurro, levanta la vista de mi regazo y espera a que termine de explicarme-Puede que ella esté en mi hogar. Iré buscarla, y si la encuentro, la traeré contigo.


EL ÁNGEL DEL INFIERNODonde viven las historias. Descúbrelo ahora