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Veo la incertidumbre marcada en su rostro hasta que se ilumina con resolución. Me permito recargarme más en su fisonomía disfrutando de su desinteresado gesto de mantenerme en sus brazos. Le miro asentir hasta Lecabel con contundencia.

—Entonces permíteme ayudarte, hermano. Seré yo l que continúe con esta lección con tu princesa. —dice. No puedo evitar el escalofrío que recorre todo mi cuerpo al ser consciente que la practica no parará. Parece notar la rigidez de mi cuerpo ya que me dedica una sonrisa cargada de egolatría. Siento a su rostro acercarse a mi oído y a su cálido aliento chocar sobre mi sensible piel—No te preocupes linda, seré más indulgente que mi hermano. ¿Te lo prometí en tu cuartel no es así? Dije que no te mataría

Levanto el rostro cuando hace referencia al trato, lo único que alcanzo a ver es una leve capa de vello rubio cubriendo su barbilla y sus rosados labios formando una cínica sonrisilla, se le nota ligeramente descuidado y aun así la pureza y hermosura de su procedencia continúan brindándole su beneplácito.

—Preferiría que sea Lecabel quien continúe con esto— rumoreo en voz baja, me remuevo entre sus manos para que me ponga en el suelo, pero no parece advertir mi necesidad de separarme de su cuerpo por lo que con destreza me acomoda de nuevo, extinguiendo toda separación que pude haber creado entre nuestros cuerpos.

Le escucho reír con descaro, aumentando mi incomodidad entre sus brazos.

—¿Tenéis miedo de mí, princesa? —pregunta con un tono divertido, rechino mis dientes al advertir la mofa que embarga a mi titulo pronunciado por sus infames labios.

—¿Eyra? —pregunta Lecabel, acercándose hasta donde estamos. Antes lo único que quería era escapar de sus manos y ahora daría cualquier cosa para que me aparte de las de su hermano, sin embargo, el rubio ha jugado hábilmente sus cartas, su supuesta inocente pregunta me ha sonado a reto, y la hija de Lucifer jamás se ha negado a uno. Y no pienso empezar a hacerlo—Tú tienes la última palabra.

Me les quedo mirando a ambos, cambiando mi mirada intermitentemente entre el que me sostiene con fuerza y el que me observa con ansiedad. Los cerúleos ojos de Caliel me observan con sarcasmo, creyendo que mi decisión será huir lo mas lejos que pueda de él, y aunque mi instinto me grita que me aleje lo más posible de este celestial algo me jala completamente hasta él.

—Dejaré que Caliel intente en esta ocasión, Lecabel— contesto sin dejar de mirar los ojos del rubio, los cuales parecen relucir cuando termino de hablar.

No se que trama este ángel, pero lo pienso averiguar.

—Bien, estaré cerca observándolo todo. Haz una señal si ya no lo soportas Eyra, lo detendré en ese momento.

Lecabel parece ver con duda a su hermano, por lo que solo atino a asentir en su dirección. Aunque si somos sinceros, él no se detuvo cuando se lo pedí.

—Iniciemos, ¿quieres? —Bruscamente el rubio me deja sobre mis pies en la tierra, estoy a nada de caer por el temblor de mis piernas de no ser por la intervención de los brazos de Lecabel, bufo con exasperación. El cambio de roles de estos hermanos está empezando a frustrarme bastante, en un momento uno me salva del otro y así sucesivamente. Maldito sea el inestable carácter de estas criaturas. Caliel avanza grandes pasos alejándose de ambos, en cierto momento se detiene y mira sobre su hombro, altivo. Frio—¿No vienes? — pregunta mordaz.

Apretando los dientes me sacudo los brazos de Lecabel del cuerpo para intentar darle alcance al insolente ojiazul que me mira como si fuera un débil cachorro internándose a la boca del lobo. ¿Qué le vamos a hacer? Mejor que crean que el tigre a sido amansado. Si lo que dice Lecabel sobre mi ascendencia resulta ser cierto tendré que ponerle mas empeño a aprender para poder huir. Heredera y merecedora del poder de dos grandes reinos. Esto amará saberlo mi padre, sino es que lo sabe ya.

EL ÁNGEL DEL INFIERNODonde viven las historias. Descúbrelo ahora