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Respiro una y otra vez. Pobre criatura.
Cómo es posible que pudiera estar tan ensimismado y cómodo con aquélla humana. Criaturas como nosotros no podemos, ni debemos, interactuar más de lo debido con los seres terrenales.

Ellos mueren, son tan vulnerables...

¿Cómo podría alguien perder el tiempo con ellos?

Camino como alma que lleva el diablo por el largo corredor, poniendo cada vez más distancia entre el torturado celestial y mi pulso desbocado. Necesito respuestas acerca de dónde están los otros ángeles; pero ahora, solo quiero entender qué es lo que tanto les gusta a las criaturas aladas de los endebles terrenales.

Una vez afuera los dos enormes demonios me observan con cautela.

— Necesito un auto. Y también un mapa detallado de cómo llegar a la ciudad más cercana —demando.

Los dos cautores se miran entre sí, seguramente pensando si es prudente darme lo que pido por mi agitado estado.

Aunque realmente no es como si tuvieran opción.

— Sígame, excelencia.

El más corpulento de ambos me guia hasta un enorme garaje. Dentro hay todo tipo de transporte, él se detiene frente a un todoterreno negro.

Me entrega una llave, un mapa y se retira con una reverencia. En completo silencio, sin preguntas, sin intentar acompañarme.

Excelente servicio.

Me monto rápidamente en el vehiculo antes de que alguien se de cuenta de mis intenciones.

Con mi ánimo actual no quiero tener a nadie pegado al culo.

El rugido del motor logra calmar un poco mi agitada respiración. Tengo que salir de aquí rápido, de lo contrario tendré a mis guardias arruinando mis planes. Salgo por la empedrada calle llena de nieve hasta la reja final. Una demonio pelirroja vestida con el uniforme de la guardia resguarda lo único que se interpone para ir a hacer mi investigación de campo.

— Su excelencia, ¿a dónde se dirije?

Me observa inquisidora pero con una muestra latente de respeto, lo único que hago antes de responder es apretar el volante con fuerza.

— Iré a la ciudad por una investigación.

—Lo siento princesa, no tenía idea de que estaba progamada una salida. En un segundo le abro.

Una sonrisa de triunfo se pinta en mi cara al ver los primeros centímetros de separación de la enorme reja. Una vez abierta completamente piso el acelerador a fondo.

Si alguien se llegase a enterar que salí sin armas y sin el equipo después del ataque de celestiales seguro que sus finadas existencias sufrirían un ligero ataque.

Conduzco a lo largo del camino indicado por el mapa, observando el hermoso paisaje del lugar. Las copas de los enormes árboles se encuentran coronadas con grandes capas de nieve.
La noche resguarda mi camino haciendo aún más bello para mí aquél paraje.
Una vez que logro distinguir las luces de la ciudad, mi agitación se disipa por completo y me permito conducir con lentitud.
Hay personas paseándose por la calle a pesar del frío y la hora, sonriendo como si les fuera la vida en ello.

Risas, luces, agitación, cotidianidad. Todo se vislumbra desde el auto.

Que ilusas criaturas.

Por un momento siento lástima por ellas, sonríen y se ven llenas de cordialidad. Es lo único que les queda, vivir felices el corto período de tiempo de sus patéticas existencias. Ignorando o tratando de ignorar que pronto quedarán laxos, sin vida. Darán su último respiro y sus acciones determinarán a dónde han de dirigirse.
Los más santurrones se han de elevar en brazos de su guardián. Los otros a pesar del esfuerzo de sus ángeles custodios tendrían otro destino, uno un poco más ardiente.

EL ÁNGEL DEL INFIERNODonde viven las historias. Descúbrelo ahora