35

22 2 2
                                    

Segunda parte:

La cálida sonrisa de Caliel al levantarse solemnemente de la mesa me llevó a bullir de expectación. Estaba ansiosa, pletórica ante la opción que me había brindado la criatura frente a mí.

—Sígame su alteza real.

Esta vez mi titulo salido de sus labios fue un suave susurro que carecía de la mofa que parecía destilar el hermoso ángel en cualquier oración dirigida a mi persona, en esta ocasión había parsimonia; tal vez incluso algo de deleite. No dudé en ponerme de pie rápidamente siguiéndolo hasta que se detuvo a mitad del bello jardín, levantando su cincelado rostro al cielo obscuro y estrellado que se alzaba a nuestras cabezas, la noche parecía ser la ayudante perfecta para que cumpliera mi capricho sin ser descubiertos por sus compañeros.

—Y ahora, ¿qué haremos? —pregunté emocionada, sosteniendo entre mis dedos la suave tela obscura de su camisa que me cubría como un interesante vestido.

Sus ojos me miraron unos segundos antes de que a la par de una sonrisa que se plasmaba en su cara, se encargaba de sacar su camisa por su cabeza, aventándola después en cualquier lugar, una vez liberado y seguro que no desgarraría la prenda abrió sus alas en todo su esplendor, aumentando la majestuosidad que le rodeaba, era hermoso aun pareciendo un simple mortal, pero al verle tal y como era no pude no recrearme ante tan maravilloso espectáculo. A pesar de yo poseer las mías, sus alas no tenían comparación, más porque actualmente eran una completa contradicción, en un principio podría verse que una era impolutamente blanca, pero, si prestabas la suficiente atención podías mirar con completo encanto que se encontraba rodeada por áreas doradas, viéndola a la luz de las estrellas, parecía refulgir en purpurina dorada, mientras que la otra, obra de las sombras de mi mundo era del tono de la mismísima noche, tan obscura como el corazón de una piedra ónix, y juntas creaban un conjunto encantadoramente armonioso.

Eran preciosas.

Él era endemoniadamente arrebatador.

Estuve a punto de extender mis alas  pero cuando negó con un movimiento sutil, me detuve en el acto. Le miré con una clara duda reflejada en mi rostro.

¿Cómo iría yo al punto medio del cielo si no desplegaba mis alas?

En respuesta solo extendió su mano en mi dirección dedicándome una sonrisa encantadora. Dudé en tomarla, lo cual logró arrancar de su garganta una ronca risa que lleno mi cuerpo de un escalofrío; escucharle era una exquisitez.

—Acaso después de insistir tanto, ¿va a echarse para atrás, princesa?

Su tono era un claro desafío.

—Por supuesto que no, Caliel.

Di seguros pasos en su dirección, tomando su mano mientras me aproximaba a la calidez de su cuerpo. La clara diferencia de altura entre ambos quedó completamente marcada cuando estando a escasos centímetros de su atlético cuerpo y con su mano sujetando la mía aproximándome aun mas a él, tuve que levantar mi mirada para poder enfocar sus ojos, esos que podrían encandilar a casi cualquier criatura celestial, mortal e infernal...
Me recree en su aroma, tan varonil, tan vigoroso, era sin duda un espécimen digno de ser admirado, quizá incluso idolatrado. A pesar de conocer a varias criaturas de excepcional belleza, la sola mirada tan glacial pero deslumbrante del celestial conseguía que mi cuerpo se derritiera ante una simple de sus miradas. Sin más preámbulo y arrancando de mi garganta un gritito de sorpresa me levantó del suelo, acomodando mi menudo cuerpo en sus brazos cargándome como una princesa así que lo único que atiné a hacer fue a pasarle mis brazos alrededor de su cuello y acomodar mi mejilla en su pecho, disfrutando de la cercanía y seguridad que me brindaba estar acogida así por él; sentir sus feroz latido contra mi oído era en verdad una circunstancia excepcional.

EL ÁNGEL DEL INFIERNODonde viven las historias. Descúbrelo ahora