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Veo como el rubio se deja caer de rodillas. Desconsolado.

—¿Caliel, estás bien?

Pregunto con voz indecisa.

Se pone de pie lentamente cuadrándose en la totalidad de su imponente altura. Cuando se da la vuelta el corazón me da un pequeño salto. Algo no va bien. Me observa como el primer día que pisé este lugar y él intentó matarme con la daga. Me observa con un odio velado que me pone en alerta.

—¿Caliel?

Vuelvo a llamarle con la desesperación despertando en mi interior. No recibo respuesta, solo sigue mirándome calculador.

Doy un paso atrás, no sé si preparándome para huir.

O para atacar.

—Tengo que agradecerle sinceramente por traerme el alma de Aniel, alteza. —dice con voz plana, sin ningún atisbo de emoción que tenia cuando tenia entre sus brazos el alma de la huma. Carraspea y hace que lo vea directo a esos ojos cerúleos que me cegaron de la peligrosidad que ocultaba en sus actos pasivos. —Espero que entiendas que ya no es nada personal por lo que me veo obligado a hacer esto. Pero no puedo permitir que los planes de tu gente lleguen a tener la oportunidad de cumplirse.

Siento a mi poder agitarse ante las palabras de Caliel.

Esta vez doy un paso en su dirección, dispuesta a luchar. A hacer lo necesario con tal de no fallarle a mi padre. A Bael que me advirtió sobre el celestial.

Niega repetidamente con la cabeza y sonríe sardónicamente. El gesto me hiela la sangre.

El ser que tengo delante no es aquel al que abracé hace apenas unas horas roto por no encontrar a la humana. No es el que me pidió compartir una comida con él. Este es el ángel guardián.

Un guerrero celestial.

Le muestro los dientes en un gesto furioso hacia él y hacia mí.

¿Cómo pude ser tan tonta?

Me preparo a atacar cuando su voz me detiene.

—No te lo recomiendo—dice acercándose más a mí. Acorralándome con su gran cuerpo. Agarra uno de los mechones de mi blanquecino cabello y lo retuerce mientras me sonríe triunfal. Me provoca nauseas es gesto de su rostro. Tan vacío, casi rozando los gestos de mi propia gente. — Mira a tu alrededor, Eyra.

Me permito hacerle caso, pero mantengo mi postura defensiva al tenerle tan cerca. Tan dispuesto

¿A qué exactamente?

Ahogo un jadeo cuando me veo rodeada de ángeles.

—Mehael. Haznos los honores por favor—Dice Caliel.

Un nudo de bilis me corroe el interior al ver de nuevo a la rubia celestial. Me sonríe y se inclina en una reverencia burlona que me incitan a querer destruirla.

Acerca a mi rostro un trapo que me pone en alerta. Trato de moverme cuando las fuertes manos de Caliel me detienen bruscamente de mis intenciones de escapar.

—¡Suéltame! —Grito con desesperación, golpeo con mis manos de forma desesperada su pecho mientras me revuelvo intentando aflojar su agarre en mis muñecas. Me mira imperito anulando mis esperanzas de que interceda por mi para salir bien librada.

Me gira con esfuerzo para quedar de frente con la maldita víbora que me observa triunfal, estoy a punto de abalanzarme hacia ella para arrancarle esa sonrisita cuando siento a Caliel poner más fuerza en mis extremidades arrancándome una mueca de dolor ante el brusco movimiento.

Me trago el quejido que pugna por salir ante la brutalidad de su agarre.

Mehel como la llamó el ángel se acerca aún más a mí con aquel trapo entre sus manos, envalentonada al verme así de vulnerable. Me remuevo todo lo que puedo a pesar del lacerante dolor que me provoca el movimiento.

Agito mi cabeza para dificultarle la tarea de acercar sus artimañas.

Un nuevo celestial da un paso adelante al ver la dificultad que presentan sus compañeros para mantenerme quieta. La sonora cacheada que me da me hace girar la cara por la atroz fuerza que le imparte al golpe. Siento el singular sabor de la sangre en mi boca.

—Date prisa. Si nos llegan a pillar a qui con su valiosa heredera en tal desventaja no dudarán en acabar con nosotros— Dice el ángel pelinegro que osó a mancillar mi rostro de tan burdas formas.

Y con sus palabras una luz de esperanza se enciende en mi cabeza.

Bael.

Nuestra unión.

Mi collar que nos une.

Dejo de removerme de golpe y cierro los ojos, concentro mis fuerzas en el colguije en mi cuello y en evocar a mi prometido en mis pensamientos cuando siento que arrancan el collar de mi cuello.

Abro los ojos de golpe y me encuentro con la cínica sonrisa de la maldita celestial que ya ha colmado mi paciencia. No me da tiempo a reaccionar cuando pone su maldito trapo sobre mi nariz. Intento no respirar, pero me es imposible después de unos minutos. Abro la boca en busca de una gran bocanada de aire cuando el potente aroma entra en mis fosas, es tan fuerte que me hace querer dar arcadas.

Una vez logrando su cometido aparta el trapo pero no se parta, se regodea de verme ante ella de esta forma.

Chasquea la lengua y pone su dedo delante de mi cara mientras lo mueve de manera negativa.

—Nada de trucos sucios diablita. Es hora de irnos y por si te quedaba alguna duda, tu vendrás con nosotros. — Le miro directo al rostro y le escupo. Mi saliva y sangre impactan muy cerca de su boca arrancándole un jadeo de sorpresa—¡Maldita zorra!

Su mano vuelve a impactar en la mejilla que ya tenia resentida por el brusco golpe de su compañero. Esta vez se lleva consigo parte de la piel de mi mejilla, abriendo surcos en mi piel de los que empiezan a manar hilillos de sangre, a pesar de eso le sonrío con ganas. Intenta volver a golpearme cuando otro ángel con cabellos casi igual de blanquecinos que los míos sostiene su mano con delicadeza.

—Es hora de irnos— le susurra.

La celestial asiente y me da la espalda mientras sigue al otro.

Empiezo a sentir la pesadez de mi cuerpo. La boca se me seca y las piernas me empiezan a fallar.

Aprieto mis uñas con fuerza en mis palmas mientras me recrimino de nuevo en silencio mi forma de actuar.

Los fuertes brazos de Caliel que antes me mantenían retenida se apresuran para sostenerme e impedir que caiga al suelo. Me carga y me acomoda lo mas que puede. Siento a mi cabeza colgarse hacia atrás ante la falta de fuerza de mi cuerpo. No logro emitir las palabras de odio que quiero escupirle a su precioso rostro.

Aparta la vista de mi cara mientras se pone en marcha. No se como llegaron sin que advirtiera su presencia por lo que con desazón me doy cuenta de que podrán sacarme sin que se nadie más se dé cuenta.

Me trago las lagrimas de impotencia por haberle puesto las cosas tan fáciles al maldito ángel. Estoy segura de que aprovechó bien la libertad que le di para ir a buscar a la humana.

Maldita sea mi buena voluntad.

Lo ultimo que escucho antes de languidecer entre sus brazos es su voz.

—Dulces sueños, princesa

EL ÁNGEL DEL INFIERNODonde viven las historias. Descúbrelo ahora