36

23 2 0
                                    

Podía sentir entre la pesadez del sueño los largos dedos de Caliel acariciar la desnuda piel de mi espalda con pereza, no me atreví a abrir aún los ojos, quería permanecer todo lo posible en este momento tan ilusorio. Estaba segura de que una vez volviéramos tendría que empeñarme a salir de aquel lugar. Tenia que alejarme de Lecabel y Caliel, debía volver con los míos. Debía volver a los brazos del pelinegro.

—¿Estas bien angelito?

Su tono estaba cargado de suavidad, su enorme cuerpo seguía casi envolviendo al mío, evitando que sintiera el fresco que iniciaba a embargar el ambiente, solo alcé mi mirada y abriendo los ojos le sonreí. Sus enormes ojos azules me observaban de forma distinta, más cálida.

—Estoy bien, Caliel.

Su mano se tomó la atribución de sostener mi mentón e ir acariciando la suave piel de mi rostro con sus varoniles dedos, tocó todos y cada uno de mis rasgos para después sonreír con satisfacción. Con triunfo. Era una sonrisa siniestramente hermosa. Pero después algo turbio cubrió sus ojos, fue abandonando de forma definitiva mi rostro y se apartó, se fue levantando de a poco, dejando a mi vista la escultural figura trabajada de un guerrero de la dimensión divina.

Estaba segura de que no me cansaría de mirarlo.

Se colocó rápido los vaqueros que tenia y me extendió de nuevo su camisa negra para que cubriera mi desnudez. Se le veía ansioso de cierta forma, su cincelado rostro marcaba una mueca concentrada que agitó un poco una desagradable sensación en mi vientre. ¿Qué sucedía?

Dio pasos alejándose de mí.

La calidez parecía haberlo abandonado y ahora parecía perdido.

Poniéndome de pie y colocando la tela sobre mi cuerpo avancé de forma lenta hasta él, ahora estaba dándome la espalda y aun así era capaz de observar su gesto torturado. Estaba inquieto, destrozado.

Extendí mi mano hasta posicionarla en la piel desnuda de su hombro izquierdo, consiguiendo que sus músculos se pusieran rígidos al sentir de nuevo mi cercanía, mi toque.

—¿Qué sucede? —pregunté con un susurro paciente, no quería causar de ninguna forma que su estado se alterara sin embargo, no hubo más respuesta que un certero movimiento de su parte para alejar mi mano de su cuerpo. Le observé esta vez con la boca abierta por la impresión. ¿Qué infiernos? —Caliel, ¿Qué demonios te pasa? ¿Hice algo mal?

La vulnerabilidad en mi tono no me gustó ni un poco, y aun así no fui capaz de cambiar el tono por uno más seguro, estable...

—Sólo dame un momento. Apártate Eyra— su contestación en tono mordaz y con los dientes apretados no era nada prometedora. ¿Ya no era su angelito? Volvía a ser solo Eyra. A pesar de que mi instinto de autoconservación me gritó que me alejara de la inestable criatura, mi osadía me orilló a tomar su mano con contundencia. No debí hacerlo. —¡Dije que te alejaras! —Su movimiento fue tan cruento con tal de que dejara de tocarlo que en su arranque terminó por mandarme de culo a la nube. No pude evitar que mi pecho se constriñera por una pena desconocida y que mis ojos se humedecieran ante su nada velado acto de repeler mi presencia, otra vez. Cuando fue consciente de lo que había hecho su gesto mudó a uno lleno de remordimiento, sin embargo, el acto estaba hecho. —Yo...princesita, yo lo siento...

Intento acercarse a mí, sin embargo, alcé la mano para detenerle mientras mis saladas lagrimas entraban a mis labios. No estaba dispuesta a seguirle el ritmo con sus inestables cambios de humor.

—Quiero irme.

Dije con voz monótona, la dulzura del momento había quedado fácilmente opacada por aquella inestable reacción del ángel. No le di tiempo de que pretendiera acercarse a ayudarme cuando me puse de pie con rapidez, dándole la espalda y comenzando a caminar. Su mano tomó mi muñeca obligándome a no dar un paso más.

EL ÁNGEL DEL INFIERNODonde viven las historias. Descúbrelo ahora